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En el ámbito de la transformación del empleo todo va muy, muy rápido. Incluso mucho más de lo que parece y de lo que estamos percibiendo.

Según McKinsey, más del 70 por ciento de las tareas realizadas por los trabajadores del sector de los servicios alimentarios y la hostelería podrían ser llevadas a cabo por máquinas ahora mismo. Existen la tecnología y la capacidad técnica para llevarlo a cabo. Hasta el 50% de las tareas en la industria de servicios podría estar automatizada actualmente. No es el futuro. Es lo que ya está ocurriendo hoy.

Es posible que en pocos años oigamos a un robot haciendo la afirmación siguiente: “Trabajamos mejor, somos más competitivos, no hacemos huelgas…y pagamos impuestos”. Y todo ello cuando los datos confirman que cada año se incorporan al mercado de trabajo en el mundo más de 40M de personas.

Aterricemos. Si las previsiones de la OCDE a las que me refiero en el post anterior accesible en http://pauhortal.net/blog/futuro-y-futuro-del-empleo-ii/ fueran ciertas (y recordemos que a menudo se muestran como válidas, aunque con un tono incluso conservador) vamos a tener que poner en marcha soluciones imaginativas para ofrecer oportunidades de empleo a muchos ciudadanos. Y si ello no es posible nos vamos a ver en la necesidad de ofrecer rentas de subsistencia al 25% de la población que hoy definimos como activa. 


Nos enfrentamos a un reto importante, en el que está en riesgo el estado del bienestar, y porque no el futuro del ser humano.


Patricia Botin negó recientemente que la tecnología fuera a destruir empleo, al contrario “creara millones de puestos de trabajo para quienes tengan la formación y las capacidades adecuadas”. Pongo en relación esta afirmación con la que realizaba al principio de esta breve exposición.

Y mientras tanto vivimos situaciones que parecen sacadas del siglo XIX. Una historia contada por Enrique Dans en su blog accesible en www.enriquedans.com nos permite adentrarnos en el problema que hace tan sólo 20 años muchos habríamos jurado que no era posible que fuera a producirse. “Era una noche lluviosa de viernes de un mes de mayo inusualmente lluvioso en Madrid. Salí de una clase a última hora, pasadas las diez de la noche. Pasé por el garaje, me subí en el coche, y salí conduciendo a María de Molina con intención de doblar la esquina de la calle Serrano como hago todos los días. También como todos los días, pasé por delante de los restaurantes que hay (en esta zona) y entonces, los vi. Eran unos siete u ocho repartidores de (comida rápida o comida a domicilio) con sus motos o bicicletas, todos esperando fuera de los restaurantes, bajo la lluvia”.

Una situación que a muchos nos hace preguntarnos sobre cuáles son las condiciones en las que éstos profesionales «trabajan». Y cuando nos adentramos en la realidad la imagen “deja de tener…. la bonita imagen emprendedora y la pátina de los negocios disruptivos, y pasa a ser otra cosa: pura y dura explotación. Se ha escrito mucho sobre las duras condiciones de trabajo de los repartidores de este tipo de compañías, pero no hay como verlo en una ocasión así, siete repartidores empapados esperando bajo la lluvia, para entenderlo. Puedes utilizar estos servicios para pedir comida o para otras cosas, pero si hablas con el repartidor cuando llega a tu casa…. te das cuenta del (retroceso que vivimos) en lo que deberían ser las condiciones de trabajo de un ser humano, una auténtica afrenta a la dignidad”. Un post que puedes seguir en el enlace siguiente: https://www.enriquedans.com/2019/09/regulando-la-gig-economy.html


Convivimos con situaciones que parezcan más cercanas al siglo XIX que al XXI. Aunque conviene tomar en cuenta que entre el siglo XIX y el siglo XXI han ocurrido muchas cosas, pero ambos se escriben con los mismos signos cambiados únicamente de lugar.


200 años, 8 generaciones y muchos cambios después debemos exigir que el futuro de la transformación en los procesos laborales no pase necesaria y únicamente por este proceso. Lo que describe Enrique no es más que una realidad que supone una explotación laboral que muchos pensábamos que no volvería a producirse en pleno siglo XXI. Si la flexibilidad y la capacidad de adaptación al cambio es un valor muy interesante y, en muchos casos, una buena propuesta de valor en la economía y una de las condiciones para que el progreso pueda desarrollarse, no podemos (en pleno siglo XXI) construir esta flexibilidad basándonos en la generación de empleos basados en la desprotección, la consolidación de situaciones irregulares, o la pura explotación que nos retrotrae a situaciones vividas en el siglo XIX.  


No es esta la nueva “cultura laboral” ni el empleo que deseamos que se ponga en marcha hoy, ni la que debe de mantenerse en el próximo futuro.


Ni ser la consecuencia inherente a los procesos de transformación y de introducción de la inteligencia artificial.

Una demanda perfectamente trasladable a la exigencia de mayores niveles de “responsabilidad” en determinadas decisiones empresariales muchas veces únicamente basadas en la obtención de resultados a corto plazo y un mayor compromiso de los ciudadanos y consumidores en el uso/compra de bienes y servicios. Un mensaje que se hace todavía más evidente en las circunstancias vitales en las que estamos viviendo en estos momentos.