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Estoy convencido de que esta crisis la vamos a superar, pero también que una vez superada nada será igual.

Con esta reflexión inicio el último párrafo del segundo post de esta serie accesible en Transparencia y Confianza (2) – Pau Hortal Un post en el que formulo la hipótesis de que (superada la crisis sanitaria) habrá actitudes y comportamientos del pasado que no volverán mientras que, en el proceso de aprender a vivir en un mundo diferente, aflorarán nuevos retos. «Si la tormenta pasara, la humanidad sobrevivirá, la mayoria de nosotros seguiremos vivos… pero viviremos en un mundo diferente». Un mundo en el que uno de los debates mas importantes sea el que resulte del dilema entre transparencia/vigilancia y confianza/miedo.

«Muchas medidas a corto plazo tomadas durante la emergencia se convertirán en parte integral de la vida. Esa es la naturaleza de las emergencias. Aceleran los procesos históricos. Decisiones que en tiempos normales llevarían años de deliberación se aprueban en cuestión de horas. Tecnologías incipientes o incluso peligrosas se introducen a toda prisa, porque son mayores los riesgos de no hacer nada. Países enteros hacen de cobayas en experimentos sociales a gran escala. ¿Qué ocurre cuando todo el mundo trabaja desde casa y se comunica sólo a distancia? ¿Qué ocurre cuando escuelas y universidades dejan de ser presenciales?” Este párrafo contenido en el artículo de Yuval Harari accesible en el link https://www.lavanguardia.com/internacional/20200405/48285133216/yuval-harari-mundo-despues-coronavirus.html nos sitúa perfectamente en la contexto que pretendo definir.


Y la tecnología que por sí misma es neutra, puede admitir usos que si no son controlados socialmente, pueden poner en cuestión algunos de los principios en los que hemos fundamentado nuestra existencia.


Y este uso no está limitado a sociedades particulares y lejanas como la china. El propio Yuval propone una reflexión sobre el uso en Israel del uso de las herramientas aplicadas a la vigilancia terrorista para el seguimiento y control de la pandemia del coronavirus. Mientras, en nuestro propio entorno, recordamos cómo en las fases iniciales de la crisis nuestro gobierno optó por campañas de tipo patriótico (la presencia de militares en las ruedas de prensa de seguimiento del proceso nos impactó a muchos). “Así los ciudadanos aceptan las decisiones. El miedo hace que estén dispuestos a sacrificar libertad por seguridad, como vemos en las encuestas. El miedo hace que incluso se apunten a hacer de delatores”.

Pero la realidad es que (al margen del desconocimiento global sobre el impacto de una pandemia como la que hemos vivido) no disponíamos de una sanidad tan excelente como muchos afirmaban, nuestro sistema de residencias era  claramente un desastre (salvo honrosas excepciones) y además no disponíamos de los recursos físicos (respiradores, mascarillas, etc) adecuados para enfrentarnos a ella. Y ello además en un marco cultural que se fundamenta en el hecho de que tenemos una administración que cree que los ciudadanos somos individuos cuyo único objetivo vital es el de escarpar de su control (en términos de seguridad, fiscalidad etc).


Toda crisis tiene consecuencias y esta las tendrá en diversos planos. Uno de ellas (que puede cronificarse) es el de una involución en valores y principios, así como una restricción en materia de libertades públicas y derechos fundamentales.


Es cierto que existe una necesidad urgente de solventar el problema de salud pública que esta pandemia está generando y, también, que una vez superada esta etapa, tendremos que centrarnos en volver a poner en marcha nuestras vidas y la economía, la real, que es la que nos afecta a todos los ciudadanos. De todo esto no hay duda, pero lo importante es saber qué precio estamos dispuestos a pagar por ello para saber si los asumimos o no.

El miedo, que en situaciones como esta se adueña de todo y de todos, no puede ser el único aspecto que defina la ruta a seguir. El miedo no debe de ser la causa que nos lleve a renunciar a algunos derechos y libertades por los cuales mucha gente, antes que nosotros, dio su vida para garantizárnoslos.

¡No hay peor compañero de viaje que el miedo!