Con el empleo nos enfrentamos a un reto muy importante, en el que está en riesgo el estado del bienestar y porqué no el futuro del ser humano.
Marc Vidal ha afirmado: “Quién considere que obligando a mantener el empleo manual dónde sea factible (evitando que éste sea sustituido) por un robot, un automatismo o, sencillamente, software por la vía sindical, legal o administrativa se va a amortiguar el problema se equivoca y demuestra que no conoce de que va (…) la economía de mercado. Si no se sustituye algo que produce menos, más lentamente y con errores sistemáticos por algo que produce más, más rápidamente y sin errores, la capacidad competitiva de quien lo haga, (sea empresa privada u organización del sector público) será nula”.
Desde esta perspectiva la solución dirigida a mantener artificialmente los empleos actuales no es más que un parche que no hará más que agravar los problemas a medio/largo plazo al mismo tiempo que, como hemos comprobado en nuestro entorno, favorecen dinámicas ineficientes que incentivan actitudes y comportamientos que pueden llegar a ser calificados incluso como corrupción económica. Se trata de un problema de difícil resolución pero para el que no cabe la solución de “dejar que la situación se pudra”. Patricia Botín ha negado repetidamente que la tecnología vaya a destruir empleo, al contrario “creara millones de puestos de trabajo para quienes tengan la formación y las capacidades adecuadas”. Pongo en relación esta afirmación con las realizadas al inicio de esta serie de reflexiones.
Y mientras tanto vivimos situaciones que parecen sacadas del siglo XIX. Una historia contada por Enrique Dans en su blog nos permite adentrarnos en el problema que hace tan sólo 20 años muchos habríamos jurado que no era posible que fuera a producirse. “Era una noche lluviosa de viernes de un mes de mayo inusualmente lluvioso en Madrid. Salí de una clase a última hora, pasadas las diez de la noche. Pasé por el garaje, me subí en el coche, y salí conduciendo a María de Molina con intención de doblar la esquina de la calle Serrano como hago todos los días. También como todos los días, pasé por delante de los restaurantes que hay (en esta zona) y entonces, los vi. Eran unos siete u ocho repartidores de (comida rápida o comida a domicilio) con sus motos o bicicletas, todos esperando fuera de los restaurantes, bajo la lluvia”. Una situación que a muchos nos puede parecer una afrenta y nos preguntemos cómo es posible que esto ocurra en una sociedad desarrollada como la nuestra en pleno siglo XXI. La imagen es una muestra de algo que no es ni disruptivo ni una muestra de un espíritu emprendedor para «ser otra cosa: pura y dura explotación. Se ha escrito mucho sobre las duras condiciones de trabajo de los repartidores de este tipo de compañías pero no hay como verlo en una ocasión así, siete repartidores empapados esperando bajo la lluvia, para entenderlo. Puedes utilizar estos servicios para pedir comida o para otras cosas, pero si hablas con el repartidor cuando llega a tu casa y le preguntas cuántas horas lleva trabajando y cuánto va a ganar te das cuenta del (retroceso) inaceptable en lo que deberían ser las condiciones de trabajo de un ser humano, una auténtica afrenta a la dignidad”.
Seguimos conviviendo con situaciones que parezcan más cercanas al siglo XIX que al XXI. Aunque conviene tomar en cuenta que entre el siglo XIX y el siglo XXI han ocurrido muchas cosas, pero ambos se escriben con los mismos signos cambiados únicamente de lugar. 200 años, 8 generaciones y muchos cambios después lo que debemos exigir que el futuro de la transformación en los entornos laborales no debe de pasar necesariamente por situaciones que son claramente “una vuelta al pasado”. La situación que describe Enrique no es más que una realidad que supone una explotación laboral que no veríamos en pleno siglo XXI. Si la flexibilidad y la capacidad de adaptación al cambio es un valor muy interesante y, en muchos casos, una buena propuesta de valor en la economía y una de las condiciones para que el progreso pueda desarrollarse, no podemos hoy construir esta flexibilidad basándonos en la desprotección, la consolidación de situaciones irregulares, o la pura explotación.
No es esta la nueva “cultura laboral” que deseamos que se ponga en marcha hoy, ni ser la consecuencia inherente a los procesos de transformación y de introducción de la inteligencia artificial. Una demanda perfectamente trasladable a la exigencia de mayores niveles de “responsabilidad” en determinadas decisiones empresariales (que no pueden estar centradas únicamente en la obtención de resultados a corto plazo) y un mayor compromiso de los ciudadanos y consumidores en el uso/compra de bienes y servicios.
Deja tu comentario