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Nada de lo que ya está ocurriendo debe de sorprendernos. Todos somos conscientes, hoy, de los cambios que la tecnología está produciendo en nuestras vidas. 

Y como no puede ser de otra forma también la forma en que las organizaciones y empresas nos prestan los productos y servicios que demandamos como consumidores. Un tema al que ya me he referido en diversas ocasiones como, por ejemplo en http://pauhortal.net/blog/el-trabajo-que-llega/ y en el primero de los post de este ciclo accesible en http://pauhortal.net/blog/nuevas-formas-de-trabajar-en-la-empresa-del-futuro-i/

En muchos de los estudios y análisis formulados en los últimos 30 años se ha venido pronosticando que el llamado modelo Taylorista de la organización industrial está empezando a ser cuestionado. Un modelo que parte del criterio de que el individuo –en el puesto de trabajo- debe de limitarse a cumplir estrictamente las tareas e instrucciones previamente definidas por la dirección. 

Lo que sabemos en que los sistemas en los que los individuos se limitan a cumplir las instrucciones y tareas que le son asignadas tienen muchas disfunciones, son útiles en determinados entornos, pero a menudo resultan incluso contraproducentes. En el modelo Taylorista, como sabemos, las tareas se descomponen y separan en sus elementos más simples en aras a la búsqueda de las mayores productividades. Hoy sin embargo hemos descubierto que estas tareas simples, repetitivas y consecutivas son más fácilmente realizables por sistemas mecánicos inteligentes (robots). 

En el modelo industrial que todos hemos conocido las estructuras directivas se encargan de acaparar el conocimiento evitando compartirlo con el resto de las personas. Un modelo por cierto que es el que se ha utilizado desde el inicio de la humanidad para el control social por parte de las clases dirigentes. Las instrucciones vienen de arriba y los de abajo simplemente obedecen. Los que mejor se ajustan a la cultura predominante son ascendidos a puestos directivos mientras que los que lo cuestionan son marginados. Con este estado de cosas, no debe sorprendernos que las organizaciones basadas en este modelo vivan muchas resistencias al proceso de cambio. 


El desarrollo tecnológico supone una revolución completa en las formas de dirigir personas que han sido el eje fundamental de las organizaciones hasta este momento.


En el entorno laboral se van a producir grandes cambios. Mientras que las organizaciones no pueden seguir siendo gestionadas por los esquemas tradicionales si desean sobrevivir, las nuevas generaciones (nativos digitales) que están incorporándose al mercado de trabajo, buscan nuevas respuestas. Los nuevos «empleados» cuestionan abiertamente las ideas preconcebidas sobre el empleo y el puesto de trabajo y tienden a adoptar nuevas actitudes en sus entornos laborales. No están dispuestos a limitarse a hacer lo que se les diga. Cuando preguntan por qué tienen que trabajar del modo en que lo hacen, no obtienen respuestas satisfactorias. Y chocan con la contradicción que supone el hecho de que en su vida privada y entorno personal utilizan herramientas y formatos tecnológicos que los liberan de las limitaciones de tiempo y espacio, pero en no están en uso en las estructuras organizativas. 

En el pasado los empleos se fundamentaban en el principio de continuidad y unas determinadas garantías de desarrollo profesional a largo plazo. El «trabajo» era un lugar al que se acudía durante el tiempo estipulado en un contrato, se recibía un salario por las horas cumplidas, se potenciaba la lealtad, y el desarrollo estaba fundado en la adhesión incondicional a los principios organizativos. La vida era muchos más sencilla pero también más aburrida.

Hoy todo es más complejo. No podemos garantizar la continuidad del empleo a largo plazo (algo que probablemente también ocurrirá en los entornos de la administración pública). El -trabajo- ya no es un lugar al que ir, es una actividad con un propósito. Es un proceso dirigido a conseguir algo y en que lo que cuenta es el resultado. En el mundo conectado de hoy, el trabajo se está transformando poco a poco en un bien comercializable. En lugar de convertir el trabajo en una serie de tareas a desarrollar por un empleado, lo que vamos a medir es el resultado o producto alcanzado.

Las predicciones más recientes llegan a pronosticar el dato de que (por ejemplo) en los próximos años el 40% de los trabajos serán en el formato de «trabajador contingente». Por cierto hay incluso quién se atreve a pronosticar que esta cifra se alcanzará en EEUU en algunos sectores como el del software en 2020. O sea en 2 años.

No sabemos si esto será así aunque si parece que muchos de nosotros estaremos ahí para comprobarlo.