Necesitamos algo de magia y al mismo tiempo “no hay fórmulas mágicas”. Con esta expresión entrecomillada iniciaba hace algún tiempo Iñigo Sagardoy un artículo publicado en Expansión.
Un artículo en el que Iñigo reflexiona sobre los efectos de la reforma laboral en nuestro mercado de trabajo. Ahora que parece que se acerca el final de la crisis (aunque no se si esta predicción será válida en materia de empleo) me parece conveniente escribir el siguiente comentario tomando como base alguna de sus reflexiones y/o argumentos.
Afirma Iñigo en el artículo “No hay fórmulas mágicas. Ojalá las hubiera en materia laboral y pudiéramos mejorar la situación de nuestro mercado de trabajo rápida y eficazmente. Dicho lo cual, la ley laboral sirve, como pocas otras, para ser epicentro de reformas estructurales de cualquier país a nivel macroeconómico, y a la vez instrumento de mejora o deterioro de cualquier actividad empresarial, bien sea de gran tamaño, bien sea una microempresa”.
En todo caso aunque la reforma laboral no haya conseguido reducir el volumen de desempleo es probable que haya supuesto un paso más en modificar y cambiar los mecanismos de rigidez congénita de nuestro mercado de trabajo. Y ello aunque sus efectos a corto plazo hayan sido perversos, y aunque haya sido una más de las causas que hayan facilitado llegar a la cifra actual de desempleo. Probablemente era el trámite que teníamos que pasar por no haber sabido hacer las reformas en los momentos de bonanza.
Iñigo insiste en que necesitamos dos elementos en los que necesitamos algún tipo de magia. El primero que denomina pedagogía o lo que es lo mismo “dar a conocer la norma sin reticencias ideológicas”. El segundo un cambio de mentalidad tanto en los agentes sociales como en los jueces que cuidan de su aplicación. Yo añadiría un tercero para el cual parece que la magia todavía resulta ser más necesaria: reenfocar de verdad el conjunto de las políticas activas de empleo.
Mientras tanto es necesario introducir algunos elementos de carácter más técnico. A saber: Rebajar los costes indirectos en la contratación, eliminando las bonificaciones que son en la práctica utilizadas por los empleadores con otros objetivos. Cambiar nuestro modelo de prestaciones de desempleo que no incentivan a la búsqueda ni a la aceptación de ofertas alternativas adecuadas a las necesidades del mercado. Reformar el sistema de pensiones para hacerlo sostenible. Ah y no deberíamos de olvidarnos de la necesidad de reducir las más de 40 modalidades de contratación existentes para ir derivando en lo que los expertos denominan contrato único.
Dejando de lado el resto de elementos de la reforma que solo surtirán efectos relevantes en el momento en que se reestablezca el consumo y se abra la llave del crédito a las pymes es absolutamente necesario que pongamos “algo de magia o de imaginación” en crear empleos para nuestros jóvenes. Y la fórmula de la bonificaciones a la contratación parece que no da los frutos adecuados.
Los jóvenes necesitan empleos como sea con objeto de mantener su empleabilidad. Y aunque no sea la mejor solución, la salida a otros mercados de trabajo puede ser probablemente una alternativa, como mínimo mientras encontramos la forma de encender el círculo de la confianza en nuestras empresas y nuestra economía. Una solución alternativa a corto plazo puede ser la procede de una abaratamiento del recurso humano para la empresa a través de los denominados “minijobs”.
Respecto al modelo de pensiones parece más que evidente que la generación de jubilados actuales son los que una mejor relación han conseguido tener entre contribuciones realizadas y retornos en materia de prestaciones. En el futuro las pensiones van a tener que estar necesariamente referidas al conjunto de las contribuciones generadas a lo largo de la vida profesional y al mismo tiempo estamos viviendo en una tendencia a retrasar la edad de jubilación.
Aunque ya se ha empezado a trabajar legalmente en este marco necesitamos consolidar las medidas que en la práctica hagan imposible las jubilaciones anticipadas o alternativamente incrementar el período de cotización exigible para tener derecho a la pensión máxima, importando quizá mucho menos la edad en la que cada trabajador pretende ejercer su derecho a jubilarse. De la información existente se desprende que las medidas próximas serán múltiples, y no gratas. Computar todo el conjunto de la vida laboral a los efectos del calculo de las prestaciones reducirá sin duda el importe de las prestaciones.
Como otros países de la OCDE tenemos ya un problema de sostenibilidad de nuestro sistema de pensiones que no hará más que agravarse a plazo medio (2050-2060), lo que nos obliga a continuar con las reformas y a -no hay otra solución- incentivar las coberturas privadas en materia de prestaciones. Cuando la relación activo–pasivo es inferior a dos cotizantes por trabajador pensionista tenemos un grave problema.
En cuanto a nuestro modelo de prestaciones por desempleo es obvio que no podemos seguir soportando un gasto que ronda en los últimos años los 33.000 millones de euros, sin que ello implique que no hacemos otra cosa, en cuanto a empleo se refiere, que pagar subsidios. Aumenta día a día el número de desempleados sin prestación, y resulta interminable la prórroga cada seis meses del subsidio mínimo que precisan los desempleados que han agotado las prestaciones contributivas.Y mientras tanto sabemos que la economía sumergida se ha incrementado (más del 18% del PIB), y que ello actúa como colchón para evitar conflictos sociales, a la espera de tiempos mejores.
Mientras tanto sigue siendo decepcionante que los servicios públicos de empleo solo consigan intermediar en el 3% de las contrataciones y no se hace nada para mejorar en esta tendencia. Debemos imitar inmediatamente a los mercados de empleo del Norte de Europa en los que el trabajador percibe una alta prestación por desempleo, pero está obligado a aceptar la primera oferta de empleo que reciba, y existe una real competencia en el mercado de los agentes públicos y privados. Nuestro escenario es el contrario: el sistema abona una prestación al desempleado que no tiene ningún incentivo para su recolocación y que además tiene que encontrar un empleo por sí mismo si desea salir de esta situación.
Como resumen, debemos seguir identificando aquellos elementos del marco laboral que, manteniendo el equilibrio entre protección y exigencia contribuyan a hacer más transparente nuestro mercado de trabajo, nos permitan mejorar la competitividad de nuestras empresas y fomentar la creación y mantenimiento de puestos de trabajo.
Esta claro: ¡Qué un mago nos ayude!.
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