Tiempo de lectura: 4 minutos

Al iniciar esta nota viene a mi mente la duda sobre la denominación las unidades de cuidados intensivos en nuestro sistema sanitario. Ahora mismo no sé si es UVI o UCI. En todo caso lo que esta claro es que tenemos a nuestro mercado de trabajo muy enfermo, con un diagnóstico muy complicado, y en la puerta, a punto de necesitar su ingreso en la una unidad de cuidados intensivos.

Como muchos de vosotros soy consciente de que la entrada se producirá definitivamente este próximo otoño y esperamos que la plantilla de médicos de la unidad sea capaz de ayudarle a superar el problema.

Aceptada la obviedad de que el origen de la crisis actual no ha sido la salud de nuestro mercado de trabajo, somos muchos los que opinamos y nos manifestamos sobre la necesidad de desarrollar una cura de urgencia para resolver su pésimo funcionamiento, que, aunque no sea el origen de la crisis, sí que, probablemente, agrava su impacto. Necesita cuidados paliativos y reanimación total para que una vez resuelto sus graves dolencias, nos pueda situar en la mejor de las condiciones posibles en el momento de que la crisis se ralentice y se inicie el proceso de reactivación de la situación económica.

Sobre el diagnostico creo que existe un amplio consenso. Nuestro mercado de trabajo sufre tres grandes malformaciones. La primera el marco de contratación. El análisis del datos referente al número de contratos registrados alcanzados en los dos últimos años (16,6 millones en 2008 y 18,6 en el 2007) y su comparación con el volumen de nuestra población activa -16,7 millones en 2008- llevaría a un extraterrestre, que no conociese nuestra normativa laboral, a pensar que se han hecho tantos contratos como trabajadores y que nuestro marco legal exige la renovación anual de todos los contratos laborales. Evidentemente nada más alejado de la realidad. Los datos de contratación en España en este momento no son muy superiores a los 70 días de media. Esto quiere decir que los 14,3 millones de contratos temporales registrados en 2008 tuvieron una duración media no muy superior a tres meses. Dato clave, a juicio de todos los expertos, para explicar los bajos índices de productividad, de nuestra economía.

La segunda malformación esta derivada de lo que he venido en denominar en otro artículo «injusticia intergeneracional». Como consecuencia de lo anterior y de alguna otra ineficiencia menor tenemos un mercado laboral totalmente segmentado entre dos colectivos totalmente diferenciados y a los que ofrecemos garantías y derechos distintos. De un lado los trabajadores que tienen un contrato indefinido -muchos de ellos siendo además empleados de las administraciones públicas- y por otro lado los empleados, normalmente más jóvenes, con contratos temporales y fecha de caducidad cierta de pocos días y/o semanas. Nuestra tasa de temporalidad es normalmente superior al 30% (aunque se ha reducido hasta el 25% en el último año como consecuencia de que siempre los procesos de reestructuración empiezan por los trabajadores temporales), y, por otra parte podemos constatar que la mayoría de este colectivo de trabajadores -flexibles- está integrado por jóvenes. Este dato ha sido señalado en reiteradas ocasiones como una de los datos claves para explicar el bajo nivel de formación y motivación de nuestra masa laboral.

Por último, y como consecuencia de los dos anteriores, (resulta que nuestro enfermo tiene una dolencia que se agrava por múltiples variables) tenemos el honor de ser el país capaz de mantener la tasa de desempleo mas elevada de los 15 países de la UE (sin contar los de la última ampliación). Hemos pasado del 21% en 1986 al 16,3 en 1991, el 23% en 1995 al 7,8% en 2006 tras 12 años de crecimiento ininterrumpido de nuestro economía. Sin embargo el dato del 2006 -que nos situaba en la normalidad- se ha visto socavado por el crecimiento sin freno que se ha producido en los dos últimos años y que nos sitúa en el 18% de desempleo en estos momentos -con previsiones de crecer en los últimos meses del año- frente a un 9% del resto de los UE15.

Y todo ello agravado por diferencias internas relevantes que agravan si cabe más el problema pues estamos conviviendo con comunidades cuyo nivel es muy cercano al dato europeo (Pais Vasco y Navarra) con otras como Canarias y Andalucía que sitúan sus datos por encima del 24%. Desconozco el impacto real de esta situación en la productividad de nuestra económica aunque si afirmo que esto es una muestra más de una injusticia social que todos aceptamos y cuyas consecuencias no pueden ser más que nocivas tanto desde el punto de vista económico como social.

Frente a esta situación de enfermedad grave -aunque algún otro ya la ha denominado terminal- la solución de culpar al modelo productivo como causa única y fundamental de nuestros males no considero que sea la solución.

Es como si nos pusiéramos a matar elefantes con perdigones. Esto nos llevaría a pensar que la especialización productiva de un país se decide por un planificador central, lo cual es ciertamente, y demos las gracias a que así sea, totalmente discutible. Las decisiones de producción responden a un sistema de incentivos económicos, entre los que -pero como uno más y no como el más relevante- se halla la legislación laboral.

A los que afirman que la solución de los problemas es la creación de un nuevo modelo productivo les diría que más allá de que esto necesita un tiempo dilatado que no considero que el enfermo pueda ser capaz de aguantar, es necesario y urgente utilizar otras formulas más simples, sencillas y prácticas.

Estoy seguro que el enfermo las agradecería y con ello sí que probablemente, tendríamos algo más de tiempo para intentar cambiar el modelo. Por favor no vayamos a empezar una vez más la casa por el tejado.