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Somos muchos los que pensamos que hoy las acciones empresariales en el marco de lo que comúnmente se denomina Responsabilidad Social Empresarial pasan por momentos de replanteamiento y confusión.

A salvo de algunas excepciones relevantes, en la mayoría de los casos, las actividades desarrolladas se están centrando estrictamente en cómo cumplir, con los mínimos costes, las normativas legales. En 2011 no hemos conseguido, todavía, consolidar en el ámbito de la RSE un modelo de actuación claro y definido ni implicar a la gran mayoría de empresas y organizaciones.

Digámoslo claramente, muchas actividades de RSE que se habían desarrollado bajo un enfoque estricto de marketing, han sido impactadas directamente por la crisis y las reducciones presupuestarias. Todo ello provoca que hoy en muchas organizaciones, términos como igualdad, derechos humanos, diversidad, conciliación, sostenibilidad, biodiversidad, etc sean tratadas meramente como términos de un decálogo de buenas intenciones sin contenidos concretos.

Lo “responsable” es hoy utilizado para organizar un curso, una publicación, un estudio, resultando difícil en este complejo entramado distinguir y transformar lo relevante de lo que no lo es, lo que se hace por mero voluntarismo, de lo que ya forma parte del ADN empresarial. La RSE sólo va a resultar creíble cuando los procedimientos no suplanten los valores, las apariencias a las conductas, la comunicación a la percepción, la acción a los principios, las memorias a los hechos, las expectativas a las realidades.

La responsabilidad ha de convertirse en uno más de los elementos clave de la gestión empresarial.

Lamentablemente nos queda, todavía mucho camino por recorrer. Al mismo tiempo –coincidiendo con el interés demostrado por los medios de comunicación en el concepto- han aparecido en este entorno un gran número de consultores, cátedras, observatorios, clubs, masters, agencias, índices, laboratorios etc, sin que, por el contrario, los realmente implicados: gobierno, interlocutores sociales y organizaciones sociales se hayan “sentado” a definir cómo articular todo este conjunto de actuaciones en el día a día real de las organizaciones. Aún me resulta increíble la poca sensibilidad que se dispensa, en determinados entornos sindicales, por actividades de RSE bien enfocadas, orientadas y que aportan valor social e indudablemente a la organización que las lleva a cabo.

Y todo esto se produce en un contexto que impone medidas restrictivas en el conjunto de las administraciones públicas, tanto en inversiones, gastos de personal y como no en el gasto social. No se sí deberemos replantearnos el “estado del bienestar” que hemos construido entre todos en los últimos 40 años del siglo XX. En todo caso hemos conseguido crear índices de cobertura sin parangón en la historia y está claro, por lo menos a corto o medio plazo, que tales coberturas no van a poder ser financiadas como hasta este momento.

Resulta imprescindible una implicación del ámbito empresarial en este ámbito. Sin ello muchas de ellas no van a ser sostenibles. No sé si vamos a poder transmitir a las generaciones futuras ámbitos de bienestar que nosotros hemos podido disfrutar. Mientras que el grado de seguridad que hemos sido capaces de ofrecer a las capas sociales menos favorecidas ha sido sin duda muy notable, esta cobertura ha sido el elemento fundamental que ha permitido establecer y consolidar un estado en el que los elementos de cohesión social han sido sin duda muy relevantes. Mantener esto va a resultar difícil. Los hechos ocurridos este verano en Inglaterra son claramente una muestra de las dificultades y de los problemas que están latentes en nuestro entorno.

La financiación de determinados programas sociales sólo va a ser posible con el compromiso y la responsabilidad de la sociedad civil, y como no de la sociedad empresarial. Para ello y el paralelo a la exigencia de una mayor exigencia en la calidad y la productividad de las acciones y un balance adecuado entre derechos y obligaciones, será necesario una mayor implicación de todos. Hasta este momento como ciudadanos y como organizaciones no nos hemos ocupado de “lo social”, que corría a cargo de los ámbitos de la administración. Esto no va a poder ser así en el futuro.

Por todo ello, resulta cada vez más necesario articular elementos de relación entre el mundo empresarial/organizativo y el social. Poca cosa se ha hecho, lamentablemente, para acercar, vincular y unir a dos mundos que se necesitan pero que, lamentablemente hoy siguen campando por sus “anchas”. Me refiero evidentemente a la falta de relación de contacto, de convivencia entre lo que denominaríamos mundo social y mundo organizacional.

No podemos olvidarnos de que las necesidades pueden llegar a ser incluso más elevadas, que en los momentos precedentes, lo que exigirá el compromiso social de los ciudadanos, y de las organizaciones. Sin duda un incentivo para este compromiso consistirá en establecer incentivos fiscales adecuados.

La existencia de un compromiso empresarial vinculado a planteamientos de productividad y eficacia en la gestión de los recursos públicos, son los elementos clave sin nos que será imposible encontrar un balance que permita hacer responsabilidad sostenible.

En resumen: hemos de gestionar los temas de RSE pensando en que no es tan sólo una moda, una normativa legal que hay que cumplir, un elemento más utilizable para el marketing y tomando en consideración que no puede, por otra parte, dejarse al amparo de la buena voluntad. Para ello es necesario vincular a los dos términos que dan título a este artículo: Responsabilidad y Resultados. Porque resulta evidente que tan sólo conseguiremos implicar de forma proactiva a nuestras organizaciones y empresas en los ámbitos de responsabilidad si somos capaces de mostrarles el impacto que tales acciones pueden llegar a generar en los resultados.