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Alvin Toffler sostenía quelos analfabetos del siglo XXI no serán aquellos que no sepan leer o escribir, sino aquellos que no puedan aprender, desaprender y reaprender. Por su parte, la RAE precisa que aprender es “adquirir el conocimiento de algo por medio del estudio o de la experiencia.

En otras palabras, cuando aprendemos, incorporamos conocimientos adicionales a los que ya tenemos y retenemos.

Tradicionalmente, aprender entrañaba que el conocimiento que incorporábamos al ya existente era completamente nuevo, es decir, que no reemplazaba a ningún otro conocimiento ya almacenado. Un análisis basado en una visión del aprendizaje como un proceso incremental en el que el nuevo conocimiento se suma al que ya teníamos disponible ocupando lo que podríamos describir como espacios vacíos (en nuestro cerebro.


Desde Darwin somos conscientes que la supervivencia y el desarrollo del ser humano no es sólo el resultado de la fuerza física y la inteligencia, sino de la capacidad de adaptación.


Lo que nos llevó a tomar en cuenta que el aprendizaje ha venido constituyendo una poderosa arma que nos permite afrontar los retos que nos impone la realidad cambiante con que hemos, además, aprendido a convivir.

La aceleración exponencial del ritmo del cambio, que vivimos desde los inicios del siglo XXI y que muchos han definido como entorno VUCA, (un concepto que por cierto no acaba de gustarme) ha dado un profundo vuelco a la situación. Hoy muchos de los conocimientos y aprendizajes que necesitamos incorporar chocan con aquellos que habíamos adquirido anteriormente. En este momento muchos de los aprendizajes son de carácter sustitutorio, en la medida que el nuevo conocimiento que incorporamos no se suma al ya existente, sino que lo reemplaza.

Este tipo de aprendizaje es considerablemente más difícil que el aprendizaje incremental, lo que plantea retos individuales, corporativos y sociales descomunales. En primer lugar, porque estamos habituados a un sistema de adquisición de conocimientos que llamaríamos tradicional o incremental. En segundo término, porque el aprendizaje sustitutivo supone poner en juego nuevos elementos.

A lo largo de mi trayectoria profesional me he percatado de que el verdadero reto no es el aprendizaje. Como todos los seres humanos soy capaz de cosas nuevas, en especial si los nuevos conocimientos despiertan mi interés. El verdadero reto se produce cuando lo que estoy intentando aprender (o asimilar) entra en conflicto con lo que ya tenía incorporado en mi cerebro, esto es, con lo que había aprendido con anterioridad.

Las razones son muy fáciles de entender, aunque luego resulten de difícil ejecución. Para poder aprender el conocimiento nuevo, hay que deshacerse del conocimiento antiguo, ya que ambos entran en conflicto. La falta de costumbre, la presión y el estrés con el que vivimos hacen que la reacción instintiva sea regresar una y otra vez a la zona de confort, es decir, al conocimiento de siempre, al que nos ha acompañado toda la vida. De ahí la relevancia de los factores culturales en los procesos de cambio. Una vuelta atrás que es válida desde el punto de vista de personal, organizativo y social.

Por eso, en pleno siglo XXI con el aprendizaje no hay suficiente si tomamos en cuenta la máxima de que en sociedad del conocimiento el aprendizaje tradicional ha perdido su valor. Necesitamos un nuevo tipo de aprendizaje. El de carácter adaptativo. Uno que nos capacite para adaptarnos a la realidad de forma dinámica, flexible y, sobre todo, rápida. Uno nuevo que sería el resultado de la secuencia siguiente: Aprendizaje + Desaprendizaje + Reaprendizaje.  

Asistimos a la aparición de nuevas profesiones y actividades mientras que otras desaparecen, aunque nos han acompañado durante años. Profesiones diversas cuyo ejercicio conlleva nuevos y variados conocimientos, experiencias y habilidades. Sin embargo, todas ellas tienen un elemento común: necesitan que las personas que las desarrollan estén en constante proceso de aprendizaje adaptativo. 

Un proceso que consiste en deshacernos de forma inmediata de todo aquello que va quedando obsoleto o se vuelve innecesario. Una vez desaprendido lo innecesario, reaprender es sencillo, porque se parece al aprendizaje incremental que ya conocemos y practicamos. Sin desaprendizaje no es posible el reaprendizaje. Por esta razón, esta es una gran asignatura que debería de formar de los programas formativos. Una competencia cuya posesión o carencia va a marcar la diferencia entre los profesionales, las organizaciones y las sociedades en el futuro.

Si tuviera que buscar profesionales para cualquiera de estas posiciones y solo pudiera centrarme en una competencia común, tendría muy claro qué es lo que hoy necesitamos: Se busca experto en desaprendizaje.