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Sí…. tenemos un problema de empleo, sí…. nuestras tasas de desempleo son de las más elevadas de nuestro entorno, si……

No nos engañemos. Aunque a corto plazo parece que los datos de empleo están mejorando (por lo menos en nuestro país) las tendencias globales a medio o largo plazo son diáfanas.

Tomando como base la relevancia social del empleo como elemento esencial del desarrollo y del bienestar personal y colectivo en las sociedades más avanzadas como la nuestra, la capacidad de creación de empleos debería de formar parte de las prioridades sociales.  Recordemos que, según el INE un 26% de la población residente en España está en riesgo de pobreza o de exclusión social. Destaquemos que los problemas de carácter económico, en general y los de desempleo en particular, son relevantes para nuestros ciudadanos. De hecho, figuran en los números 1 y 4 de las prioridades que cita el barómetro del CIS del pasado mes de febrero.

Aunque es indudable que la estructura de nuestro tejido económico resulta ser un condicionante clave para las dinámicas laborales no lo es más que en este problema inciden otras variables, desde el mantenimiento de estructuras culturales que proceden de los acontecimientos vividos en el siglo XX, hasta la pervivencia de unas normas que protegen al empleo y no a las personas. Un aspecto sobre el que la reflexión y la acción es hoy, claramente urgente si no queremos seguir profundizando en la desigualdad social.

Las posibilidades de creación de empleo en los términos que plantean nuestros dirigentes políticos son a menudo, «un brindis al sol». Y la realidad constatable es la de que, al margen del sector público, seguimos con una constante reducción/disminución del volumen de empleos de calidad que no son ni cuantitativa ni cualitativamente compensados por los que somos capaces de crear. Los nuevos empleos se plantean en unas condiciones de precariedad e inestabilidad mucho más significativas que los anteriores.

Estamos empezando a vivir un grave problema de transición (cuyo impacto será muy duro para muchos de los/las que hoy pierden el empleo) hasta que con el desarrollo de las nuevas tecnologías podamos crear nuevos puestos u oportunidades laborales. Una transición que, recordemos, se ha producido en todas las revoluciones que hemos vivido históricamente, pero ante la que el lógico plantearse si, la que estamos viviendo hoy, será comparable en términos de velocidad y profundidad del impacto. También en el dato de que finalmente todas ellas han terminado generando mayor número de oportunidades laborales (empleos), y además de más calidad (tanto en términos competenciales como de condiciones laborales) que los/las existentes previamente.

Muchos países ya estén asumiendo, reflexionando, proponiendo y legislando para que este proceso de ajuste y posterior crecimiento del empleo se desarrolle con los menores efectos colaterales posibles. Parece una locura, pero es una evidencia que son los países situados en los primeros lugares de los rankings de empleo los que con más interés se están enfrentando a este problema. Mientras tanto otros, entre los que parece nos encontramos, seguimos mirando para otro lado. Y digámoslo claramente a menudo no es un problema de falta de recursos sino de voluntad de cambiar las cosas o simplemente de afrontarlas desde nuevas perspectivas.                      

Todo va muy, muy rápido. Incluso mucho más de lo que parece y de lo que estamos percibiendo. Según McKinsey, más del 70 por ciento de las tareas realizadas por los trabajadores del sector de los servicios alimentarios y la hostelería podrían ser llevadas a cabo por máquinas ahora mismo ya que disponemos de las tecnologías y las capacidades técnicas para llevarlas a cabo. En otro ámbito: hasta el 50% de las tareas en la industria de servicios podría estar automatizada actualmente. No es el futuro. Es lo que ya está ocurriendo hoy. Es posible que en pocos años oigamos a un robot haciendo la afirmación siguiente:Trabajamos mejor, somos más competitivos, no hacemos huelgas…y pagamos impuestos”. Y todo ello cuando los datos confirman que cada año se incorporan al mercado de trabajo en el mundo más de 40M de personas.

Aterricemos. Si las previsiones de la OCDE (que citaba en un artículo precedente, fueran ciertas (y recordemos que a menudo se muestran como válidas, aunque con un tono incluso conservador) vamos a tener que poner en marcha soluciones imaginativas para ofrecer oportunidades o alternativas al empleo a muchos ciudadanos. Y si ello no es posible nos vamos a ver en la necesidad de ofrecer rentas de subsistencia al 25% de la población. Y estoy hablando del conjunto de la población activa en los países más desarrollados. Recordemos que un problema como este, si aplicamos la memoria histórica, solía resolverse, con un conflicto bélico de carácter más global de los que estamos ya viviendo hoy.

Esperemos que ésta no sea la solución al problema, entre otras razones, porque un conflicto de esta naturaleza pondría en peligro al conjunto de la especie humana.