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El lunes pasado recibí la primera dosis de la vacuna.

Pues bien, reconociendo el excelente trabajo realizado por el ser humano para que tan sólo transcurridos 18 meses desde su aparición (porqué habría que situarse probablemente en Octubre del 2019), hayamos conseguido que un ciudadano español, como yo, pueda estar inmunizado, la pandemia ha mostrado que tenemos muchas cosas que precisan una revisión y un cambio. 

Estoy plenamente convencido que lo ocurrido en este periodo va a suponer un antes y un después en la evolución del sector humano. Sin embargo no voy a referirme hoy a los aspectos positivos que hemos vivido aunque algunos podamos tener dudas sobre si terminarán consolidándose o no resistirán las presiones para la vuelta a la normalidad (en términos de cooperación internacional, desarrollo sanitario, reducción de las movilidades innecesarias, búsqueda de equilibrios económicos para protegernos del cambio climático etc) sino a un aspecto más cercano como es el de la capacidad de respuesta de las estructuras políticas a una situación como la que hemos vivido.

Aunque la falta de experiencia previa ante un hecho de esta naturaleza facilita la admisión de muchos de los errores cometidos tenemos que tomar en cuenta –y me cuesta un montón decirlo- que muchos de los integrantes de la “clase política” han mostrado en este periodo actitudes que podríamos calificar como tóxicas. Una evidencia que, centrándonos en nuestro caso, permite formular a Antonio Muñoz Molina en  https://elpais.com/opinion/2020-09-26/la-otra-pandemia.html la afirmación de que “a cada momento la política española se va volviendo más tóxica que el virus de la pandemia

Somos muchos los que podemos llegar a coincidir con este planteamiento. Desde Marzo 2019, los efectos del Covid-19 se han visto agravados por “el espectáculo cochambroso de la discordia política, de la ineficacia aliada al sectarismo, de la irresponsabilidad frívola que poco a poco va mutando en negligencia criminal. La política española es tan destructiva como el virus. Contra el virus llegará una vacuna, e irán mejorando los tratamientos paliativos; contra el veneno español de la baja política no parece que haya remedio”


Mientras que seguimos sin tener certezas absolutas en muchos ámbitos: medidas de protección, formas de transmisión, capacidad logística, efectos secundarios de las vacunas, en otros, la certeza es absoluta.


Y aunque no sea -políticamente correcto afirmarlo- una de ellas reside en la alta toxicidad de un porcentaje relevante de nuestra clase política.

En paralelo a los análisis formulados por científicos, epidemiólogos y economistas, la realidad se ha mostrado con total firmeza. Socialmente creo que hemos dado una respuesta adecuada a las demandas formuladas en términos de aislamiento, adopción de nuevos hábitos etc. Nuestro sistema sanitario ha dado lo mejor de sí mismo. Las instituciones económicas han actuado previendo y analizando los impactos de forma adecuada. Incluso, en muchos ámbitos de la administración pública, el compromiso de las personas ha permitido dar mejores respuestas a las esperadas. Sin embargo muchos integrantes de la clase política han seguido dedicados, a lo suyo, encerrados en su propia burbuja, adoptando actitudes y comportamientos incompetentes y preocupándose fundamentalmente de sus necesidades y no de las de los ciudadanos. “La clase política española, los partidos, los medios que airean sus peleas y sus bravatas, viven en una especie de burbuja en la que no hay más actitud que la jactancia agresora y el impulso de hacer daño, y el uso de un vocabulario infecto que sirve sobre todo para envenenar aún más la atmósfera colectiva, para eludir responsabilidades y buscar chivos expiatorios, enemigos a los que atribuir las culpas de todos los errores”.

Prosigo con las reflexiones de Muñoz Molina. «Es el virus el que mata, pero mataría muchísimo menos si desde hace muchos años la incompetencia, la corrupción y el clientelismo político no hubieran ido debilitando (el sector público), expulsando a muchas personas capaces, sumiendo en el desánimo a las que se quedaban, privándolas de los recursos necesarios que acaban dilapidados en privatizaciones tramposas o en nóminas suntuosas de parásitos (…..) El buen gobierno, la justicia social, necesitan lo primero de todo de una administración honesta y eficiente. Las mejores intenciones naufragan en la nada o en el despropósito si no hay estructuras eficaces y flexibles y funcionarios capaces que las mantienen en marcha». Y ello, no lo olvidemos, es responsabilidad directa de la clase política.

El pasado mes de Octubre El País hacía referencia a un informe publicado en The Lancet https://elpais.com/sociedad/2020-10-17/la-prestigiosa-revista-the-lancet-critica-la-gestion-espanola-de-la-crisis-de-la-covid.html en el que un importante número de científicos solicitaban una revisión completa, rigurosa e independiente de la gestión de la pandemia en nuestro país. Un informe por cierto que no tuvo la trascendencia pública y mediática que hubiese sido adecuada. Aunque tengamos que reconocer que en el devenir de la pandemia hay muchas cosas que hoy, todavía, resultan inexplicables, muchas cosas podrían y deberían de haberse hecho mejor.

Dice el refrán que finalmente todos tenemos lo que nos merecemos… Han pasado 6 meses desde el pasado mes de octubre y todo sigue más o menos igual. En los próximos días habrá nuevas elecciones en la Comunidad de Madrid, unas elecciones que sólo responden a los intereses de la comunidad política. Termino parafraseando de nuevo a Muñoz Molina. “No sé, sinceramente, qué podemos hacer los ciudadanos normales, los no contagiados de odio, los que quisiéramos ver la vida política regida por los mismos principios de pragmatismo y concordia por los que casi todo el mundo se guía en la vida diaria. Nos ponemos la mascarilla, guardamos distancias, salimos poco, nos lavamos las manos, hacemos nuestro trabajo lo mejor que podemos. Si no hacemos algo más esta gente va a hundirnos a todos”

¡Esperemos que finalmente sepamos que hacer!