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A pesar de todos los anuncios realizados, a pesar de que muchos tenemos expectativas de que las cosas van a mejorar, nuestro estado de ánimo sigue siendo “manifiestamente mejorable”. Y si realmente la situación económica es el resultado de millones de decisiones individuales sigo sin ver claro lo que muchos auguran, empezando por nuestra clase política.  

A mí alrededor veo a la gente que al mismo tiempo me ve a mí mismo y a todo lo que ocurre a nuestro alrededor. Todos somos conscientes y recordamos las promesas incumplidas, las previsiones sin fundamento, el descenso estadístico del desempleo que no se fundamenta en la creación de empleo, la falta de consumo, etc. Digámoslo claramente: no hay confianza.

Y, mientras tanto, seguimos sin hacer los cambios estructurales que necesitamos: reforma de la administración pública, cambios en nuestro modelo educativo y cultural etc y viviendo una situación de desempleo galopante agudizada por el hecho, perfectamente previsible a corto plazo, de los ajustes realizados por las organizaciones y empresas como consecuencia de las facilidades ofrecidas por la nueva legislación laboral.

El riesgo de todo esto, y la pérdida de credibilidad de la clase política, nos puede llevar a caer en la tentación de arreglar las cosas con fórmulas que recordarían un pasado al que no deberíamos nunca de volver.  

Es comprensible que los sindicatos reclamen mayores niveles de protección social para el colectivo de desempleados que han agotado las prestaciones de desempleo, es razonable que los ahorradores quieran tener seguridad sobre sus ahorros, y a la vez es obligatorio dar la seguridad a nuestros inversores y prestamistas internacionales sobre que estamos haciendo las cosas bien y que vamos a poder pagar los intereses de la deuda y empezar a devolver el capital. Pero  ¿Cómo se hace todo esto a la vez?.

Desde el punto de vista social hemos de recordar los mensajes que han ido calando en la opinión pública como consecuencia de la incapacidad o inclusive la voluntariedad de nuestros líderes. Durante los dos primeros años 2008 y 2009 la crisis era algo extraño, generado fuera de nuestras fronteras, y que poco nos iba a afectar más allá de forzar el ‘aterrizaje suave’ de la vivienda. España tenía todavía “el sistema financiero más sólido del mundo” y el veredicto del ciudadano medio era por entonces casi unánime: la culpa de todo la tienen los grandes bancos internacionales y sus gestores (la famosa ‘crisis ninja’).

La segunda crisis se inicia en el momento que ya resulta imposible soslayar la evidencia de que nuestro sistema económico no puede adaptarse suavemente a las nuevas circunstancias. Es el cambio de paradigma: Pasamos del aterrizaje suave a las medidas de contención urgentes (impuestas por la UE) y a reconocer que también tenemos una crisis interna. Durante los años 2011 y 2012 constatamos que no podemos seguir sosteniendo un estado del bienestar y unos servicios públicos sin control y poco eficientes. Se hace evidente que nuestro sistema financiero no es ni mucho menos lo que nos imaginábamos. Finalmente nos resulta imposible seguir ocultando la magnitud del agujero generado en la financiación de las operaciones inmobiliarias.

El tercer hito de la crisis se produce en los años 2012 y 2013 cuando constatamos que nuestro sistema laboral que ha sido capaz de crear un volumen impensable de empleos en la década anterior a la crisis y de absolver a más de 4M de inmigrantes no sólo no es capaz de tener la flexibilidad necesaria para responder a la nueva situación, sino que pasamos a convertirnos en los líderes en destrucción de empleo y en los rankings de desempleo y constatamos que somos realmente incapaces de crear el empleo que necesitamos para salir de la situación.

Es también el momento en el que van saliendo a la luz la multitud de situaciones de corrupción política que aunque conocidos e inclusive “aceptados” por muchos en las épocas de bonanza no hacen más que enturbiar un clima social ya suficientemente enmarañado.

Pues bien a principios del 2014, seis años después, el diagnóstico social es pesimista. La crisis ha golpeado ya a la mayoría de las familias integrantes de la denominada clase media, que ha tenido que modificar y adaptar sus comportamientos,su gasto y su consumo a esta nueva situación y cuya capacidad de comprensión se encuentra bajo mínimos y su optimismo “por los suelos”. Cuando la necesidad y la desesperación aprietan, es fácil ceder a la tentación de buscar culpables externos. Sin embargo todos tenemos alguna responsabilidad.

Es probable que nos encontremos en la parte baja de la “L” es posible que estemos iniciando la línea horizontal, es posible, como alguien con mucho mas conocimiento económico que yo mismo me comentó en estas fiestas de navidad, que la parte baja no sea inclusive horizontal y que la imagen pueda llegar más a parecerse a la imagen de una conocida marca de material deportivo. Sin embargo esta tendencia al crecimiento se ve impactada por los hechos que seguimos viviendo como: la entrada de la policía con mandato judicial en las sedes del PP en Génova y las de la UGT en Andalucía en un mismo día, el conflicto social de Burgos etc.

Y mientras tanto los ciudadanos demandamos claridad y compromiso por parte de nuestros líderes y algunas dosis de optimismo por parte de los medios.

Necesitamos cambiar nuestro estado de ánimo y ponernos todos a trabajar para “salir” de esta en las mejores condiciones posibles. No se si esto está realmente produciéndose.