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Vivimos en un contexto social en el que muchos de nosotros esperamos que alguien externo (el estado, la comunidad autonómica, el ayuntamiento, la UE etc) nos identifique como ciudadanos débiles, actúe por nosotros, nos conceda una subvención, empleo o ayuda social. 

Son muchos los que siguen aspirando únicamente a acceder a un entorno más o menos seguro (¿Administración Pública?) para luego quejarse del recorte de las libertades individuales! Cuando dependemos de terceros tenemos, evidentemente, mucha menos libertad o menos opciones de autogestión. En definitiva nuestra capacidad para actuar por nosotros mismos se resiente y tendemos a preferir la estabilidad, lo conocido y lo que nos da mayor seguridad.

Durante los últimos años y como respuesta a la crisis del empleo hemos generado y diseñado políticas, definido programas y destinado recursos a incentivar a los emprendedores. Sin embargo todos los emprendedores sabemos que sabemos que sin motivación, compromiso y esfuerzo no saldremos adelante. Las ayudas externas pueden ser bienvenidas pero no han de ser el objetivo ni el fundamento de la actividad emprendedora.

No creo en la validez y la efectividad de muchas de estas acciones. Y creo que una vez más hemos podido comprobar que con “normas sobre emprendedores” no vamos a poder cambiar la mentalidad de nuestros jóvenes ni conseguiremos resolver nuestros problemas.

Los emprendedores no nacen como consecuencia de una norma. Crear «emprendedores» es una acción que exige un cambio cultural y por tanto tiempo y esfuerzo. Bienvenidas las leyes y las normas de apoyo pero…..

Y además debemos de expresarnos con claridad. Lamentablemente no somos una sociedad culturalmente favorable al emprendimiento, (aunque podamos contar con excepciones que en todo caso no hacen sino confirmar, una vez más,  la regla general).

Nos hemos educado en un entorno cultural en el que el trabajo «para toda la vida» en cualquiera de los ámbitos de la administración pública o en una gran organización, era el objetivo a alcanzar. Recuerdo que mi padre (fallecido hace algunos años) no paró hasta que uno de sus dos hijos pudo acceder a un empleo en una organización “segura” como La Caixa, una actitud muy común en las clases “medias” en las décadas de los 80-90 y todavía muy consolidada hoy en muchos entornos sociales. Recordemos que existen factores culturales muy introducidos en nuestra mente que no favorecen el espíritu emprendedor. 

Que gran invento este de tener a todo el mundo esperando la llegada de una subvención, un enchufe, un trabajo de por vida…. o más recientemente el rescate. En la cercanía de Navidad desde hace años vivimos en Barcelona/Catalunya lo que se denomina «el gran recapte». Siendo cómo es una iniciativa excelente y que sin duda ayuda a paliar situaciones de gran complejidad no deja de ser una forma más de «subsidio» individual que no supone ningún tipo de exigencia al individuo.

Imaginemos un desierto. Dos ciudadanos anónimos esperan hace horas que alguien los saque de ahí y han sido incapaces de comunicar su situación. Si el tiempo pasa y nada ocurre seguramente morirán. Uno de ellos empieza a andar. No hay dirección concreta ni plan. Sólo intuición y valor. El otro espera que llegue un helicóptero. ¿Quién tiene más opciones de salvarse? o ¿Quién debería de ser rescatado? A mí no me cabe la menor duda. El que lucha, se enfrenta a su situación, busca una salida, es el individuo que merece sobrevivir.

Decía Littlewood: “si no nos perdemos nunca, no encontraremos otros caminos”. A lo largo de mi vida he intentado poner en marcha diferentes proyectos empresariales, algunos con resultado positivo, y otros fracasados. No sé si he hecho bien o mal. Sé que he cometido muchos errores. Pero si sé que nadie no podrá decir que no lo intenté.  Es evidente que el que finalmente ha hecho toda su vida profesional, con éxito en todo caso, en La Caixa ha sido mi hermano.