Tiempo de lectura: 4 minutos

El pasado viernes nos despertamos con el comentario del Primer Ministro italiano Mario Monti siguiente: «Los jóvenes se tienen que acostumbrar a la idea de no tener un puesto de trabajo fijo para toda la vida».

Unas declaraciones  en las que añadía: «Además, ¡Qué monotonía! Es mucho más bonito cambiar y aceptar nuevos desafíos”. Esta segunda parte puede haber sido considerado improcedente y un tanto frívolo. Lo que probablemente pretendía Monti, (que se sintió obligado posteriormente a hacer declaraciones aclaratorias), era expresar lo que muchos pensamos en el sentido de que todos (jóvenes y no tan jóvenes), debemos dejar de soñar con alcanzar un “trabajo de por vida”, y que este sueño esta chocando con la realidad actual y la que podemos visualizar a medio plazo.

Todo ello además en un contexto en el que tanto en su país Italia como en el nuestro estamos a la espera de las decisiones gubernamentales sobre la reforma laboral. Es muy probable que este tema fuera uno de los “trending topic” del día en la red.

Esta lectura me ha llevado a releer algunos capítulos del libro de Jeremy Rifquin titulado “el fin del trabajo”.  Escrito en la década de los 90 (la edición española que he ojeado es del año 1996) el libro es muy interesante en la medida en que, hace ya 16 años, el autor anunciaba alguno de los elementos relacionados con el empleo que hoy estamos sufriendo intensamente.

Rifquin afirmaba que en los próximos años (no sé si se refería a los 16 que ya han trascurrido o unos cuantos menos o más) las nuevas y más sofisticadas tecnologías informáticas basadas en la información llevarían a nuestra civilización a situaciones cada vez más próximas a la desaparición del trabajo en la forma que todos hemos conocido desde la revolución industrial. Para Rifquin íbamos a entrar en un nuevo periodo al que denomina “la era de la información”.

Esta era, que ya estamos viviendo realmente hoy, “se caracterizaría por el hecho de que la definición de oportunidades y de responsabilidades de millones de personas pertenecientes a una sociedad carente de empleo masivo podría convertirse en el elemento de presión social más importante del próximo siglo”.


Creo que es posible enlazar los comentarios (probablemente poco afortunados de Monti) con las ideas de Rifquin. Estamos iniciando una nueva etapa, que se caracterizará por la desaparición de lo que entendemos por “trabajo” en nuestra actual cultura socio-laboral.


Entramos en un nuevo periodo en el que la forma de organización de las tareas y la relación entre empleados, organización del trabajo y empleadores, va a cambiar radicalmente y que supondrá, (lo está suponiendo ya) la desaparición de la mayoría de las tareas que (y sobre todo la forma en que éstas se realizan) que hemos conocido en los últimos 3 siglos.

Vivimos en nuestra propia piel grandes cambios en las relaciones entre empresa-empleado. Cambios de carácter formal pero también psicológico. Simplificando, si hasta la última década del siglo XX, la relación de trabajo se basaba en el supuesto de que la organización cuidaba y era responsable de sus empleados, a los que intentaba garantizar continuidad en el empleo, hoy esta responsabilidad es inasumible. Las nuevas dinámicas organizacionales impuestas por la revolución tecnológica, la globalización, los nuevos paradigmas, etc plantean cambios sustanciales a conceptos como: tiempo de trabajo, permanencia y continuidad, compromiso, desarrollo, carrera profesional, etc.


Hoy la responsabilidad de sobre la trayectoria profesional se ha traspasado ya de las organizaciones en las que los profesionales “trabajan” (de forma exclusiva y permanente) a los propios individuos.


Cada vez un número mayor de personas vamos a vivir entornos profesionales distintos a los del “trabajo” como tal en el concepto tradicional conocido por las anteriores generaciones. Entramos por tanto en una situación de intercambio donde el individuo es al mismo tiempo corresponsable de la competitividad de la compañía para la que presta servicios, actor y gestor de su propia empleabilidad.

Todo ello supone evidente un cambio de paradigma. Rifkin nos propone en su libro la necesidad de necesidad de encontrar nuevas alternativas al concepto tradicional de trabajo a través de nuevas formas de generación de ingresos. “Ahora que progresivamente el valor del producto hecho por el hombre tiende a ser más insignificante e irrelevante, se deberán explorar nuevas formas de definir el valor de la persona y de las relaciones humanas”.

Si no somos capaces de definir estos nuevos “valores” tenemos el riesgo de dirigirnos a un mundo polarizado en 3 ámbitos. De una parte una élite formada y capacitada que controlará y gestionará la economía, una conjunto de profesionales que tendrán la suerte de pertenecer, aunque siempre de forma temporal, al grupo de privilegiados que se dedicarán a poner en marcha los procesos e instrucciones emanadas de la élite y por último una masa de individuos, puros ejecutores, con pocas expectativas de futuro, y aún menos esperanzas de conseguir una trabajo aceptable en un mundo cada vez más automatizado.

No se si, como ya he indicado, han pasado suficientes años para que las previsiones de Rifkin se cumplan, pero me atrevo a afirmar, que más allá de la crisis puntual en la que actualmente estamos, las tendencias  que apuntaba se están consolidando y entre ellas los mecanismos de dualidad del mercado de trabajo entre: trabajos temporales y permanentes, empleos de calidad y subsidiarios, tipologías de trabajadores etc.

No estoy convencido de que no tengamos más alternativas que las que hoy nos propone Monti, aunque si que estoy seguro que debemos de buscar nuevos paradigmas si no queremos transmitir a las nuevas generaciones un mundo mucho peor.