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Todo lo que estamos viviendo acentúa la divergencia o ruptura en el vínculo entre puesto de trabajo y localización física.

Por suerte la crisis del Covid19 se ha desarrollado en un momento en el que, para muchas actividades, la tecnología permite trabajar y estar permanente conectado con tu entorno si tener que compartir un mismo espacio físico. Muchas organizaciones estaban el pasado mes de Marzo desarrollando iniciativas que facilitaban la posibilidad de “trabajar” desde ubicaciones informales (domicilios particulares, otro tipo de centros y entornos etc.).

Hoy,  y no han transcurrido dos meses muchas de ellas están constatando que los ahorros de tiempo y de molestias que supone no tener que desplazarse a un lugar determinado (oficina/centro de trabajo) ya es gratificante de por sí, si ello favorece el rendimiento y una mejor conciliación entre vida privada y compromisos laborales. El resultado puede ser muy provechoso.

Sin embargo, reconozcamos que el contacto personal es básico para el ser humano y que hoy el desarrollo de la mayoría de los tareas y actividades (industriales, servicios etc) implican algún tipo de contacto personal. Aunque la tecnología suple en parte esta exigencia, el ser humano es una especie social y necesitamos entrar en contacto unos con otros. Algunas reuniones pueden sustituirse por videoconferencias o foros online. Las redes sociales servirán para que equipos geográficamente distantes discutan puntos de vista. Pero seguirá existiendo la necesidad de contar con un espacio para el contacto personal.


Pero este enfoque «a medida» nos lleva a cuestionar la necesidad misma de contar con un espacio de trabajo permanente, aunque ello supondrá cambios radicales en la forma, las estructuras y las culturas laborales.


Si es cierto que muchas actividades se desarrollan delante de pantallas. Si es posible alquilar una sala de reuniones o un espacio de oficinas por horas o días. Si muchas reuniones o contactos pueden desarrollarse por medios virtuales, ¿por qué asumir los gastos de una sede permanente? Para muchas personas, y para muchas tareas (a excepción de los servicios basados en la atención a las personas), el resultado final sería una combinación de un espacio multiuso (desde el punto de vista personal e individual) con otros entornos de relacion y contacto. La tecnología permite trabajar desde cualquier lugar con el único requisito de disponer de un dispositivo que conecte a la red.

Como estamos constatando en estos momentos la posibilidad de trabajar desde nuestros propios domicilios (o su equivalente si es posible trabajar desde un lugar alejado de la sede de nuestra organización) es a la vez una bendición y una maldición. Puede conllevar impactos vitales y la creación de entornos laborales permanentes sin capacidad de dilucidar donde termina la vida profesional y empieza la privada o al contrario. Y ello ha comportado ya la presencia de algunas regulaciones tendentes a evitar los abusos que ello puede llegar a producir aunque desde mi punto de vista muchos de ellos están claramente dirigidos al fracaso.


El trabajador de la nueva era tendrá que ser capaz de delimitar esta difusa frontera entre tiempo de trabajo y tiempo de ocio/personal.


Sin embargo este es una cuestión claramente perdida por los que pretendan volver a criterios de separación clara entre ambos tiempos. De la misma forma que la «batalla» esta perdida para aquellos que sigan pensando que la regulación en términos de tiempo de trabajo puede volver a ser la misma que nuestros padres conocieron en la segunda mitad del siglo pasado. Los tiempos han camnbiado y más cambiarán cuando nos consolidemos en la nueva realidad despues de esta crisis. La capacidad de autogestión, de elaboración de proyectos y la habilidad comunicativa serán destrezas importantes tanto para empleados como para profesionales independientes.

Recordemos que libertad de elegir cómo trabajar viene acompañada de la responsabilidad de obtener resultados. Pasaremos del control sobre la forma en desarrollar las tareas al control sobre los resultados y ello va a exigir para muchas organizaciones adaptarse a cambios culturales, rutinas y formas de hacer que no les resultarán fáciles de implementar.

Las diferentes soluciones de las que disponemos hoy revolucionan cómo, dónde y cuándo realizamos nuestro trabajo. Así que, si ya no sirve lo de trabajar de nueve a cinco, ¿por qué tendríamos que aplicar reglamentos estrictos al concepto de tiempo de trabajo? La capacidad de combinar trabajo y ocio con la ayuda de la tecnología será un factor clave que modelará las vidas de las personas durante la próxima década. Si las organizaciones no se adaptan a esta tendencia es posible que pierdan a sus mejores talentos, que se marcharán a otras más ágiles o que terminen optando por modalidades distintas al del empleo “tradicional”. Si asumen que el trabajo es una actividad que se puede desarrollar en cualquier lugar y en cualquier momento tendrán, con total probabilidad mayor capacidad para atraer y reterner a los mejores talentos. Y si son capaces de medir y recompensar el rendimiento y de tratar a sus empleados como personas adultas, tendrán éxito.

Parece un objetivo fácil pero que, sin embargo, choca con la cultura dominante en muchas organizaciones, y conseguirlo puede exigir una profunda revolución en los estilos de dirección y de liderazgo.

Tenemos que vivir muchas cosas nuevas… esperemos estar ahí para verlas.