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Uno de los efectos de la situación de crisis en la que vivimos es la necesidad de un  replanteamiento de los esquemas de funcionamiento en todos los ámbitos de nuestra vida. Probablemente no saldremos de la “crisis” hasta que estos cambios sean lo suficientemente profundos.

Mientras tanto estamos constatando que para muchas personas la inseguridad provoca un aumento del conservadurismo (entendido como la tendencia a conservar lo que tenemos) y una postura defensiva que desemboca en actitudes cerradas, de falta de iniciativa y de nula capacidad de adaptación a los nuevos contextos. Esto hace que, en muchos casos, los efectos sean aún más negativos. Ya se sabe que el “sálvese quien pueda” provoca más víctimas.

Para otros, la misma situación les motiva a la búsqueda de respuestas en campos diversos. Y es significativo que esta “apertura de miras” nos dirija no hacía lo más lejano en un mundo globalizado, sino al contrario, a preocuparnos y valorar la  proximidad, la comunicación interpersonal, la participación presencial, es decir la dimensión más social y comunitaria. Un ejemplo es el aumento de la participación ciudadana en acciones solidarias entre las que me permito destacar dos ejemplos recientes entre otros muchos de carácter más anónimo: la “Marató de TV3”, o el éxito sin precedentes de la colecta desarrollada recientemente para el Banco de Alimentos.

Otro indicador es la mayor presencia de la solidaridad y la responsabilidad social en la publicidad de muchas empresas. Por ejemplo algunas organizaciones del sector de las telecomunicaciones han adaptado formas de consulta del 15-M en sus anuncios.  Así pues, es muy positivo que “hacer el bien”, la beneficencia, gane espacio público y lo haga a partir de experiencias reales, de la práctica cotidiana y que ello se vea impulsado y gestionado no sólo como una estrategia más de marketing.

Sin embargo me planteo algunas cuestiones que quiero compartir en este mensaje.

ü  Este mayor activismo responde a un replanteamiento profundo, o se queda sólo en la inmediatez y la superficialidad. ¿Estas acciones responden a un plan a medio y largo plazo?.  Servirán para cambiar el funcionamiento interno de las organizaciones o serán solo “para la galería”?

ü  Tenemos urgencias materiales pero también comunitarias. Las consecuencias sociales y económicas que genera la crisis y el desempleo cada vez más importante en determinados sectores incide en el incremento de la violencia de género y familiar, en la discriminación por origen cultural, en el fracaso escolar. ¿Qué se puede hacer en el ámbito de la RSC en estos nuevos ámbitos de conflicto o necesidad social?. 

ü  Si la reducción de fondos gubernamentales en todos los ámbitos afectan también a los recursos dedicados a la gestión de los problemas sociales.  ¿Es necesario también definir planteamientos políticos de RSC por parte de las administraciones públicas?

Creo que las nociones de iniciativa social “pública” o “privada” necesitan un replanteamiento y una redefinición. Las empresas tienen una responsabilidad social y cada vez asumen un papel más relevante en los servicios públicos. Y al mismo tiempo muchas entidades abren su horizonte de colaboración y ven a las empresas no sólo cómo financiadores sino como socios.  Ante este escenario se está consolidando el proceso de acercamiento entre entidades y empresas, mientras por el otro lado las administraciones públicas se ven necesariamente obligadas a entenderse con el sector empresarial.

Sin embargo seguimos constatando que existe un déficit de reflexión y de planificación conjunta entre los 3 sectores (asociativo, empresarial y administración). Una reflexión que es necesario impulsar y consolidar en el corto y medio plazo. En este punto queda un largo camino por recorrer.

Recordemos que todos nos necesitamos. Sin cambios reales en nuestros modelos de comportamiento y sin una colaboración real con los otros (personas, organizaciones, empresas y administración) no superaremos la crisis ni seremos capaces de generar las respuestas a las nuevas necesidades que ésta nos impone.