Tiempo de lectura: 3 minutos

Retomo mi trabajo en el blog después de unas semanas de descanso mental y también de reflexión y replanteamiento de muchos temas (entre ellos sobre la estructura del propio blog). 

Mientras tanto sigo sorprendiéndome por la facilidad con que las dos grandes fuerzas políticas se han puesto de acuerdo (en este mes de agosto) sobre la necesidad de articular una reforma constitucional para introducir en nuestra norma fundamental un tope al déficit público. Aunque la medida probablemente sea bienvenida y absolutamente imprescindible resulta cuanto menos extraña la forma en que se ha alcanzado un acuerdo.

Creo que no deja de ser una muestra más de que nuestra clase política actúa claramente a impulsos y no con planes más o menos organizados y estructurados. No parece que sea la mejor manera de afrontar los cambios y las reformas que ineludiblemente vamos a tener que hacer.

Y mientras tanto la crisis sigue y la sensación de muchas personas de mi entorno es que probablemente hayamos tocado fondo pero que vamos a seguir durante mucho tiempo en una situación “japonesa” si no somos capaces de realizar los cambios, reformas y establecer nuevas herramientas de gestión. Nos queda mucho por hacer.

También me he sentido “sorprendido” por los datos aparecidos sobre el proceso de privatización de los aeropuertos. Supongo que a nadie puede sorprender el hecho de que nuestro país es el único en el que la gestión de los aeropuertos y la del control aéreo esta centralizada en un único ente. Otra de mis sorpresas ha sido la de descubrir que el incremento de personal en el conjunto de las administraciones públicas de este país (generado en los últimos meses) ha dejado en un 0,9% el efecto real de la reducción de salarios aplicada al sector público (del 5%) y tan bien “vendida” como una muestra de nuestra “brillante capacidad de reacción” a la crisis.

Todos sabemos que los procesos de cambio, de reestructuración, son complejos. Nada es permanente, nada es irreversible, lo que hoy parece clave no lo es mañana, el éxito hoy no augura el éxito futuro etc. Los entornos cambian y a veces las organizaciones son incapaces de visualizar y adaptarse a estos cambios.

El mayor freno a los cambios son los intereses, probablemente legítimos, pero también cuestionables de las estructuras sociales y humanas (sean equipos directivos, funcionariales, etc.) Algo así ocurre también con la estructura de nuestra función pública formalmente muy descentralizada –como consecuencia del desarrollo autonómico- pero en la base controlada por unos “cuerpos funcionariales de carácter estatal” que son muchas veces uno de los frenos más importantes a cualquier tipo de reforma.

Como Germá Bel afirmaba en un reciente articulo en La Vanguardia refiriéndose a los llamados cuerpos nacionales de funcionarios, estos entes corporativos son los que “han sido los transmisores intergeneracionales del ADN programático de un determinado modelo de gestión” en un intento de construir en nuestro país un modelo lo más parecido posible al francés. Este es un modelo que se autoalimenta por sí mismo, que es perfectamente resistente a los cambios políticos y que “tiende a interpretar el interés general según sus intereses particulares”.

Para enfrentarse a un proceso de cambio como el que estamos viviendo es absolutamente imprescindible una voluntad de realizar el cambio, un análisis objetivo de la situación y ser conscientes de que el cambio exige reformas a corto plazo (las más fáciles de implementar) y cambios a medio/largo plazo (entre otras las de tipo cultural) que son, sin duda, las más difíciles de implementar. Muchas veces resulta más fácil cambiar a las personas que cambiar la cultura.

Saldremos de la crisis si somos capaces de hacer que las personas actuemos en nuestra vida diaria, en nuestro entorno profesional, en las relaciones con nuestras organizaciones como si fuéramos empresarios. Y esto a veces resulta muy difícil hacerlo cuando en las organizaciones se han instalado vicios, comportamientos etc….. es duro pero es así.

El cambio será mucho más posible si disponemos de personas motivadas, atentas y creativas y si éstas tienen directrices claras y un sentido de hacia dónde hay que ir.

Como país hemos de ser conscientes de que no podemos dar lecciones de modernidad (ave por ejemplo) y en paralelo mostrar signos de una gestión ineficiente siendo además poco capaces de enfrentarnos con valentía y rigor a los retos que nos impone el entorno.

Resulta imprescindible, en este como en otros muchos temas, “coger el toro por los cuernos” si no queremos estar abocados a formar parte de una “tercera división” en el reparto de la nueva liga mundial. No se trata tan solo de estar como invitado en el G20 se trata de hacer las cosas bien, de corregir lo que no funciona, y de tomar decisiones. En definitiva de implantar medidas e instrumentos que favorezcan el cambio, introduzcan nuevos elementos de gestión, reduzcan las ineficiencias y debilidades y nos posicionen a todos en una mejor posición en esta nueva liga mundial en la que nos toca vivir. Probablemente se ha hecho ya mucho en el sector privado pero lamentablemente nos queda mucho que hacer en el ámbito de la gestión pública.