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Los tiempos están cambiando y la evolución que vivimos es imparable. En todos los ámbitos y por tanto también en los relativos al mundo del trabajo.

A modo de ejemplo: Hace tan sólo 7 años (en 2014) los 10 perfiles más buscados en Linkedin correspondían a actividades que no existían en 2004. ¡Tan sólo 10 años antes!.

La tecnología, en un proceso continuo y cada vez más acelerado, está transformando el mundo del trabajo de una forma que muchos pueden llegar a denominar como brutal. Muchos de nosotros seríamos incapaces de describir con un mínimo acierto las funciones que desarrollan actividades como las de Arquitecto de datos, Diseñador UI/UX, o Cloud manager, que en el año 2000 simplemente no existían. Podemos simplemente pensar en las diferencias que, en muchos entornos industriales y de servicios, se han implementado en estos últimos 20 años. En los inicios de este siglo la perspectiva de que un % relevante de las tareas pudieran desarrollarse a distancia eran simplemente, ciencia ficción. Hoy el concepto de «pleno empleo» ya no sabemos lo que significa y si vamos a seguir aplicándolo y en qué condiciones en el futuro.

A pesar de que hay muchas actividades laborales que pueden no haberse modificado, (estoy pensando en las relativas a la salud, los cuidados, la seguridad etc.) reconozcamos que son pocos los sectores que no han vivido en este periodo (y particularmente en los dos últimos años) una digitalización acelerada. 

Sin embargo los desafíos que debemos afrontar no son sólo los de carácter tecnológico. La baja natalidad, el incremento de la longevidad, el impacto del cambio climático etc. ponen de relieve nuevas realidades que debemos de afrontar en el mundo del trabajo. Por ejemplo: consolidando la necesidad de actualización constante y permanente de las habilidades y competencias profesionales o simplemente modificando los criterios con los que afrontábamos la vida humana en la etapa «senior».

Recordaros que todos estos elementos forman parte de las motivaciones que dan impulso al proyecto de la FUNDACION ERGON INICIO (fundacionergon.org)


A pesar de las tensiones que ello genera, no podemos seguir gestionando el mundo del trabajo y el del empleo, con criterios y regulaciones del siglo XX. 


Y esta afirmación que resulta aplicable al debate sobre la reforma laboral. Un argumento que, repetido en diferentes ocasiones en este blog, es también perfectamente aplicable a los dos conceptos que incorporo en el título del post: Formación y Aprendizaje. No podemos seguir organizando la vida humana bajo parámetros como los que establecían que dedicáramos unos años de nuestra vida a la formación y al aprendizaje para después aplicar los conocimientos y habilidades adquiridos en una determinada actividad profesional en la que ya nos actualizaríamos en el futuro. Esta realidad forma parte del pasado. No podemos seguir gestionando con este tipo de planteamientos cuando ya sabemos que la mayoría de los y las jóvenes que hoy acceden al mundo del trabajo van a tener que vivir un mínimo de 3 o 4 cambios (sino más) de actividad a lo largo de su trayectoria profesional.

Tenemos que modificar las actuales estructuras educativas. El aprendizaje va a ser más frecuente y episódico y ello supone rediseñar los procesos educativos en todas sus fases. Debemos entender que la educación no será una actividad que se desarrolle únicamente en la juventud sino un proceso permanente, con rutas y caminos diversos y con un número relevante de entradas y salidas en el mundo del trabajo.

Si es cierto que cada año añadimos 3 meses de longevidad a la vida humana ya podemos imaginar que pronto el ratio de esperanza de vida (como mínimo en las sociedades más desarrolladas) estará más cerca de los 100 que de los 80 años de hoy. Y las cuestiones que ello plantea son: ¿Cómo gestionamos social e individualmente trayectorias formadas por 6 o más cambios laborales en 40/50 años? ¿Tiene sentido que abandonemos las actividades laborales a los 65 años?, ¿Cómo podemos hacer que las personas de 70 e incluso 80 años puedan seguir siendo activas en entornos cambiantes como consecuencia del desarrollo tecnológico?, ¿Cómo conseguiremos financiar todo ello?


Las relaciones entre los entornos de la formación y el aprendizaje y los que forman las organizaciones y empresas deban de definirse y estructurarse bajo parámetros distintos a los actuales.


Hemos de tomar consciencia que necesitamos gestionar los procesos formativos de otra forma y dirigirlos a garantizar que los «alumnos» asumen las habilidades y las competencias que necesitemos socialmente. Y ello supone tener que afrontar el reto de cómo preparar a las personas para que sean capaces de asumir actividades laborales que todavía no conocemos. Recordemos que, a menudo, la incapacidad para predecir el futuro es el argumento que usan tradicionalmente los entornos académicos clásicos para resistirse el cambio. Este es un caso que pone en evidencia cómo somos capaces de diagnosticar adecuadamente la realidad pero mucho menos de implementar los cambios que ésta nos impone.

Debemos cambiar nuestras forma de pensar y actuar en los niveles estructurales y corporativos. Cada vez es más perceptible la distinta velocidad de asunción del cambio entre las instancias individuales de las organizativas. Las instituciones educativas deben asumir los cambios asumir que su rol no es otro que el de ofrecer a las personas y o profesionales (en todos y cada uno de los momentos de su trayectoria) de las habilidades y competencias que les permitan dar respuesta a las nuevas necesidades laborales. . Una realidad que explica la aparición y el desarrollo en los últimos años, de iniciativas «educativas» que han venido para romper el «status quo» en un modelo estructural probablemente poco adaptado a las nuevas realidades.


En definitiva, las instituciones educativas de nivel medio y superior deberán centrar sus esfuerzos en generar empleabilidad


Es relevante también que las organizaciones y empresas inviertan más en formación y en el aprendizaje de sus profesionales y que se preparen para asumir su nuevo rol en el binomio formación y aprendizaje.

Estas nuevas realidades deben comportar desde un incremento de las relaciones y de la colaboración entre ambos entornos y que las instituciones educativas modifiquen los criterios de reclutamiento y selección de sus miembros. Estos deben dejar de ser «profesores»(transmisores de conocimientos) para pasar a asumir el rol de «mentores» (expertos en empleabilidad).

¡Nos queda mucho camino por recorrer!