La crisi que estamos viviendo muestra que necesitamos «gobernantes capaces de distinguir buenas decisiones de buenos resultados».
Una necesidad que debería de ser permanente, que debería integrarse en el análisis del perfil y de las competencias profesionales para gestionar la “cosa pública”, y que hoy (cuando nos encontramos en medio de la crisis del Covid19) todavía adquiere una mayor relevancia.
Nos preocupamos mucho del Talento (de hecho en mi próximo post comentaré algunos aspectos relativos a este ámbito, clave en la gestión de personas hoy) y poco hablamos sobre su gestión en el entorno público. Y en este momento no me refiero a la gestión sino a la política. Un ámbito en el que, sin ninguna duda, tenemos mucho camino por recorrer.
Por cierto, la frase con la que inicio este comentario es de Lluis Juncà y forma parte de un artículo que no tiene desperdicio publicado en La Vanguardia el pasado lunes 18 de Mayo accesible en https://www.lavanguardia.com/economia/20200518/481232097737/administracion-y-gestion-de-crisis.html?
Una frase que junto con el título de este post define, en mi opinión de forma muy razonable, lo ocurrido esta semana con los acuerdos alcanzados por algunas de las fuerzas políticas presentes en nuestro Parlamento sobre la modificación de la reforma laboral de 2012 previo a la prórroga del estado de alarma. Unos acuerdos que han dado mucho que hablar y que como se ha mostrado en la practica no cabe calificarlos más que con tres palabras. A saber: Un auténtico desastre.
Unos acuerdos que, lamentablemente, uno de los miembros de la FUNDACION ERGON www.fundacionergon.org definia con la expresión siguiente: “La política española hace muchos años que vive en su propia burbuja ajena a la realidad del país”. Una opinión que es compartida por otros muchos y no tan sólo por la mayoría de los miembros de la FUNDACION.
Iñigo Sagardoy en un artículo publicado en Expansión accesible en https://www.expansion.com/opinion/2020/05/21/5ec6597fe5fdea137e8b45af.html en el que analiza lo ocurrido sobre el citado acuerdo de replanteamiento de la reforma laboral propone los argumentos siguientes: “La flexibilidad, o mejor dicho, la flexiseguridad que fué el principio inspirador de la Reforma del 2012, es ahora más que nunca necesaria. Las empresas están pidiendo sin aliento, medidas que les permita viabilizar su actividad económica, alternativas al despido (y los procedimientos de los ERTE han sido un buen ejemplo). Ir en la dirección contraria va a generar, primero, que las empresas que tenían previsto medidas laborales más traumáticas, nunca deseables, para evitar quiebras y suspensiones de pagos, adelanten sus planes, con lo que el empleo se resentirá por el temor a un cambio normativo más complejo. Y, en segundo término, que la salida de la crisis sea más dificultosa y tardía si cabe”.
Unas manifestaciones que, desde mi punto de vista, se situan en el mismo contexto con las formuladas por Nadia Calviño, quién plantea en toda regla una desautorización al acuerdo alcanzado sobre la derogación integra de la reforma laboral con el argumento de que “sería absurdo y contraproducente abrir un debate de esta naturaleza y generar la más mínima inseguridad jurídica en este momento… los contribuyentes nos pagan para solucionar problemas no para crearlos”.
Por cierto, en el chat citado alguien también con buen criterio escribió sobre las motivaciones reales del PSOE para pactar con Bildu un acuerdo de esta naturaleza, (molestar al PNV). ¿Poco serio verdad?
¡Dios mío! ¿En estas estamos? ¿Esto es lo realmente relevante en este momento? ¿Necesitábamos dar este espectáculo? ¿No es planteable ni razonable que alguien asuma la responsabilidad política de un desaguisado de este calibre? Aunque no haga nada más que reiterarme, ¿No es lo ocurrido una muestra palpable de que, a menudo, nuestra clase política vive mirándose al ombligo y sin prestar la atención debida a los intereses reales de los ciudadanos.
Unos ciudadanos que hoy nos formulamos muchas preguntas (recordemos aquello de que lo importante son las preguntas y no las respuestas) y que, sin duda, estamos buscando gobernantes «capaces de distinguir (a las) buenas decisiones de (los) buenos resultados”.
Volviendo al texto de Lluis Juncà “La capacidad para tomar buenas decisiones es cada vez más valorada y necesaria en un mundo complejo y cambiante como el que vivimos. No sólo en el ámbito institucional, económico y empresarial sino también en el individual (y que) la toma de decisiones tiene que formar parte de las habilidades a desarrollar para encarar los retos del siglo XXI”.
Por cierto, terminar anunciándoos que sobre las preguntas (que nos formulamos) y las respuestas (que no obtenemos) de nuestra clase política, relativas a la etapa postcovid19 centradas en en el ambito del empleo, formularé algunas reflexiones en el post que publicaré el próximo martes.
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