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En el mundo de hoy no pertenecemos ni estamos comprometidos con nadie salvo con nosotros mismos. No obstante, sin compromiso no hay sentido de la responsabilidad frente a los otros y, sin responsabilidad, no tiene sentido la moralidad. Esta parece ser la respuesta adecuada y racional para un mundo caótico, en el que el futuro existe para ser inventado, no para ser previsto y menos aún para ser controlado.

Pero que lo hace un lugar solitario, en el que el vecindario es una jungla, el extraño, una bestia de la que esconderse, y la casa, cárcel privada. De cualquier manera, es un hecho que hoy somos capaces de ejercer un determinado control sobre nuestras vidas y nuestra futuro como nunca ha sido posible en la historia del ser humano.

En nuestro entorno social, hoy, probablemente con una formación mínima, además de energía e iniciativa, cualquiera puede, en teoría, ganarse el sustento. Sin embargo, hay grandes impedimentos estructurales para la creación individual de riqueza. La situación no es la misma para todos. Por el contrario, a muchos les falta alguno de esos elementos, cuando no todos. Alguien debe ayudarlos a conseguirlos, si no la idea de soberanía personal se convierte en una broma de mal gusto.

En ese aspecto, empresas e individuos no diferimos demasiado: ambos somos responsables de nuestro propio destino y de nuestra conducta y necesitamos lograr un propósito subyacente que les da carácter único.

No podemos transferir esta responsabilidad a otras personas. Ahí radica la oportunidad, y el riesgo.

El contrato “psicológico” que nos une a los “trabajadores del conocimiento” con las organizaciones a cambiado: Podemos considerarla una “transacción comercial”  en sentido estricto: dinero por capacidad y tiempo; más dinero si se consiguen mejores resultados. El concepto de seguridad y estabilidad cuando menos está en crisis permanente, a excepción de los entornos más o menos burocráticos ligados a la administración pública.

Aunque puede parecer egoísta en el fondo somos mercenarios que debemos ser leales con nosotros mismos y con nuestro compromiso temporal con el proyecto que tenemos en marcha.

Este es el tipo de lealtad que hoy nos aporta valor a nosotros mismos y también a la organización de la que formamos parte.