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Mientras que vivimos entornos sociales cada vez más complejos seguimos intentando gestionarlos siguiendo esquemas del pasado. Los problemas con los que nos enfrentamos responden a estas tres variables: imprevistos, divergentes y adaptativos. Y además exigen estructuras y competencias para su resolución de las que probablemente no disponen las estructuras actuales.

Aunque los tiempos que vivimos hoy, centrados en la concreción de cuál será la estructura de gobierno como resultado del proceso electoral que vivimos el pasado mes de Julio, nos llevan a una cierta parálisis política la sociedad sigue funcionando.


Necesitamos implementar una reforma de las Administraciones Públicas si queremos que éstas no se conviertan en una rémora para el desarrollo social.


Y por ello soy uno más de los que me adhiero a la reivindicación de un Sector Público más independiente, inteligente, diverso, descentralizado y sobre todo más colaborativo. No podemos seguir gestionando “lo público” sin tomar en cuenta las necesidades de las personas. Necesitamos apoyar a los directivos públicos profesionales. Su rol es clave en el desarrollo del proceso de cambio.

Y tomar en consideración que, a excepción de algunas actividades específicas (seguridad, justicia etc), el Sector Público debe dedicarse al análisis, la promoción y el control dejando la ejecución a aquellos que sean más eficientes. No es función del Sector Público competir con el Sector Privado.

Los criterios a implementar que deberían de “modular” este proceso de transformación deberían estar centrados en:

Responder adecuadamente a las nuevas demandas y necesidades:

No es la sociedad la que debe de adaptarse a los criterios y formas de actuar en el Sector Público, sino que ha de ser éste el que se dote de las capacidades para ofrecerles respuesta. La cuestión es la de si un Sector Público burocratizado y basado en criterios organizativos del siglo XIX es capaz de dar respuesta a estas nuevas realidades de forma eficiente. El sector Público no puede moldear la realidad, debe adaptarse a ella.

Gestionar el cambio:

El desarrollo tecnológico plantea incertidumbres, pero permite visualizar que en muchos ámbitos de la vida humana necesitamos nuevas respuestas. El acceso o la ambición de acceder, por parte de miles de millones de habitantes del planeta, a una vida más plena, móvil e inter-conectada, está cuestionando todas las fuentes tradicionales del poder y el papel del Estado y el de las AAPP. El Sector Público debe de ser capaz de dar respuesta a estas demandas. Por otra parte, los cambios tecnológicos que los sistemas organizativos (públicos y/o privados) han conseguido incorporar o metabolizar en las últimas décadas son sólo la punta del iceberg. Los cambios siguen siendo exponenciales en materias como el bigdata, la robótica, la inteligencia artificial, la nanotecnología, y la neurociencia, entre otros. La brecha actual entre lo que lo que sabemos y los desafíos que debemos afrontar es descomunal y no deja de crecer.

Poner a la eficiencia en el centro de la gestión pública:

El Sector Público dedicado tradicionalmente a hacer cosas, más que a conseguir que las cosas pasen, y poblado todavía por extensos contingentes de trabajadores de cualificación media y media-baja, va a tener que afrontar modificaciones sustanciales tanto en sus criterios organizativos como en los sistemas de reclutamiento e incluso llevar a cabo reconversiones del capital humano. En tiempos complejos e inciertos, la creación de valor se relaciona más con el conocer, aprender y liderar procesos que, con el saber, hacer y/o producir. No podemos seguir con un Sector Público basado en «silos independientes» y organizado bajo criterios y estructuras jerárquicas.

Gestionar en base al conocimiento y los datos:

El salto tecnológico exige una fuerte inversión en conocimiento. Esa inyección de inteligencia, será incompatible con los diseños homogéneos, rígidos, verticales y centralizados de las burocracias. Debemos acostumbrar al sector público a trabajar en base a datos y a la trazabilidad de estos y a hacer uso adecuado de la Inteligencia Artificial. Ello es perfectamente posible como muestra los sistemas de gestión que ya hoy implementa el Ministerio de Hacienda. El conocimiento, en especial cuando se halla sometido a dinámicas permanentes de actualización y aprendizaje, es poco compatible con la unidad de mando y las estructuras jerárquicas. Y todo esto es válido para el sector privado pero esencial para el público. Siguiendo las reflexiones formuladas por muchos académicos (entre ellos Moisés Naím) las estructuras de poder se difuminan y se hacen cada vez más complejas. El poder ya no es lo que era. Hoy está disperso en una multiplicidad de “micro-poderes” que contrarrestan y minimizan la capacidad de influencia de las estructuras más tradicionales.

Promover el cambio cultural para asumir un nuevo rol:

En la sociedad del futuro es posible que los sistemas públicos tiendan a estar integrados por constelaciones de núcleos de conocimiento más pequeños, diversos y autónomos, y regidos por reglas mucho más flexibles. La colaboración entre los entornos públicos y no públicos, pese a los ejemplos de mala práctica y los ataques fuertemente ideologizados que ha sufrido en España en los últimos años, formará parte del paisaje. No son momentos para disyuntivas falsas o ideológicas entre estado y mercado. Por el contrario, la construcción de entornos avanzados de colaboración entre ambos se dibuja como la condición para afrontar con éxito los grandes problemas colectivos de nuestro tiempo.

El conjunto de las AAPP está hoy integrado por organizaciones sobredimensionadas, basadas en estructuras jerárquicas (que pueden ser las más adecuadas en algunos entornos, pero no necesariamente ser la regla común al conjunto del sistema) y centradas en el desarrollo de procesos o provisión de servicios que hoy son obsoletos o que pueden prestarse de forma más eficiente en otros entornos o utilizando mecanismos digitales.

Como conclusión: Aunque el futuro es por definición impredecible si queremos avanzar debemos dotarnos de nuevas estructuras de gobernanza pública. A excepción de algunas actividades específicas (seguridad, justicia, etc) el Sector Público debe dedicarse a analizar/promover y controlar, dejando la ejecución a aquellos que sean más eficientes. Tendrá que reinventarse y ello va a suponer modificar sus modelos de relación y colaboración con una amplia diversidad de actores (individuos, academia, grupos de investigación, organizaciones sociales, empresas) situados en su entorno. Deberíamos de ser capaces de aprovechar el proceso de jubilación masiva de un gran número de profesionales del Sector Público para conseguir esta transformación.