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Estas son las cifras. Los datos de la EPA correspondientes al cierre del año 2012 deberían de hacernos reflexionar. No por previsibles estos datos son una auténtica catástrofe. Recuerdo, no obstante, que escribí en el verano pasado (cuando habíamos ya alcanzado la cifra de los 5M)  que no me cabía ninguna duda de que llegaríamos a la cifra brutal que figura en el título de la entrada.

Comentaba también que lo que me resultada más significativo de los datos del desempleo era que “disfrutamos” del hecho de que más del 50% de nuestros jóvenes se encontraban en situación de desempleo. No hace falta recordar que no hace mucho un ministro de trabajo afirmaba que jamás se alcanzaría la cifra de los 4 millones de desempleados.

La situación me lleva a plantearme tres diferentes reflexiones: La primera que la  reducción de los costes de despido introducidas por la reforma laboral de febrero del 2012 han supuesto un incremento brutal de los despidos y la extinciones de contratos. Las modificación legal ha llevado a las empresas (y en este caso a las pymes que recordemos que son el núcleo fundamental de nuestro tejido empresarial) a optar preferentemente por esta vía y no por medidas de ajuste interno –como recortar los salarios o las condiciones de trabajo– para hacer frente a los descensos de actividad como consecuencia del menor consumo.

La segunda: Los datos muestran que hubo una mayor compensación entre salarios y empleo en el período previo a la reforma, propiciada por los acuerdos para la negociación colectiva alcanzados entre los agentes sociales, que por la aplicación de la nueva legislación lo que ha incidido además en que las organizaciones hayan usado las fórmulas extintivas en situaciones en los podían hacer uso de otras medidas de flexibilidad, provocando una mayor caída del empleo y del consumo y retrasando la recuperación. Tanto la primera como la segunda de las reflexiones muestran que la dinámica de las relaciones laborales no es la misma en las grandes empresas que en las pymes de ahí la necesidad de establecer instrumentos legales que les sean más apropiados. Todos ganaríamos con ello.

La tercera que los grandes niveles de destrucción de empleo producidos en los últimos meses se deben también a la reestructuración que en la práctica se está produciendo en el sector público. Una reestructuración que a pesar de ser totalmente necesaria con objeto de reducir los costes del conjunto de las administraciones públicas ha supuesto y seguirá suponiendo incrementos del volumen de desempleo cuando además es evidente que no existe ningún “brote verde” que pueda compensarlo. La conclusión: todavía no ha terminado el proceso de perdida de empleo. ¿LLegaremos a los 7M?

En la EPA existen algunos otros datos que deberían de hacernos reflexionar. Uno de ellos el que se deriva del hecho de que hay más de 520.000 personas en edad de trabajar que son oficialmente inactivas. Es decir, ni tienen empleo ni están oficialmente desempleadas. Y lo son porque creen que no van a encontrar un puesto de trabajo. Hay que tener en cuenta que la consideración de desempleado para la EPA se adquiere sólo cuando se busca un empleo de forma activa. Dicho de otro modo tenemos ya 6,5M de desempleados.

El segundo es el que procede del análisis del desempleo de larga duración. No hay que olvidar que los datos muestran que 1.92M millones de trabajadores buscan un empleo desde hace más de dos años, y otros 1.35M lo hacen desde hace más de uno. Disponemos de un total de 3.27M de personas que pueden ser considerados como desempleados de larga duración, más de la mitad de los que no tienen empleo, y de todos es conocido el efecto perverso que supone la permanencia en el desempleo para la pérdida de autoestima y de motivación para la búsqueda y para acceder de nuevo al mercado de trabajo.

El tercero es el de que sigue creciendo el nivel de desempleo entre la población juvenil. La tasa de desempleo de los menores de 24 años ha ascendido hasta un increíble 55%, aunque muchos de ellos tuvieron un empleo anterior. El perfil del desempleado juvenil en particular y del profesional sin empleo en general, tiene mucho que ver con personas que habían trabajado con anterioridad y que han perdido su empleo a raíz del estallido de la crisis, que primero fue financiera, pero que posteriormente contaminó la economía real.

