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Hace pocas semanas escribí sobre el libro de Xavier Más de Xaxas “el árbol del mundo” que Carmen me regaló en la fiesta de Sant Jordi.

Un libro en el que Xavier, evidentemente, se refiere entre otros al conflicto de Ucraïna. Hoy, sin embargo, tomo como referencia el artículo que el propio Xavier publicó en La Vanguardia este mismo dia titulado “Al lado de los que resisten en Khàrkif”. Una ciudad que conviene recordar esta situada a tan sólo 50 Km de la frontera entre ambos países.

Y lo voy a hacer simplemente tomando como base algunos de los mensajes/frases incorporados en él, dejándote a ti lector que hagas los enlaces o que crees las conclusiones que estimes más convenientes:

“Ya no quedan rusos en Ucrania. Aunque los 7,5 millones que había antes de la invasión sigan siéndolo, ya no pueden decirlo. Ahora son ucranianos. Nada más. Hablan el idioma del agresor y por eso ya no pueden tener una identidad dual. La guerra simplifica y alinea”.

“Putin debería haberlo sabido, pero se enamoró de las apariencias. Ningún ucraniano levantó un arma para defender a Crimea en el 2014 y pensó que tampoco lo levantarían ahora por esta ciudad de ingenieros industriales y polígonos fabriles situada a 50 kilómetros de la frontera rusa”. “Putin no vio al dios que nadie podía ver, pero sigue sin verle ahora que se ha revelado. No podrá vencer a los ucranianos que aspiran a morir con gloria, pero podrá seguir viviendo si es valiente en la derrota

La guerra intenta imponer una solución definitiva en la que es imposible. Si los filósofos, los profetas y los poetas no la han encontrado, menos los caudillos. Ellos y sus generales imponen el silencio en el que antes florecía la cultura. Ya no hay poemas, sólo órdenes”.

“La guerra vista desde la guerra enmudece. Sólo desde un país en paz puede rendírsele culto, utilizar el germen de la confrontación violenta –aunque sea dialéctica– para imponer una idea y un estatus. La democracia pierde su lógica en las tierras apocalípticas de las ciudades arrasadas por las bombas celestiales. También la pierde el totalitarismo, y su espacio le ocupa la libertad, la solidaridad y la crueldad que obliga a la supervivencia”.

En Ucraïna “La destrucción humana y física es masiva. La fuerza bélica ha eliminado los matices en los que arraiga la convivencia”. “Cuando el mundo está enfermo, como en Járkov, no importan la estrategia ni la política y, mucho menos, la ideología. Importa la libertad y la muerte porque el mundo de la guerra es binario, blanco o negro, héroes y cobardes”.

Mientras tanto “Detrás de esta mortaja, la vida todavía late. Es una divinidad en bata y zapatillas la que asiste a la realidad indefensa. Toca con su gracia a quienes resisten con dos patatas en una olla”.