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He escrito un total de 24 posts en mi blog centrados en la situación que hemos vivido (y que seguimos viviendo) en Catalunya. El primero en 2009 y el último el año pasado.

Dicen que cuando “has pecado” en 24 ocasiones te puedes permitir la licencia de …. repetir la falta, aunque sólo sea por una vez más. Creo que incluso que en alguno de ellos llegué a asumir el compromiso de que no volvería a escribir sobre Catalunya, pero….

Escribo estas líneas el día 20 de setiembre… o sea un día después de que se haya conseguido normalizar la situación de las lenguas oficiales del Estado en la sede de la representación popular. ¿Cuántos años han tenido que pasar para la puesta en marcha de un un criterio «tan constitucional» como éste?

No pretendo extenderme sobre los argumentos que, aunque hayan podido evolucionar en el tiempo, he mantenido desde 2009. Creo que ha pasado tiempo, pero todavía no lo suficiente para olvidarnos de lo que vivimos tanto desde el punto de vista objetivo -pensar- como subjetivo -sentir-. Unos “prometieron que estaba todo preparado” y que el proceso permitiría ir “de la ley a la ley”. Otros que «no habría referéndum, ni urnas, ni papeletas, ni nada», que todo era una locura colectiva. Unos nos mintieron sabiendo que aquel era el viaje a ninguna parte mientras que los otros, incapaces de comprender lo que estaba realmente pasando en la mente de los y las catalanes, se sintieron burlados y se defendieron con la fuerza militar y judicial en manos del Estado. El resultado final es claramente conocido por todos/as.

Tradicionalmente en el campo político/ideológico se ha diferenciado entre dos bloques: el primero denominado “derechas” y el segundo “izquierdas”. Esta es una clasificación que me parece muy limitada y que en el caso de Catalunya es una clasificación que podríamos denominar de simplista y que no facilita la posibilidad de entender lo que ocurre. Llamamos izquierda o derecha a dos diferentes tipos de enfoque de la gestión pública, porque son las posiciones que ya en la revolución francesa ocupaban los dos grandes bloques políticos. Sin embargo, esta  clasificación no toma en cuenta el criterio relativo a la forma en la que los seres humanos nos comportamos ante la política y ante la vida. A saber: la distinción entre los conceptos de «progresismo» o «conservadurismo», o en otras palabras de la tensión permanente en la especie humana entre conservar lo conseguido o avanzar.

Recordemos que la diferencia fundamental entre ambas visiones se fundamenta en el comportamiento de los individuos frente a las normas establecidas. Y no hace falta ser un genio para entender que este criterio es perfectamente aplicable a la situación que se vive entre Catalunya y el resto del Estado. Mientras que en Catalunya se impone el progresismo en el resto del Estado la posición predominante es el conservadurismo.

El choque cultural (no conviene olvidar que éste lleva produciéndose desde hace casi 300 años) puede explicarse como consecuencia de la diferencia de concepciones entre los conservadores (que pueden ser también de izquierdas) y los progresistas (entre los cuales también podemos encontrar a personas que se consideran a si mismo como de derechas). Las estructuras centrales y dominantes del Estado destacan por tener unas concepciones (cultura) conservadoras y centralistas que son poco compatibles con las ansias de reforma y descentralización de un pueblo como el catalán. Una distinción clara y diáfana que explica las razones por las que los diferentes intentos para conseguir un encaje razonable entre Cataluña en España han fracasado. Y que no evita que generación tras generación muchos catalanes sigamos pensando en la necesidad/posibilidad de revisar y reescribir las normas de convivencia.

Unas reflexiones que teniendo un carácter estratégico me sirven para situar los elementos básicos del análisis coyuntural que realizaré en las líneas siguientes. Un análisis, centrado en las consecuencias del resultado electoral de las elecciones celebradas el pasado 23 de Julio, y en el que seguiré los planteamientos formulados por Esther Vera en Ara el pasado 10 de Setiembre en un articulo titulado “al revolt del bucle” (una expresión de la que, al margen de que el término bucle se escriba de igual forma en ambas lenguas) pierde probablemente sentido en castellano si hacemos una estricta traducción literal. Una expresión, que me sirve de inspiración para dar título a estas reflexiones, que fundamento en los criterios siguientes:

  • Aún en una situación de alta complejidad y de grandes incertezas sobre su futuro el independentismo tiene un rol clave para facilitar la gobernabilidad del Estado.
  • La visión sobre el conjunto que se tiene en determinados entornos no se ajusta a la realidad. Todos los votos cuentan y los ciudadanos se han manifestado claramente en un determinado sentido. Recordemos que al margen de la aritmética parlamentaria hay 1M de votos de diferencia entre los dos bloques.
  • Excluida la posibilidad de un pacto entre las dos grandes fuerzas políticas no hay otra posibilidad que la continuidad de un gobierno parecido al actual. 
  • Lo ocurrido en 2017 mostró claramente los límites de la unilateralidad. Unos límites que se ven reforzados por la división y la competencia interna entre las fuerzas independentistas.

Termina Esther sus reflexiones con un mensaje que me parece excelente para definir las salidas o soluciones que hoy tenemos a nuestro alcance. Como que los dos grandes partidos no van a ser capaces de abrir un proceso de reforma constitucional, y las soluciones unilaterales están claramente condenadas al fracaso. Por tanto, es el momento de dar un paso al lado y dirigir todos los esfuerzos hacia el “reconocimiento político nacional y la búsqueda de medidas que permitan mejorar la relación económica con España”.

Aunque esto nos pueda parecer a muchos una repetición del pasado (un bucle) es lo que me atrevo a apostar que finalmente ocurrirá.