Probablemente, todos tenemos la sensación de que «el curso» empieza realmente el 15 de Septiembre.
Sin embargo, es también más que probable que muchos de nosotros ya llevemos dos o tres semanas reincorporados a nuestras labores habituales. Cuanto menos, espero que el período más o menos vacacional nos haya servido para descansar y, a su vez, para adaptarnos a un nuevo escenario.
Un escenario que algunos ya no llaman crisis sino recesión y que nos genera diariamente impactos de todo tipo. Para mí, el más sorprendente ha sido la llamada que recibí la semana pasada de un buen amigo comunicándome que se había visto obligado a presentar a nivel personal «un concurso de acreedores» y que estaba a mi disposición para cualquier tipo de labor remunerada que pudiera ofrecerle. Existe mucha gente a nuestro alrededor que lo está pasando realmente mal. Pero cuando esta situación afecta a alguien que ha estado durante muchos años cerca de ti, te afecta si cabe más.
Estaréis de acuerdo conmigo en que seguramente estábamos viviendo por encima de nuestras posibilidades o que la crisis o recesión no es sólo responsabilidad nuestra. Podríamos dar muchas razones y muchas causas. Pero, en el fondo, todos coincidiríamos en que siendo como era previsible un cambio de ciclo, no hemos conseguido todavía entender la actitud que han adaptado nuestros líderes políticos de mantener, hasta cierto punto, una situación de autoengaño y de no haber sabido avanzar en la puesta en marcha de soluciones que ayudasen a paliar los efectos de esta crisis.
Y sí me permitís un ejemplo en un campo en el que probablemente tengo alguna competencia -aunque sólo sea por antigüedad- esta falta de respuesta la podemos aplicar al empleo y a los movimientos de inmigrantes. Puede ser que el ministro Celestino Corbacho se equivocara o se le interpretara mal en su afirmación respecto a la contratación en origen. Puede ser cierto que hay sectores -fundamentalmente el agrícola- en el que la contratación de temporeros inmigrantes es básica para su supervivencia -sería bueno plantearse porqué mientras tenemos 500.000 desempleados registrados debemos seguir acudiendo a la contratación en origen que resulta inevitable-.
Aunque, desde mi punto de vista, lo más desafortunado es que mientras discutimos si el ministro se equivocó o no; no estamos centrándonos en causas mayores. ¿Porqué los ciudadanos residentes en este país (nacionales o no) no están dispuestos a hacer determinados empleos? ¿Porqué nadie hace nada por incentivar el retorno, aunque sea temporal, de inmigrantes a sus países de origen?…
Sé que el enfoque de este problema no es fácil. ¿Pero qué es mejor «hacer o no hacer»? Y lo que está ocurriendo realmente es que: mientras se incrementa diariamente el número de inmigrantes en España que reciben prestaciones de desempleo y que probablemente no encontrarán otro empleo a corto plazo, existen muchas organizaciones españolas que estarían interesadas en contratar a estos mismos inmigrantes para trabajar para ellas mismas en sus países de origen.
Creo que éste es un ámbito en el que sería el momento de hablar menos y actuar más. Seguro que cometeremos errores, con medidas que tendremos que analizar y retocar. Pero seguro que será siempre mejor el movimiento que la inanición.
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