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Tras lo visto, leído y oído estas últimas dos semanas después de las elecciones autonómicas he estado prestando atención a los comentarios aparecidos en todos los medios con independencia de su formato y de su signo ideológico, sobre la necesidad de impulsar nuevas formas de hacer política imprescindibles en este siglo XXI.

Un siglo que ha empezado con lo que es una crisis sin precedentes y la necesaria revisión de verdades que probablemente han sido válidas para el siglo XX pero que no lo van a ser en el nuevo contexto en el que vivimos. Sin embargo no parece que nuestra clase política esté razonablemente por ello.

Escuché esta semana –puntualmente y casi por casualidad- un mensaje de Eduard Punset hablando sobre las diferencias entre las barreras de acceso a los mercados en general y las que se producen en el mercado político. Me sorprendió su afirmación de que era en el “mercado de la política” donde las barreras de entrada eran más elevadas. Francamente no lo había pensado nunca pero después de escucharle caí en la cuenta de que lo que inicialmente se impuso (por ejemplo la barrera del 5%) en aras a la “gobernabilidad” se puede convertir en una de las claves del inmovilismo en nuestra clase política.

Lo real es que tenemos una clase política inmovilista y anclada en unos privilegios que probablemente deben de modificarse y adaptarse. Si todos nos hemos hecho más pequeños, si todos necesitamos ajustarnos, (incluida la administración) no será también necesario que se redujese el tamaño de lo que es “la cosa pública” y por ende el gasto generado. Me pregunto, por ejemplo, si tiene sentido mantener el senado en las actuales circunstancias o si no resultaría por ejemplo conveniente reducir sustancialmente el parlamento europeo y una gran parte de unas instituciones cuya relación coste/aportación de valor es francamente discutible. Me pregunto también si es necesario que determinadas políticas deban descentralizarse tanto como para tener que tener 15+2 administraciones autonómicas y a centenares de ayuntamientos tratando los temas de empleo.

Este tipo de argumentos pueden plantearse como “de derechas”, aunque yo pienso que también pueden o deberían ser “de izquierdas”. Porque de izquierdas es repensar –como en alguno de sus campos está haciendo el movimiento del 15 de Mayo- cómo es posible evitar que la “política europea de izquierdas” no se hunda en una crisis profunda sin pensamiento, fuerza y capacidad de acción, y que el espacio que ocupa en el “mercado político” pase a ser ocupado por los partidos o grupos xenófogos o de ultraderecha. Ya ocurrió en los años veinte y treinta del siglo pasado y recordemos bien cuáles fueron las consecuencias.

Esto es lo que llamo disfunciones entre lo real (el resultado de las elecciones portuguesas de hoy es otro dato a tener en cuenta) y lo importante que nos llevará a una situación de dominio de los populismos en el conjunto de la UE. Estamos abocados, si no nos ponemos todos a ello, a ser gobernados por movimientos populistas que están siendo reforzados por la presencia de una clase política que no parece ser capaz de adaptarse a la nueva situación, responder a las necesidades de los ciudadanos y que se preocupa fundamentalmente de sus propios problemas y de mantener sus propios privilegios.