Tiempo de lectura: 3 minutos

En un post publicado en el año 2008 titulado «desaprender» hacía referencia a un articulo de Pilar Cambra publicado en Expansión bajo el título “ahora toca desaprender”.

En él hacia referencia a que una de las claves del éxito  personal y empresarial era “saber cuándo tocaba aprender y cuando ha llegado el momento de desaprender”. Han pasado 6 años y si algo es más que evidente es que hoy nuestra clase política sigue sin haber aprobado la asignatura del desaprendizaje. 

Desaprender es probablemente mucho más difícil y complejo que aprender. 

Cuando nos encontramos sumidos en el círculo de una serie de rutinas y comportamientos que nos han generado éxito, los cambios de comportamiento son mucho más difíciles. Y ello, todavía es más relevante, en los ámbitos de la administración pública en las que muchas veces la seguridad jurídica se sustituye abiertamente por el inmovilismo.

Y me atrevo a reiterar esta posición de desaprendizaje cuando nos enfrentamos a una situación en la que, a pesar de los reiterados llamamientos optimistas formulados por el Gobierno del Estado, y de algunos datos económicos ciertamente favorables, seguimos en una situación de clara encrucijada en materia económica en general o de empleo en particular. No parece que se quiera abordar este proceso de cambio cuando, frente a la aparición de nuevas opciones políticas, lo único que se hace es esperar a que “el viento amaine”.

Por los anuncios y declaraciones recientes parece, por ejemplo, que el tema del desempleo ha dejado de ser una preocupación relevante para nuestra clase política olvidando que lo sigue siendo para la mayoría de los ciudadanos.

No deberíamos de olvidar que una parte relevante del crecimiento económico que se augura para el presente año 2015, se debe a simples factores coyunturales y exógenos (fundamentalmente el descenso del precio del petróleo y la caída del diferencial en el tipo de interés de la deuda) y no en el hecho de que hayamos sido capaces de abordar cambios estructurales en nuestro tejido económico y mucho menos en el conjunto de las estructuras del Estado.

Recordemos que si las estadísticas en materia de empleo permiten un cierto optimismo lo son como consecuencia de que estamos creando empleo en sectores de baja calidad, de que muchos desempleados han simplemente abandonado su intención de búsqueda, de que los ratios de emigración de nuestros jóvenes siguen creciendo, y de que se mantiene el volumen de retorno de emigrantes a sus países de origen.

Nos vamos a ver como ciudadanos enfrentados a tomar decisiones relevantes en materia electoral en los próximos meses sin que se hayan realizado cambios estructurales en nuestra estructura política (que todo el mundo reclama pero que nadie afronta), aunque es probable que hayamos terminado con el bipartidismo, y sobre todo no hemos hecho ninguna reforma que evite o minimice la asociación entre desigualdad social y corrupción económica.

Recordemos que la prioridad no estaba tan sólo en incrementar la austeridad en el uso de los recursos públicos sino en evitar las duplicidades, incrementar la eficiencia e introducir la racionalidad en la gestión.

Ciertamente es probable que iniciemos un nuevo ciclo económico pero poco hemos hecho poco para hacer los cambios estructurales que precisamos y en ellos lo que permitan reducir y/o eliminar los abusos de la política.

No hechos hecho el debate ni mucho menos tomadas las decisiones que hubieran tenido que adoptarse para reformar un modelo de Estado teóricamente descentralizado pero que ha conservado el peso de las estructuras centralizadas y que, al mismo tiempo, ha sido incapaz de poner coto al “derroche autonómico” y ha mantenido un modelo de reparto fiscal y de trato ciertamente sin sentido.

Han pasado 8 años desde el inicio de la crisis y no hemos, tampoco, realizado cambios sustanciales en el modelo del que nos dotamos en 1976 en circunstancias totalmente distintas a las actuales. Reconozco que el proceso “catalán” evidentemente no ha ayudado a hacer este debate aunque dudo de que sin él éste se hubiese formulado y mucho menos realizado las reformas necesarias.

Los ciudadanos demandamos hoy una clase política dotada de legitimidad para gestionar la salida de la crisis. Los ciudadanos nos sentimos maltratados cuando sólo nosotros soportamos las consecuencias de las medidas restrictivas adoptadas, mientras la clase política ha sido –aparte de algunas medidas claramente estéticas y dirigidas simplemente al marketing- incapaz de aplicarse medidas de racionalidad o de “reestructuración”.

Espero que esta reestructuración se haga una vez desaparezca el bipartidismo, y en consecuencia la imposiblidad real de «mayorias absolutas». También espero que pronto tengamos una solución al «proceso catalán”.

Sin embargo como siempre habremos perdido mucho tiempo y recursos.El riesgo a volver a cometer los errores del pasado sigue estando muy presente cuando no se ha afrontado una verdadera reforma de las estructuras políticas de las que nos dotamos hará pronto 40 años. Mientras tanto creo que los ciudadanos estamos demandando reformas y una nueva «clase política» que sea capaz de afrontarlas. 

Creo que esta será la única forma de mantener nuestra propia sostenibilidad económica en un mundo cada vez más global.