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Para los individuos, una comunidad de lealtades proporciona un sentido especial de identidad.

Uno es un empleado de IBM, del SCH o de TELEFÓNICA, socio del BARÇA o del MADRID, miembro o seguidor de un partido político o de una determinada comunidad -en muchos casos, como su padre lo fue antes-.Estas lealtades dicen de uno con quién se relaciona, cómo vive o qué expectativas tiene.

Si esta afiliación desaparece la identidad se pierde. Para las organizaciones y particularmente las empresas, la comunidad de lealtades proporciona unos empleados entregados, flexibles, cooperativos, dispuestos a hacer un esfuerzo extra cuando es necesario. Un entorno en el que las dos partes están interesadas en continuar la relación y en la que ninguna de ellas está realmente interesada en abandonar el pacto.

Este principio que es válido para grandes organizaciones y, probablemente, para la administración o sector público es puesto, hoy, permanentemente en cuestión respecto a la mayoría de los profesionales. Recordemos que la seguridad y la continuidad en el empleo es un bien preciado de los que muy pocos gozan hoy. 

Esto lleva a una dualidad social entre dos colectivos: aquellos que participan de la parte de la ‘tarta’ que asegura un determinado compromiso de lealtad y los otros, que se ven, voluntaria o involuntariamente, obligados a desarrollar su vida profesional en ámbitos en los que difícilmente será posible tener una carrera profesional estable y de larga duración en una misma organización.

Hoy los profesionales estamos obligados a mantener una única lealtad, la de consigo mismos.

Y es por ello, por lo que muchas veces es mucho más fácil desarrollar proyectos innovadores y de éxito en pequeñas organizaciones. Que este espíritu perviva, se mantenga y se consolide en una gran organización es una de los retos clave de la gestión empresarial

¿Qué hace tu organización para que este espíritu perviva se mantenga y consolide?