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En una de mis últimas entradas en “mi diario” me refería a los acontecimientos ocurridos en Japón y la necesidad de liderazgo para transformar las crisis en oportunidades.

Aunque la situación, evidentemente, no es ni mucho menos comparable, de la misma forma que no dudo de la capacidad del Japón para salir, inclusive reforzado si cabe, de esta situación, sigo teniendo sensaciones negativas sobre nuestra capacidad para “salir de ésta”. Que finalmente saldremos estoy seguro pero ¿cuándo y en qué posición?: En ello francamente tengo más dudas.

Creo que nos falta como diría alguien que conozco bien “una de liderazgo” que lamentablemente no veo por ninguna parte, ni en el gobierno ni lamentablemente en la oposición.

Hay que leer los artículos de Pedro J. Ramirez en EL MUNDO para constatar la falta de liderazgo de nuestra clase política lo que nos lleva a una situación grave de falta de credibilidad y un desapego sobre la “cosa pública” que probablemente será caldo de cultivo para posiciones extremas o de ultraderecha como se está demostrando en los procesos electores que se han celebrado en las últimas semanas en Europa.

Esta falta de liderazgo se muestra también en el ámbito de la gestión económica (no solo en la política). Aunque he reconocido abiertamente mi admiración profesional por Juan Rosell y por Valeriano Lopez y he valorado muy positivamente sus elecciones como nuevo presidente de la CEOE, y su nombramiento como Ministro de Trabajo, respectivamente, creo que el proceso de negociación sobre la reforma de la negociación colectiva y el acuerdo que parece que está a punto de alcanzarse (o que se alcanzará no os quepa ninguna duda, aunque sea con grandes retrasos sobre el calendario previsto) va a dejar mucho que desear y aunque sea un paso adelante, lamentablemente, no supondrá los cambios que probablemente necesitamos para incrementar nuestra competitividad global.

Probablemente una vez más sea el acuerdo que se alcance será el único posible. Sin embargo creo que habría que haber ido mucho más allá si lo que se deseaba, era modificar de verdad y no tan sólo hacer un maquillaje estético en relación a determinados, evitar la burocracia y el gasto en recursos que estamos asumiendo (todos) en este ámbito.

Seguimos preocupándonos más por la gestión de las cosas y el mantenimiento de determinadas estructuras corporativas que por avanzar en las reformas que nuestro país necesita para seguir ocupando un lugar de privilegio en el nuevo reparto económico mundial.

Y el ello muestra que frente a las reformas que parecen necesarias (y en las que todo el mundo más o menos coincide aunque con los matices naturales en función de a quién se representa) terminarán imponiéndose los intereses personales y localistas de unas determinadas “burocracias” que perderían su “razón de ser”.

Aunque esté plenamente de acuerdo con lo que Jesus Cruz Villalon afirmaba recientemente en EL PAIS que “la negociación colectiva constituye una institución central y con un impacto enorme sobre la actividad económica y la sociedad en general” no parece que la necesidad de adaptación y modernización del modelo de negociación colectiva pueda desarrollarse si dejamos la referencia básica del mismo en el modelo de carácter provincial y si no se es capaz – a pesar del reducido tamaño de muchas de nuestras unidades empresariales – de “reforzar el poder de los acuerdos interprofesionales generales pactados e introducir incentivos legales para que adquieran un mayor peso los convenios empresariales y los estatales, refundiéndolos en grandes sectores productivos, con progresiva desaparición donde fuera posible de los convenios provinciales”.

Llamo la atención en el sentido de que aunque sea posible alcanzar acuerdos y avanzar en la introducción de elementos de flexibilidad dentro de las organizaciones si no se resuelve el grave problema de la estructura de la negociación colectiva no vamos a poder avanzar.

Y ello supone empezar por la rotura del principio imperante en el sentido de que un convenio de rango inferior sólo pueda superar a uno de rango superior.

Aunque como afirma Toni Ferrer “el problema de España está fundamentalmente en la estructura productiva” y yo esté plenamente de acuerdo con él, el hecho de que finalmente no logremos introducir medidas reales que modifiquen los hábitos y actitudes de las partes, empezando por eliminar ámbitos de negociación sin sentido supondrá un freno a la necesaria adaptación de nuestra estructura productiva a un nuevo contexto mundial en el se valorará la formación y la calidad de una estructura laboral pero también su flexibilidad y capacidad de adaptación.

Algo que tendremos que hacer por nosotros mismos o nos harán hacer aunque nos pese.