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En este primer semestre del año 2025 hemos celebrado el cuarto aniversario de la última Reforma Laboral y el tercero de la nueva Ley de Empleo.

En cada aniversario se repiten los análisis sobre el impacto generado, las asignaturas pendientes y lo que deberíamos de hacer para superarlas. En el de este año, mientras parece que existe un cierto consenso en que hemos sido capaces de aprobar algunas asignaturas, amparándonos en una situación económica ciertamente favorable seguimos sin obtener el aprobado en la que corresponde a la dualidad de las condiciones laborales de nuestro mercado de trabajo.  

Es necesario destacar que la dualidad medida en términos de distancia entre las condiciones que disfrutan unos trabajadores con elevados niveles de protección y estabilidad respecto a otros atados a la precariedad no sólo se ha reducido, sino que, incluso se mantiene o se ha visto incrementada en este periodo. Y todo ello a pesar de que según los acertados análisis que Javier Esteban publica en El economista o en su blog _______________, en particular la que se incorpora en la afirmación de que “el peso de los asalariados ‘intocables’ ha caído diez puntos, y lo ha hecho mientras se crea empleo y sin aplicar un abaratamiento del despido”. Y de ahí la pregunta que él y yo mismo nos formulamos: ¿Ha dado la norma impulsada por el actual gobierno que recordemos se aprobó por el lapsus de un diputado del PP en una de las dianas en las que erró la reforma impulsada por este partido en 2012?

No nos engañemos esta reducción se produce como consecuencia de la sustitución de empleados y profesionales seniors que acceden a la situación de jubilación por jóvenes que acceden al empleo en condiciones de mayor precariedad tanto en términos contractuales como salariales. Por tanto, la cuestión va más allá de la mera dicotomía entre contratos indefinidos y temporales. Se centra en el “lastre que unos trabajadores, que se consideran blindados con condiciones laborales acumuladas por años de antigüedad, imponen sobre las oportunidades del resto” Y es que, como se ha mostrado reiteradamente y se ha señalado en este mismo párrafo, muchas organizaciones adoptan comportamientos resistentes a formular nuevas ofertas contractuales estables o de larga duración. Este sería uno de los factores que explicaría las dificultades de acceso al mercado laboral y la rotación que sufren los jóvenes, pero también las dificultades que encuentran los mayores de 55 años para acceder a nuevos empleos. Todos ellos víctimas de una rigidez formal y cultural que es consustancial en la gestión de nuestras relaciones laborales.

En los últimos años esta realidad, en la que gran parte de los analistas de la situación de empleo han coincidido en mayor o menor medida, les ha llevado a apostar por la receta de la ‘flexiseguridad’. Un término que es considerado tabú por muchos en la medida que parece esconder una propuesta polémica: la reducción de la protección de unos trabajadores a cambio de mejorar las posibilidades del resto para acceder a empleos de mayor calidad.

En un contexto en el que la tasa de temporalidad ha llegado a superar el 30% la solución parece estar en reducir los contratos eventuales, como se planteó con la legislación puesta en marcha hace 4 años, aunque sea a través de un formato (el contrato de fijo discontinuo) que probablemente enmascara la realidad. Pero no debemos engañarnos y considerar a la dualidad y a la temporalidad como conceptos sinónimos. «De hecho, muchos recelos hacia la última reforma laboral se basaban en que, si bien su diseño reduciría la firma de contratos temporales, no incluía incentivos a las empresas para firmarlos, como una reducción de las indemnizaciones o una clarificación de las causas del despido. Es decir, no iba más allá de lo que hizo la reforma anterior, de 2012”