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En la sociedad del futuro, las personas trabajarán pero lo harán de otra manera, y muchas de ella en ámbitos que hoy, seguramente, no conceptualizaríamos como trabajo.

Paralelamente es posible que mantengan con esos trabajos una relación completamente distinta a la que tenemos hoy. Es incluso probable que muchos de los seres humanos del futuro sean capaces de escoger las actividades que deseen desarrollar en base a estrictos temas relacionados con las motivaciones, aficiones etc.

Estos argumentos, que comparto totalmente, han sido formulados por Enrique Dans en https://www.enriquedans.com/2017/11/robots-e-impuestos.html que termina con la siguiente frase: “A medida que progresa la tecnología y más trabajos de los que conocemos pierden sentido, más necesario es diseñar elementos que desacoplen la generación de riqueza del trabajo”.

Como consecuencia de los procesos de robotización y de la cada vez más importante presencia de la inteligencia artificial en las actividades humanas vamos a tener que plantearnos desde modelos de reducción sustancial de las horas de trabajo hasta la posibilidad de que no necesitemos que todos los seres humanos precisen de un trabajo (en los términos que hoy lo visualizamos como empleo prestado bajo la dirección de un tercero) como fuente básica de ingresos.


Es probable que en un corto plazo de tiempo el empleo pierda su posición como condicionante fundamental de la vida humana.


En este contexto el concepto de Renta Mínima o Básica sobre la que ya he reflexionado en otras ocasiones en este blog, se configurará como una opción de administración de nuestras sociedades y como una forma de reparto de la riqueza que somos capaces de generar y que en su génesis no tenga por qué tener marchamo ideológico alguno. Ante un proceso de disrupción radical como el que estamos viviendo y en el que la pandemia del covid-19 no ha sido más que un paréntesis (que por cierto supondrá aceleraciones y retrasos por igual) debemos reconsiderar muchos de los elementos que, durante generaciones, hemos tomados como fundamentales en la sociedad -educación, trabajo/empleo, políticas fiscales, sistemas de distribución de la riqueza, etc.- Las soluciones continuistas dirigidas a consolidar los mismos elementos que en el pasado probablemente no sean útiles.


Habrá que buscar y encontrar soluciones mucho más innovadoras que den mejores respuestas a las nuevas realidades y necesidades. Y uno de ellos es el que hemos tradicionalmente denominado como “contrato social”.


Un “contrato social” que en este caso no sólo está referido a los aspectos laborales y/o profesionales, sino que tiene que abarcar a todo un conjunto de elementos nuevos como son los de control tecnológico de la población (en términos sanitarios y de movilidad), los de representación política etc. Un contrato social que ha de encontrar respuestas adecuadas a las situaciones siguientes:

En el ámbito del control social hemos de partir del supuesto de que el cuidado de la salud, como respuesta a situaciones de pandemia, pero también como prevención a la enfermedad individual, y por el incremento de la longevidad es y será técnica y tecnológicamente posible, aunque ese control deba de hacerse con respeto a las garantías individuales, nuestros derechos y la privacidad individual.

Respecto a los criterios de representación política, aunque el debate este más retrasado, (entre otras razones porqué la actual clase política es en este tema, evidentemente, terriblemente conservadora) parece lógico pensar que los cambios que se están produciendo en los procesos electores que estamos viviendo en las democracias más avanzadas son el anticipo y la muestra de algo más profundo que está ahí. Al margen de la opción del voto electrónico, los cambios que estamos viviendo ponen en cuestión la misma estructura del sistema de representación sin que ello signifique que el punto final del proceso tenga que ser el modelo de “partido único” que parece que temporalmente se está reforzando en distintos lugares de nuestro mundo hoy.

Lo ocurrido en los últimos años (pandemia incluida) nos ha hecho conscientes de muchas cosas y ha puesto sobre la mesa necesidades y cambios que en una situación normal hubiesen necesitado mucho más tiempo para consolidarse como necesidad y/o demanda social. También ha puesto de manifiesto nuestra capacidad de respuesta ante determinadas eventualidades como por ejemplo la de hacer un “stop” global o casi global ante un problema grave como la necesidad de establecer sistemas de gobernanza global (como único sistema de dar respuestas eficientes a este tipo de problemáticas). Por último ha hecho surgido la evidencia de que necesitamos modificar las formas y formatos con que nos administramos y las formas en que tomamos las decisiones (planteando también la necesidad de redefinir a los posibles interlocutores).

¿Cómo hacer que todo esto no concluya con un nuevo sistema que pueda ser involutivo en términos de desarrollo y libertades individuales? La pregunta, ciertamente compleja no es de fácil respuesta, aunque la única posible pase por una redefinición razonable del contrato social, tomando en cuenta que ni lo sabemos todo, ni podemos asegurar que no vayamos a cometer errores. Para eso, y para otras muchas cosas que tendremos que hacer en el futuro.

Vayamos pensando en ello y pongámonos a trabajar ya en este año (4) de esta década (20) que hemos iniciado tan sólo hace 30 días.