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En diferentes post publicados en los últimos años he hecho referencia a los problemas (sin resolver) de nuestro mercado de trabajo.  

A pesar de que todos estemos concentrados en otros temas resulta conveniente recordar que la realidad del empleo en nuestro país sigue siendo manifestamente mejorable. Una realidad que que nos recuerda el informe sobre la economía española del FMI publicado la semana pasada en el que tras reconocer que estamos asistiendo a una fuerte recuperación del empleo impulsado por la moderación salarial, las reformas laborables y el incremento de la competitividad externa, señala que esta situación «ha sido conducida predominantemente por una expansión del empleo de baja calidad» centrado en el sector servicios en general y en el turístico en particular. Un problema sobre el que no hemos hecho nada desde las últimas elecciones, y sobre el que seguimos instalados sin poner en marcha los cambios que sí o sí necesitamos abordar.

Los cambios que tenemos pendiente de implementar pueden tener una base jurídica pero, desde mi punto de vista responden a hitos de carácter cultural. Cambios que ya se iniciaron de alguna una manera en una reforma laboral que muchos criticamos por ser poco exigente, pero que sin duda ha ayudado a cambiar algunas conductas. Reformas en las que deberíamos de proseguir si queremos aprovecharnos del nuevo ciclo económico, en el que parece que ya estamos, y de una situación geopolítica que nos es muy favorable.

De todos es sabido que ante prolongados períodos de desempleo y decepcionantes perspectivas laborales, muchos trabajadores simplemente dejan de inscribirse en las listas de demandantes de empleo. Este comportamiento está mucho más consolidado en las culturas anglosajonas pero cada vez es, también más común, en nuestro entorno.  Hemos pasado de tener en las listas muchas más personas de las que realmente quería trabajar, básicamente con el objetivo de acceder a subsidios vinculados en muchos casos a actividades formativas sin sentido, a otro en el que muchos desempleados dejan de figurar como demandantes.

A finales del año 2014 la consultora PwC basándose en una encuesta en la que participaron más de 400 expertos y empresarios pedía al Gobierno medidas urgentes para obtener mayor competitividad y productividad, incorporando entre ellas la del contrato único. Igualmente el servicio de estudios del BBVA apuesta por esta fórmula con costes de despido crecientes vinculados con la antigüedad del trabajador en la empresa, así como por aumentar la dotación y rediseñar las políticas activas de empleo. Recordemos que, aunque hemos podido tener algunos hitos positivos en el último año basados fundamentalmente en el excelente comportamiento del sector turístico seguimos con ratios de desempleo juvenil cercanos al 50%.


Creo firmemente en la necesidad de mejorar los aspectos de entrada y salida del mercado de trabajo mientras que no comparto el criterio de mantener el principio de que las indemnizaciones por extinción crezcan con la antigüedad, un concepto que debería de ser sustituido por el de vida laboral.


De hecho estoy convencido que el llamado contrato único o una reforma real de las formulas de contratación tendría mayor impacto por sus efectos «culturales» que «económicos». Necesitamos profundizar de verdad en el desarrollo de modelos modelos profesionales de carácter dual y proseguir con el esfuerzo -iniciado con la última reforma- de desarrollar una mayor claridad y transparencia en una regulación laboral basada durante muchos años en la incertidumbre. Recordemos que tradicionalmente hemos constatado que a menudo los empresarios no contrataban con carácter indefinido, no tan sólo por el coste que supone la desvinculación, sino por la falta de claridad y concreción de las condiciones de extinción.

Aunque ya se ha repetido en muchas ocasiones la legislación laboral no crea empleo… el empleo lo crean los empresarios. Para ello además de la necesaria revitalización de la economía, hace falta promover un mercado laboral que facilite la libre movilidad profesional, que elimine los burocratismos de todo tipo, y que traslade la determinación de las condiciones de contratación al lugar más cercano a la empresa.

Por ello insisto en la necesidad de complementar la medida del contrato único, implantar reformas que son necesarias, cambiar las percepciones de los actores y mover el mercado de trabajo hacia la consecución de más y mejores condiciones de contratación. Algunas medidas que deberían implantarse son las siguientes:

  • Generar nuevos modelos de concertación más ágiles y cercanos a la realidad de cada empresa/sector.
  • Vincular las prestaciones de desempleo a la búsqueda real de alternativas de empleo.
  • Reformar la educación superior para adaptarla a las necesidades del mercado de trabajo.
  • Adecuar la oferta de formación continua a las necesidades reales de las empresas 
  • Equiparar los regímenes general y autónomo en la seguridad social.
  • Modificar el régimen contractual en el sector público excepto para las funciones «estratégicas».
  • Establecer verdaderas medidas de evaluación de las políticas activas de empleo.

Seria también conveniente que la administración pública (en todos sus ámbitos) reduzca su intervencionismo en el ámbito del empleo que funciona mejor sin interferencias públicas. 


Tendemos a confundir la gestión del empleo con la de las políticas sociales.

Reincidiendo en los elementos culturales insisto en que no podemos mirar hacia otro lado y que necesitamos correr riesgos, cambiando lo que no funciona y siendo más flexibles para adaptarnos a una realidad cambiante. Esto si que sería un cambio cultural relevante.

No podemos olvidarnos de un mercado de trabajo que sigue enfermo. Tenemos muchas cosas que hacer y poco tiempo para hacerlas. Tenemos enfrente. además, la necesidad de responder a los nuevos retos que en esta materia generan los procesos de robotización y digitalización de muchas de las actividades laborales que hoy son alternativas de empleo y que probablemente desaparecerán a corto plazo. No podemos seguir mirando para otro lado. No podemos seguir sin enfrentarnos realmente a un problema sobre el que quedan muchas cosas que hacer y sobre el que parece que a nadie ocupa ni preocupa al margen de a unos cuantos «locos» como yo mismo.