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Nos hemos acostumbrado a vivir/ver/leer sobre la realidad de la emigración (fundamentalmente la procedente de África/Asia) y con las muertes que genera.

La emigración genera un conjunto de situaciones que se transforman en noticias que, sobre todo en las épocas veraniegas como las que vivimos en este momento, nos inundan pero que han dejado de estar, salvo situaciones puntuales, en la mente de la mayoría de los ciudadanos. Parece que esta realidad forma parte del paisaje veraniego como. El drama social que supone la realidad de la emigración ya no nos impacta, se ha convertido en algo normal, a lo que ya nos estamos acostumbrando. Un problema que pone en cuestión nuestros valores (si es que todavía los tenemos).

Mientras tanto constatamos como los populismos inundan nuestro entorno de murallas y muros para impedir la movilidad y los desplazamientos entre países y entornos. Las reuniones políticas se suceden, parece que los países del Norte de Europa empiezan a preocuparse por lo que está ocurriendo en el norte de África y por el impacto que todo ello puede producirnos. Criticamos las políticas de emigración de los otros (fundamentalmente la practicada por los EEUU) pero, una vez más, disponemos de una mano derecha que no se habla con la izquierda.

Mientras organizaciones como las Naciones Unidas y Amnistía Internacional critican las políticas europeas, si es que realmente existen, las dificultades de los socios europeos por definir políticas comunes que se superpongan a los intereses locales y que respondan a lo que se supone son los valores democráticos se están mostrando claramente, una vez más.

Un problema, además, al que habría que dedicar más esfuerzos pero cuya resolución no será fácil.