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Cada día es mayor la certeza sobre los cambios que los entornos educativos deban de afrontar en un futuro cada vez más cercano.

Es creo una evidencia que la actividad universitaria centrada básicamente en facilitar programas de 4 años y los masters posteriores, pronto pasará a la historia. En el primer post de esta serie accesible en La Formación y el Aprendizaje en el futuro – Pau Hortal afirmaba que “debemos de cambiar el perfil académico del profesor al mentor con el objetivo de que éste se convierta en un asesor capaz de ofrecer a los individuos la orientación necesaria para que accedan a los contenidos de aprendizaje y a las habilidades y competencias que precisan en un momento determinado” Y si ello es así el rol de las empresas y organizaciones va a ser cada vez más relevante para definir el marco en el que las instituciones académicas deben actuar.


Una situación que demanda cambios en el perfil y en las competencias de los/las profesionales de la “academia” que han de dejar de ser generadores y transmisores de información/contenidos y asumir el rol de asesores, mentores y orientadores.


Soy plenamente consciente que esta afirmación va a gustar poco a los “académicos” más tradicionales. Sin embargo, el momento de la colaboración entre los entornos organizativos y educativos ha llegado. Los primeros deben identificar sus necesidades, proponer las habilidades y competencias de las que deben dotarse sus equipos, mientras que las segundas deben de atender estas demandas, cubrirlas, insertarse en la actividad de su entorno. El futuro ha de pasar, necesariamente por una mayor y más sólida relación entre ambos. Al margen, a determinadas universidades les quedará el rol de la investigación y la prospectiva, pero es indudable que este campo quedará restringido a aquellas que además sean capaces de atraer los recursos que ello implica.

La función del resto será la de crear entornos dirigidos a dar apoyo a los y las profesionales para adaptarse a los cambios que plantea el mercado, trabajar codo a cado con las organizaciones y empresas y ser actores relevantes en la gestión de la transformación acelerada que estamos viviendo hoy y que, sin lugar a dudas, seguirá en los próximos años.  El mundo educativo ha de tomar consciencia de que no puede seguir manteniéndose al margen del mercado. La necesidad existe y hay una excelente oportunidad ahí para el entorno educativo actual. Si él no lo asume alguien lo hará.


El sistema formativo en su conjunto y especialmente el universitario debe de ponerse a disposición de las necesidades del mercado, lo que supone convertirse en proveedores de empleabilidad. 


Un reto que exige un gran esfuerzo y que supone cambios radicales en los paradigmas y modelos culturales vigentes en la actualidad. Imaginemos un profesional del área de RRHH que desea crecer profesionalmente. Ya posee muchas de las habilidades necesarias y sólo necesita mejorar/adquirir el 30% restantes. Sería labor de los «mentores universitarios» ayudarle a identificar cuáles son y ofrecerle las vías para acceder a ellas. No va a resultar fácil el cambio porque ésta no ha sido la actividad tradicional de las instituciones educativas. Sin embargo, el éxito que ya estan consiguiendo las nuevas ofertas formativas en formato digital y/o presencial abundan en esta dirección.

El futuro del «trabajo» pasa por la evidencia de que las personas van a tener que intercalar constantes actividades «formativas» dentro de su vida profesional. Y ello supone también cambios radicales en las dinámicas internas a las organizaciones, y que no van a poder gestionar internamente. El momento de la colaboración real entre el mundo de la «formación» y el de la «organización» ha llegado y no sólo en el plano de la formación profesional. Ello supone modificar, también, los criterios internos de atracción, desarrollo y retención del talento. Recordemos que tradicionalmente las organizaciones tendían a cubrir sus nuevas necesidades con talento del exterior, abandonando el desarrollo interno. En este nuevo entorno (que además coincide con fenómenos nuevos cómo los que se han definido como “la gran evasión”) las organizaciones estarán obligadas a formar y desarrollar a las personas que ya están dentro de las organizaciones para evitar su “huida” y para que adquieran las nuevas habilidades y competencias.

Y ello exige, además, que seamos capaces de, por ejemplo. replantear los modelos organizativos para transformar a las organizaciones en las aulas del futuro. Necesitamos crear «nuevas instituciones educativas» partiendo evidentemente de los recursos que hoy ya disponemos en las estructuras existentes. De lo contrario y como estas instituciones se van a crear si o sí, seguiremos siendo poco eficientes en la gestión de los recursos. Y recordemos que aquí estamos hablando, una vez más, de recursos públicos, por tanto de todos.