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Demonizar e impedir el desarrollo tecnológico es una actitud que no tiene sentido. Puede llegar a suponer una victoria a corto plazo, pero con total seguridad supondrá la derrota final.

Esta afirmación aparece en el primero de los post de esta serie accesible en Transformación: Y, ¿con la educación que? – Pau Hortal y en el que incorporaba los argumentos siguientes de  Enrique Dans: “Por supuesto que un niño utilice su smartphone sin parar, sin hacer otra cosa y a todas horas, que no hable con sus padres durante la cena, que no llegue siquiera a mirar a la cara a sus abuelos cuando va de visita o que deje de salir a la calle o de hacer deporte para pasar más tiempo ante la pantalla es malo. ¿De verdad alguien necesitaba que se lo digan?, ¿Cómo de imbécil hay que ser para no darse cuenta de ello?” El problema no está en las herramientas sino en la educación”.

Tenemos un grave problema con la educación ya que esta no parece que sea capaz de aportar el valor social que se le demanda. El sentido común nos dice que deberíamos ser conscientes del problema, reconocer nuestras carencias e ineptitudes y dotarnos de la mente abierta y de la voluntad para ser capaces de dar las respuestas más adecuadas. No basta con afirmar que algo existe sino que lo relevante es que hagamos lo necesario para resolverlo. 


Respecto a la necesidad de que el sector educativo cambie y afronte los nuevos retos existe un cierto consenso social aunque luego la evidencia muestra que poco somos capaces de hacer.


Necesitamos cambiar/modificar los criterios con los que se sustentan nuestros sistemas de educación y de aprendizaje. Y las cosas pueden parecer muy complejas, pero ¿no era compleja la perspectiva de que en un año fuéramos capaces de desarrollar una vacuna para la covid-19?, ¿seríamos capaces de que, una vez desarrollada, poner en marcha los sistemas para dispensarla al conjunto de la humanidad?… Y estamos a punto de conseguirlo, ¿no? El ser humano consigue, a menudo, sorprenderse a si mismo haciendo que lo que parece complejo no lo sea tanto y superando todas las dificultades. Pero otras veces parece que no somos capaces de hacerlo.

Deberíamos de analizar el problema desde perspectivas objetivas e intentar buscar soluciones. Es posible que algunas sean más o menos traumáticas, a corto plazo, aunque resulten necesarias. El riesgo final es el de que construyamos una sociedad en la que no seamos capaces de dotar a nuestros jóvenes de las competencias que necesitamos y que, en otro ámbito distinto pero igual de relevante, pasemos a ser gobernados por populismos de todo tipo.


Necesitamos cambios radicales  en muchas de las percepciones y realidades sociales sobre el mundo de la educación. Y ello supone diseñar e implementar nuevos escenarios dirigidos a promover la interrelación entre la educación, el aprendizaje y la empleabilidad.


En este ultimo punto sigo los argumentos que Marc Vidal formula en https://www.marcvidal.net/blog/2019/9/13/es-urgente-formar-a-120-millones-de-trabajadores-en-nuevas-habilidadesnbspnbsp “se trata de (…) diseñar programas para cumplir con un nuevo modelo laboral, estimular su ejecución con políticas activas de todo tipo y premiar a quienes lo hagan. (…) El problema principal de la educación no es que los libros de texto estén obsoletos, que pesen mucho o que su formato sea poco atractivo: el problema fundamental (es que) no incentiva la búsqueda, selección y uso de fuentes de información adecuadas, (y entre otras ineficiencias) no forma en algo tan importante como el pensamiento crítico (…) Solo educando fuertemente el sentido crítico en el uso de la información podemos aspirar a formar personas que sepan desenvolverse en un mundo digital en el que cualquiera puede crear información con total facilidad”.

Al margen de la superación de la pandemia y de trabajar para minimizar los efectos del cambio climático deberíamos de trabajar para dotar a los jóvenes (y a los no tan jóvenes) de las capacidades que les va a demandar una sociedad en proceso de cambio. También de la capacidad crítica para cuestionarse los mensajes dirigidos únicamente a la manipulación social. Para ello es necesario promover un cambio radical de las metodologías de enseñanza, por qué no parece lógico que lo que “pretendamos es que la educación no cambie cuando el contexto ha cambiado radicalmente”.

Como he señalado en repetidas ocasiones, todo lo que estamos viviendo nos exigirá dotarnos de competencias y habilidades distintas. Un informe de Mkinsey al que me refiero en El futuro del trabajo después del Covid-19 – Pau Hortal augura que el 16% de la masa laboral de los países más desarrollados va a tener que cambiar de actividad profesional antes de 2030.  Lo que supone que necesitamos mejorar las habilidades de las personas en materias como: la resolución de problemas complejos, el pensamiento crítico, la creatividad, la gestión de personas, la coordinación con los demás, la inteligencia emocional, la toma de decisiones, la orientación a servicio, la negociación y la flexibilidad cognitiva.

Unas competencias, totalmente necesarias para afrontar mejor el futuro, y a las que Marc Vidal añade la de “computerización personal” referida a la capacidad para relacionarnos personal y profesionalmente con los nuevos dispositivos, los robots y la inteligencia artificial.