Terminaba el primero de los post de esta serie expresando que urge favorecer la capacidad de innovación de nuestro modelo productivo mediante un desarrollo intenso y sostenido de la calidad de nuestro capital humano. Y esto no quiere decir otra cosa que formación y aprendizaje continuo.
Un post accesible en el link ¿Tenemos tiempo? Versión 2021 (I) – Pau Hortal
Necesitamos cambiar nuestro modelo formativo y hacerlo urgentemente. Y no se trata de crear una nueva «ley de educación» sino de modificar los parámetros y criterios mentales y culturales que fundamentan el sistema. Si tomamos en cuenta que los indicadores de alto fracaso escolar, la falta de conexión entre los ámbitos formativos y el mercado de trabajo y la presencia de un sistema universitario (que salvo contadas excepciones) está centrado básicamente en atender sus propias necesidades, son los elementos más relevantes de nuestra realidad educacional, nos situamos en un escenario que no parece el mejor caldo de cultivo para potenciar la innovación.
Aunque no soy, evidentemente un especialista en temas educativos, ni pretendo serlo, me sorprende que no exista un amplio debate social sobre temas como: el fracaso escolar, la calidad de la formación profesional, las causas que motivan un tasa de fracaso escolar del 60% en algunos entornos. También sobre la evidencia de que más de la mitad de los titulados universitarios no consigan desarrollar actividades profesionales relacionadas con su formación. Por cierto, este párrafo es casi idéntico al que escribí en 2009 (12 años después lamentablemente sigue siendo válido)
Por otra seguimos basándonos en el falso criterio de que para potenciar un cambio en el modelo productivo es necesario el fomento del espíritu emprendedor. Una afirmación cierta pero que en su aplicabilidad fallamos rotundamente. He estado durante muchos años en contacto con profesionales en situación de cambio y que se planteaban como alternativa profesional la creación de un proyecto empresarial. Pues bien, muchos lo hacían y lo siguen haciendo como segunda alternativa, una vez constatadas las dificultades para reincorporarse al mercado de trabajo por cuenta ajena. A pesar del gran volumen de discursos y de recursos gastados en favorecer a los emprendedores (y más allá de las iniciativas, selectas y razonables, puestas en marcha por alguna escuela de negocios) es indudable que hoy (en pleno siglo XXI) muchos de nuestros jóvenes talentos siguen visualizando como primera alternativa profesional un puesto de trabajo en la administración pública, (evidentemente lo más alejado del espíritu emprendedor). Lamentablemente nuestra realidad social y cultural (ni nuestro sistema financiero) actúan en la línea de favorecer los intentos emprendedores.
La última idea, conectada si cabe con la anterior es el esfuerzo inversor. Y cuando me refiero a este tipo de esfuerzo no me refiero únicamente a la necesaria adaptación de nuestro sistema financiero a este tipo de demandas sino a la potenciación del riesgo y del cambio que exigen la implantación y puesta en marcha de nuevas formas organizativas más flexibles que fomenten la creatividad en el seno de las organizaciones.
El tiempo va pasando y seguimos “sobreviviendo” pero probablemente siendo cada vez más pobres e incrementando las desigualdades sociales. Sin cambios en nuestro modelo educativo, la creación de estructuras que faciliten el aprendizaje permanente, la potenciación del espíritu del cambio y de la capacidad emprendedora, el futuro puede ser ciertamente más “negro”.
Alguien debería de mostrar mayor nivel de preocupación por cuál va a ser el legado en términos económicos y de sostenibilidad que vamos a dejar a las próximas generaciones.
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