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Vivimos en una situación de contrastes. Todos los datos estadísticos indican que estamos creciendo en PIB, reduciendo el desempleo, y sin embargo muchos de los ciudadanos no son capaces de percibir esta mejoría. 

Se nos había dicho que el crecimiento económico llevaba aparejado la reducción del desempleo (aunque tardase unos meses en notarse sus efectos) y todos sabemos que –a pesar de las reiteradas declaraciones políticas en sentido contrario– vivimos una situación en la que no vamos a ver mejorías sustantivas a corto plazo.

Es posible que estemos en la vía del crecimiento económico. Un crecimiento que en todo caso se debe más a factores éxogenos (turismo y coyuntura internacional) que al hecho de que “hayamos hecho los deberes”. Sigo pensando que nos estamos acostumbrando a convivir con una situación en materia de empleo que me atrevo a definir como la más grave que hayamos conocido en mucho tiempo. Es posible que podamos entrar en una situación de emergencia social que pone en cuestión todo aquello que hemos conseguido en los últimos 50 años.


Es duro decirlo pero no hay justificación posible para la espera ni para la inacción. No caben escusas para no actuar.


La situación actual en materia de empleo se caracteriza por dos contrastes: El que se produce entre los que disponen de condiciones de trabajo dignas y el de los contratados en “precariedad”. El que deriva del abismo existente entre los jóvenes y los «seniors». El que surge como consecuencia de las contradicciones entre sector público y sector privado. La última, la referida a los contratados «laborales» frente a las nuevas formulas de contratación.

Respecto a los jóvenes (me refiero a los nacidos en los 90, porqué ya doy por perdida la de los 80) se está instalando lo que algunos definen como “auto-explotación”. En definitiva la situación a la que se ven dirigidos todos aquellos que han accedido al mercado de trabajo durante el periodo de crisis y los que lo harán en los próximos años y que como consecuencia de la crisis, el desarrollo tecnológico y lo que parece nuevas necesidades y demandas pueden llegar a disponer de un empleo pero con un nivel de ingresos y de inestabilidad que les impida desarrollarse de forma independiente.

Otra posible situación de contraste deriva de la situación que lleva a muchos a iniciar proyectos como “emprendedores”. Siendo ésta una situación factible para muchos es probablemente una solución parcial que, por si sola, no va a resolver nuestros problemas de empleo. Es a menudo no deseada por los propios actores que terminan “explotándose a sí mismos” basándose en unos supuestos principios de libertad, liberalismo y autonomía personal pero que prácticamente suponen situaciones de: condiciones laborales inexistentes (falsos becarios), falsos autónomos (ya previstos en nuestra legislación como autónomos dependientes) o simplemente explotados (economía sumergida).

Esta es la realidad, esta es la tendencia, esto es lo que no muestran muchas de las estadísticas oficiales. Y mientras tanto seguimos sin tomar consciencia de la situación, y lo que es más grave sin adoptar las medidas que podrían corregir este proceso.

Es hora de tomar medidas. Es hora de reclamar decisiones por parte de nuestra clase política. Es hora de que ésta deje de mirarse el ombligo, se aplique a sí misma el “cinturón de la castidad”, se aplique a gestionar la reforma que nuestro sector público precisa y apueste por medidas de cambio real adecuadas a la realidad de nuestro mercado de trabajo.

Desde aquí formulo una petición y prometo dar mi apoyo (y mi voto) a los partidos que apuesten no por determinadas propuestas mediáticas y de cambio en muchos casos pura y simplemente estéticas sino por aquellos que propongan y se atrevan a adoptar medidas, quizás arriesgadas, pero que intenten como mínimo atacar los problemas. Si no lo hacemos nosotros alguien lo hará por nosotros.