En resumen unos datos que deberían de hacernos temblar, y cuyo significado y efectos a largo plazo debería de preocuparnos y mucho a todos, empezando por nuestra clase política.

No puedo hacer nada más que reconocer que los  datos muestran que nuestra economía sigue siendo lo que podría denominarse “una máquina de destrucción masiva de empleo”. En el cuarto trimestre de 2012 se han perdido más de 360.000 puestos de trabajo, siendo el segundo peor trimestre de la historia en términos de destrucción de empleo. 

La destrucción de empleo y de población activa no sólo afecta a los jóvenes sino también a la población inmigrante. La ocupación de extranjeros ha disminuido en los cuatro últimos años en 825.000 personas con una destrucción de 89.000 puestos de trabajo ocupados por estas personas en el cuarto trimestre del 2012. La tasa de desempleo inmigrante alcanzó, además, su máximo histórico, situándose en el 36,5% de la población activa extranjera. Probablemente estos datos puedan ser “tamizados” por contrataciones irregulares en el marco de la “economía sumergida” que siempre es más relevante respecto a la mano de obra inmigrante aunque no por ello deben de continuar siendo datos muy significativos y alarmantes. Hablemos con claridad. El cuarto trimestre del año pasado la economía española continuó perdiendo empleo. 

Seguimos, por tanto, siendo golpeados por una crisis muy grave que vive uno de los momentos más difíciles de su existencia y un contexto en el que no se percibe (por lo menos a corto plazo) un cambio de tendencia mientras se mantengan las políticas macroeconómicas restrictivas y debamos continuar con el proceso de racionalización y reestructuración del sector público.

En comentarios anteriores en mi blog sobre estos ámbitos (mercado de trabajo y reforma) señalaba que al margen de las modificaciones legales la reforma necesaria, la que de verdad habrá que llevar a cabo (y cuanto más rápido mejor) será aquella que suponga  modificaciones sustanciales en algunas de las “reglas del juego” que lamentablemente han arraigado en nuestro modelo laboral.

Hemos hecho una reforma laboral probablemente mejorable y en la que sería necesaria profundizar, pero ésta no tendrá los efectos deseados si no va acompañada de las reformas estructurales necesarias (o por lo menos a mí no me lo parece) que nos permitan visualizar la solución a los problemas existentes en nuestro modelo educativo (la educación reglada y profesional y la denominada formación para el empleo), los ámbitos estructurales y de gestión en materia de relaciones laborales  negociación colectiva y cohesión social (representación empresarial y sindical y gestión interna en el seno de la empresa)  y los culturales dirigidos a modificar las expectativas de todos, y fundamentalmente de nuestros jóvenes, ante el mercado de trabajo.

Necesitamos consolidar los cambios que por otra parte la propia situación del mercado va imponiendo en el sentido de que cada uno de nosotros asumamos la responsabilidad sobre nuestra propia empleabilidad presente y futura. Paralelamente debemos impulsar la movilidad y flexibilidad interna y externa en las empresas, y desarrollar un nuevo modelo educativo que favorezca la relación entre la formación y el empleo. 

Por último debemos impulsar (de verdad) modificaciones reales en los mecanismos de gestión del empleo. Es evidente que éstos cambios no van a poderse realizar en un día, pero si no proseguimos con ellos, si no nos aprovechamos de la crisis, y no desarrollamos socialmente nuevos mecanismos, nuevas medidas y nuevos mensajes nunca se llevarán a cabo.

No creo que debamos ser fatalistas, el cambio es posible, el reto es importante pero alcanzable. Creo que podemos y que debemos trabajar todos por reducir los niveles de desempleo en nuestra sociedad.

El riesgo no es otro que el ampliar las desigualdades sociales, generando una sociedad fracturada e incapaz de ofrecer salidas de futuro a nuestros jóvenes. Debemos revelarnos ante la dinámica que nos lleva a creer que no somos capaces de legar a nuestros hijos un mundo mejor.