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Hace algunas semanas leí un excelente artículo escrito por Pepe Varela titulado “lo que dicen de nosotros los negocios digitales”.

Un artículo publicado en Cinco Dias y accesible en el link Lo que dicen de nosotros los nuevos negocios digitales | Opinión | Cinco Días (elpais.com) y el que Pepe (responsable de digitalización de UGT) formula una serie de argumentos que me permito resumir en las siguientes:

  • Estamos inmersos en un proceso de transformación que promoverá cambios profundos y de larga duración en la vida humana
  • Este proceso no sólo se basará en la disponibilidad de nuevos mecanismos y/o herramientas tecnológicas sino en la forma en que el ser humano interactuará con ellas. 
  • Podemos no aceptar lo que los especialistas denominamos “nuevos formatos laborales” pero si éstos existen es porqué es porqué hacemos uso de los mismos, incorporándolos en nuestros hábitos.
  • Los seres humanos tendemos a aceptar ofertas de productos y/o servicios que dan respuesta a necesidades concretas si éstos se ofrecen en unas condiciones asumibles.
  • Aunque deberíamos de reflexionar sobre lo que algunos de estos servicios dicen de nosotros (reparto a domicilio, cocinas de proximidad etc) lo cierto es que cuestionan los fundamentos del contrato social que hemos incorporado en nuestros esquemas vitales.

Todo ello lleva a lo que Pepe denomina “nuevo fordismo deshumanizado” cuya derivada más directa es la de incrementar la “estratificación social intramuros”. Supone consolidar el marco de dualidad de las condiciones laborales y contractuales que ofrece nuestro mercado de trabajo y no actua corrigiendo la desigualdad social.

Posteriormente se pregunta ¿cómo nos vemos como especie en el futuro?, y se cuestiona sobre si és futuro pasa por convertirnos en personajes como Jabba the Hunt de Start Wars, constatando que “estamos haciendo buenos los vaticinios cinematográficos de un mórbido y enfermo futuro” dado que además no estamos ante “servicios imprescindibles y ni de alto valor añadido (que) tampoco aportan nada (siendo) negocios extractivos, especulativos e improductivos”. Aunque es posible que no esté totalmente de acuerdo en estos calificativos sí que comparto sus argumentaciones por lo que tengo que confirmaros que desde su puesta en marcha tomé la decisión personal de no convertirme en usuario de este tipo de servicios.

“Es, por tanto, el momento de la política y la regulación, con altura de miras. Debemos abandonar el necio dogma neoliberal que afirma -mejor tener un trabajo así que no tener trabajo- (…) debemos reprender a quienes fomentan la inacción: el pasotismo siempre se acaba pagando cuando significa desigualdad. (…) Tenemos la obligación de repensar cómo la tecnología está cambiando nuestros barrios, nuestros empleos, pero también cómo (estamos) afianzando una cultura de la comodidad y la inmediatez (…) dibujando un escenario degradante para una sociedad inteligente, crítica y empoderada (y en la que) no acometer este debate significa someterse a una suerte de determinismo tecnológico que, como bien apunta Langdon Winner, no es más que un sonambulismo voluntario”.

Pues bien, cabe argumentar que estando de acuerdo con los elementos clave de sus planteamientos, y sin cuestionar  una actividad económica que se ha desarrollado en base a la suma de unas necesidades sociales y un marco legal que la permite, algo más hubiéramos podido hacer ya para corregir y modificar los elementos que fundamentan esta cultura de la comodidad a la que tan acertadamente se refiere en sus reflexiones. Y en este sentido sólo cabe constatar que a pesar de la legislación impulsada por, entre otras, la organización sindical de la que forma parte y conocida comúnmente como “ley Rider” y también del acuerdo social que ha dado lugar a las normas que conocemos hoy como “reforma de la reforma” somos muchos (incluido probablemente él mismo) los que estamos convencidos de que hemos perdido dos buenas oportunidades para corregir estas ineficiencias.


Conviene ser conscientes que uno de los mecanismos que tenemos socialmente para corregir conductas que pueden ser o resultar inconvenientes es la de la imposición normativa.


Y las preguntas a formularse son: ¿No deberíamos de haber hecho todos mucho más, empezando por las propias organizaciones sindicales, en la corrección de estas desigualdades sociales? ¿No debería de haberse organizado algún tipo de reclamación o concienciación social para evitar o reducir los comportamientos laborales que él critica tan certeramente?

Aunque la capacidad de diagnosticar una realidad sea el primer paso para abordarla, sólo con buenos diagnósticos los problemas no se resuelven. Y aquí nos queda mucho camino por recorrer. Es posible que hayamos dado algún paso, pero creo que éstos son claramente insuficientes. Creo que la razón y el sentido común exigen un mayor compromiso. ¿No?