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No debemos sorprendemos. No hay, creo que lamentablemente, ninguna razón para sentirnos satisfechos.

Transcurrido ya un año desde los famosos hechos de Mayo 2010 y el forzado cambio de actitud que los mismos produjeron en nuestro Presidente, muchas de las reformas han tenido un carácter puramente estético y el resto han tenido efectos mucho más reducidos de lo esperado.

Una visión que queda si es posible reforzada por lo ocurrido con la falta de acuerdo entre los interlocutores sociales sobre negociación colectiva. De hecho me equivoqué ya que pronostiqué que habría acuerdo. Lo que ocurre es que una vez más creo que se ha hecho el “decreto posible” en lugar de la reforma que necesitábamos.

Hace poco hemos podido constatar que, por ejemplo, la reducción del 5% en el salario de los funcionarios sólo va a poder suponer un descenso del 1% en el gasto por este concepto por el incremento de más de 100.000 nuevos empleados públicos. Algo realmente alucinante. Por otra parte otro conjunto de reformas como el descenso de las pensiones públicas y la reforma del mercado de trabajo están teniendo, como muchos habíamos pronosticado, un impacto irrelevante en las cuentas públicas y en el incremento de la contratación por parte de las empresas. Otras ni siquiera se han llegado ni tan siquiera a plantearse como es la reducción del gasto por parte del conjunto de las administraciones públicas y por último la reforma del sistema financiero.

Por cierto recientemente hablaba con alguien muy “puesto” en el tema financiero me indicaba –con la solicitud de no identificarle como fuente- de que probablemente el problema más grave que tenemos es éste. Y que mientras tanto no se resuelva no va a abrirse el grifo del crédito. Lo cual como se supone también supone un gran freno para el desarrollo de nuestra economía.

Y mientras tanto parece que nuestra prima de riesgo vuelve a estar por las nubes y las posibilidades de que tengamos que ser apoyados por la UE no parece un peligro suficientemente alejado de nosotros, mientras que nuestro ejecutivo muestra una complacencia que puede inclusive resultar insultante, contrariamente a todas las opiniones de carácter técnico, incluida la de mi amigo.

Tenemos un importante listado de prioridades que atender. Entre otras: la culminación de la reforma del sistema financiero, los cambios en el mercado de trabajo, la revisión del funcionamiento del conjunto de las administraciones públicas, etc.

Somos muchos los que pensamos que si nuestro ejecutivo no puede o no quiere llevar a cabo las medidas que se estiman necesarias debería de convocar elecciones y dar la opción a los ciudadanos a elegir a alguien que pudiera llevarlas a cabo.

Lo que está claro es que no podemos esperar más.