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El futuro, y el futuro del empleo plantea grandes retos sociales y particularmente a los ámbitos formativos y de la orientación profesional. Sobre la necesidad de acercar a las entidades formativas (en todos sus niveles) a la realidad de la demanda del mercado de trabajo se ha escrito mucho. Respecto a los procesos de Orientación e Inserción nos queda muchos por hacer, empezando por realizar los cambios de paradigma necesarios para que éstos entiendan quienes son sus clientes o simplemente ser más eficientes en la gestión de los recursos.

Un proceso de cambio, como bien sabemos todos aquellos que hemos tenido algún tipo de actividad en este campo, que (como los análisis realizados por Fedea muestran) tienen que dirigirse más en la inserción que en el acompañamiento. Hay una máxima que yo mismo he utilizado, y que a menudo parece que olvidamos, y sobre la creo que habrá un acuerdo unánime. “La empleabilidad de una persona (entendida como la posibilidad de ser atractiva para dar respuesta a las necesidades del mercado) es inversamente proporcional al tiempo que ha estado en desempleo”. Cómo afirma Sara de la Rica “tenemos lamentablemente mucha gente que orientar y formar y unos servicios integrados por personas con mucha voluntad y compromiso,  pero probablemente incapaces para asumirlos los nuevos retos” empezando por orientar a las personas a formarse en aquello que el mercado realmente necesita.

Y mientras tanto seguimos discutiendo en esa materia sobre colaboración publica/privada, sobre qué tipos de perfiles y programas deben implementar cada uno de los sectores, poniendo simplemente parches cuando existen muchas experiencias interesantes que deberían de estudiarse y generalizarse (porqué han mostrado su eficacia con independencia de las características de los gestores) y sin tomar en cuenta como afirma Mari Luz Rodriguez “que en materia de políticas activas de ocupación se puede descentralizar todo lo que se quiera” aunque evitando las redundancias y destinando los recursos a aquello que resulte relevante y que objetivamente muestre su eficacia.

Una nueva cultura que como el profesor Miguel Angel Malo afirma, pone a los sindicatos al borde del abismo. “En nuestro país los sindicatos estan mal situados. Continúan centrados en proteger los puestos de trabajo en sí mismos, en unas determinadas empresas y en unos sectores cuando en el nuevo escenario es preciso que los sistemas de protección se desplacen del lugar de trabajo a la persona. Es esta la que ha de estar protegida durante su recorrido profesional”.

Quiero recordar que «¿Tiene el empleo futuro? fué el tema sobre el que debatimos en la sesión que desarrollamos en Madrid el pasado mes de Junio y que supuso el lanzamiento de la Fundación Ergon Económico Mundial. Recordemos que, finalmente, nuestros líderes han finalmente empezado a aceptar que es necesario afrontar este problema. Los riesgos de desaparición de las llamadas clases medias en las sociedades más desarrolladas y el incremento de la desigualdad social son más que evidentes. Tenemos el peligro de vivir con ejércitos de desempleados que subsistirán a duras penas (o ni siquiera eso) mientras que los propietarios de las nuevas tecnologías acumularán cada vez más riqueza y poder.


Un proceso que podemos dejar sin control con lo que intuímos que puede ocurrir o anticiparnos a él redefiniendo el significado del trabajo y, al hacerlo, establecer nuevos criterios para la vida humana.


Enrique Dans  en https://www.enriquedans.com/2017/12/trabajar-menos.html y en relación a este tema se formula las preguntas siguientes: “¿Y si la idea de un trabajo de ocho horas y con una definición determinada diese paso a otro tipo de trabajo, en el que una persona aporta cosas que un robot no es capaz de aportar, o no resulta interesante que aporte por la razón que sea? ¿Y si esa idea de productividad vinculada a horas, que de hecho siempre ha estado en cuestión, diese paso a otro tipo de aportación cuantificada en función de otros criterios, y eso llevase a que el trabajo se definiese de otra manera? Tenemos que reconocer que hoy no tenemos la respuesta final a estas preguntas, pero ya el hecho de que nos las planteemos sea un primer paso.

Recordemos que la jornada de 8 horas fue una conquista conseguida por la clase trabajadora a finales del siglo XIX cuando la gran mayoría de los trabajos/empleos estaban centrados en los entornos industriales, de la agricultura y de los servicios (basados en una organización taylorizada que exigía una proximidad física y con un alto componente de esfuerzo de esta índole). En un mundo en el que los trabajos más físicos van a ser desarrollados por robots ¿no tendría sentido plantearse una revisión de estos principios generales? En ningún caso hablamos de verdades absolutas o universales”. Después de todo… ¿por qué ocho horas? ¿Quién – y hace cuánto – definió que esa era la métrica adecuada, y para qué?

El periodista e historiador holandés Rutger Bergman que define el trabajo como “hacer algo que agrega valor a la sociedad” distingue entre el trabajo, con un elevado prestigio social, que se realiza en el sector financiero y cuya utilidad social nadie discute del que desarrollan, por ejemplo, los voluntarios. “Piense en todo el trabajo que hacen los voluntarios. No perciben un centavo y no pagan impuestos, pero obviamente sería un desastre si hicieran una huelga”. Además de la gran cantidad de trabajo no remunerado (y por tanto no considerado como empleo) que se realiza en el cuidado de los niños, la atención de los ancianos, etc. Sin este trabajo la vida social, tal como la conocemos es imposible.

Lo dicho tenemos un problema, que hemos de analizar, proponer e implantar soluciones y dejar de mirarnos en el obligo o simplemente para otro lado. Algo que tenemos que hacer sí o si cuando salgamos de la crísis que estamos viviendo.