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Resistirse a los cambios que deberíamos implementar para responder a la emergencia climática es exprimir las últimas pizcas de beneficios de un sistema que nos lleva al desastre.

Una guerra en la que los perdedores serán las próximas generaciones.

Estas reflexiones personales estan inspiradas en los argumentos que Philipp Blom formula en un artículo de opinión publicado en El País el pasado 15 de agosto accesible en Cambio climático: 2021, ¿un verano sin esperanza? | Opinión | EL PAÍS (elpais.com)

No me resisto a terminar este mes de Agosto sin reflexionar y escribir sobre los efectos del cambio climático , aunque es más que probable que este post no se publique hasta el los meses de Octubre y/o Noviembre, y he escogido como guía de mis reflexiones este articulo porque considero que desde una perspectiva básicamente literaria pone encima de la mesa las claves de un problema que, si no lo afrontamos con todas las consecuencias nos llevará al desastre.

Un problema cuyas claves son las siguientes:

El cambio climático es un proceso ya irreversible. “Es indudable que nuestro modo de vida no tiene futuro (…) Nuestras sociedades exigen constantemente más crecimiento, más riqueza y más comodidades y están desestabilizando unos sistemas naturales cuya complejidad apenas empezamos a comprender. Estamos verdaderamente ahogándonos en los efectos de nuestro éxito histórico. En 2019, cada minuto, se quemó una superficie de bosque tropical equivalente a 30 campos de fútbol para instalar plantaciones de soja y aceite de palma (…) No podemos seguir avanzando en esta dirección”

No hay capacidad ni voluntad política para afrontar con éxito el problema “ningún político se atreve a formular una visión creíble que esboce cómo podrían las sociedades más ricas que ha habido en este planeta tener un futuro por el que merezca la pena luchar, trabajar por una transformación positiva para crear unas circunstancias en las que una nueva generación pueda vivir e incluso prosperar”.

Sus efectos se notan ya en la desafección política de los ciudadanos.  “La idea de que no tenemos futuro se refleja en nuestras democracias. Cada vez vota menos gente, los partidos tradicionales se deshacen, surgen movimientos populistas, se deteriora la confianza en las instituciones, la información y la ciencia y la máxima ambición tanto de los políticos como de los votantes parece ser mantener el statu quo, afianzar la riqueza y posponer o impedir los cambios inevitables”.

Y mientras tanto:

  • “toda la palabrería sobre transformación no es más que eso: palabrería.
  • “no somos capaces de generar (hoy) suficiente potencia para descarbonizar la industria y pasar a la movilidad eléctrica”.
  • “el lavado de cara ecologista se ha convertido en una industria lucrativa que trata de convencer a los consumidores de que su estilo de vida es compatible con su conciencia».
  • “aspiramos a obtener buenos beneficios sin hacer verdaderamente esfuerzos”.

Nos encontramos, (como afirma Joseph Stiglitz) en una tercera guerra mundial, y tenemos que hacer todo lo necesario para crear un futuro en el que sea posible prosperar y superar la mayor amenaza existencial que ha afrontado la humanidad. Ya no se trata de detener ni mucho menos revertir la catástrofe del cambio climático sino, (…) de crear unos marcos económicos, políticos y sociales por los que merezca la pena luchar, unas sociedades que ofrezcan esperanza”.

“Pero ¿no hace ya mucho que traspasamos el punto de no retorno? Eso tendrán que decirlo los historiadores del futuro. La verdad es que no comprendemos suficientemente bien la infinita complejidad de los sistemas naturales como para saberlo y no podemos vivir sin algo de esperanza. No existen garantías de que una campaña amplia y sostenida de transformación vaya a servir de nada, pero la vida nunca ofrece garantías; los únicos que las tienen son los coches y los electrodomésticos”.

“Bajo la triste desesperanza del presente hay una riqueza increíble de ideas, nuevas tecnologías e iniciativas que están desarrollándose y listas para su uso». Iniciativas que van desde la producción agricola y energética sostenible, ciudades con nuevas estructuras que facilitan la restauración de los entornos, hasta fórmulas que permitan la reconciliación entre los ciudadanos y sus sistemas de gobierno. Lo que necesitamos es la suma de un cambio de comportamiento en todos nosotros en materia de sostenibilidad, un cambio que también precisa de presión social para llevarlo adelante y para influir en la voluntad política.

No va a resultar fácil pero es posible. “Parece que estamos librando una guerra contra el futuro para exprimir las últimas pizcas de beneficios de un sistema que se ha vuelto suicida, una guerra contra nuestros hijos”.