Lo que pretendo en este nuevo ciclo de post es situaros en la realidad que percibo sobre las relaciones entre Inteligencia Artificial y Gestión del empleo desde un punto de vista conceptual en base a 4 reflexiones.
Primera reflexión:
El futuro del trabajo/empleo no se definirá solamente por el impacto de la tecnología, sino por cómo decidimos articular innovación, eficiencia, colaboración institucional y justicia social.
Desde la mirada de mi rol como especialista en el ámbito del empleo, creo que debo de ser consciente de que el futuro del trabajo no se definirá sólo por los avances tecnológicos sino por cómo los seres humanos decidiremos articular sus componentes: innovación, eficiencia, sentido colectivo y justicia social en un mundo cada vez más complejo, interconectado y lamentablemente desigual.
A modo de ejemplo. Necesitamos plantearnos y dar respuesta a las cuestiones como: ¿Qué tipos de actividades humanas queremos fomentar?, ¿para qué sociedad?, ¿con qué valores? Pero, en el ámbito de la gestión de las Políticas Activas de Empleo debemos aterrizar en la realidad más concreta y proponernos preguntas como: ¿Cuál es el contexto social en el que se inserta nuestro rol?, ¿Cómo ser más eficientes?, ¿Cuáles son las necesidades de nuestros usuarios? ¿Qué esperan de nosotros?
Bajo estas perspectivas los principios que deben de orientar nuestra gestión son los siguientes:
- Humanizar la transformación/revolución tecnológica La IA y la automatización han de convertirse en palancas para mejorar la calidad y el bienestar humano. Para ello, necesitamos integrar en el diseño de los sistemas inteligentes valores como la dignidad, la diversidad, la equidad, la igualdad y la sostenibilidad. Los empleos del futuro deberían de ser más creativos, colaborativos y significativos. ¿Lo serán?
- Redefinir la idea del trabajo/empleo como eje central de la vida humana. El empleo (trabajo remunerado dependiente) que es el eje central de la vida social en las sociedades más avanzadas, va a dejar de ser el elemento central del desarrollo y del bienestar personal y colectivo. ¿Vamos a tener que entender la vida humana sin el rol consustancial que ha tenido desde el inicio de la revolución industrial?
- Desarrollar mecanismos que faciliten el aprendizaje y la adaptación a las nuevas realidades/necesidades. La rapidez con la que cambian las competencias requeridas en el mercado exige romper con la idea de una trayectoria vital con comportamientos estancos: formación, aprendizaje, actividad laboral etc. El aprendizaje (y desaprendizaje) será un proceso permanente, no solo técnico, sino también humano, ético y relacional. ¿Seremos capaces de crear las condiciones para que las personas tengan acceso a itinerarios profesionales flexibles, modulares, personalizados y reconocibles y una estructura de coberturas sociales (RBU) que los hagan posibles?
- Conectar los periodos de actividad con los de aprendizaje/orientación Además, se vuelve urgente conectar el aprendizaje con la orientación: no solo ofrecer cursos, sino acompañar procesos de cambio, identidades laborales en transformación y transiciones vitales complejas. El enfoque competencial debe ir más allá del mercado. ¿Podremos gestionar las políticas activas considerando que el desarrollo de capacidades para la ciudadanía activa, la vida social y la resiliencia?
- Diseñar ecosistemas de trabajo inclusivos y resilientes El empleo ya no puede pensarse como una relación aislada entre dos partes (empleador y empleado) sino como parte de un ecosistema vivo donde interactúan instituciones, comunidades, tecnologías, datos y valores compartidos. ¿Es factible y/o posible esta alternativa?
- Revisar el modelo tradicional de protección social basada en el empleo. Hemos de diseñar sistemas de protección que tengan un carácter universal y se adapten a cada realidad, dejen de estar basados en el control y. se centren en la confianza, la equidad y la igualdad. Y de ahí el debate abierto ya, sobre rentas mínimas o rentas garantizadas de ciudadanía, sobre el uso de las políticas activas de empleo como elemento de ajuste y mejora de la empleabilidad, sobre las relaciones entre protección y orientación y la relación simbiótica entre el empleo y los servicios sociales. ¿Cuándo empezaremos de verdad el debate social sobre estas realidades?
- Repensar el concepto de productividad No sólo como rendimiento económico, sino como capacidad de cuidar la vida, desarrollar la motivación y el compromiso humano, dar respuesta a las necesidades sociales, distribuir equitativamente las oportunidades laborales y promover trabajos con sentido. El futuro del empleo pasa por actividades que no han sido consideradas tradicionalmente como tales: actividades domésticas, los cuidados, la economía circular, la cultura y el ocio, la transición energética, la reparación de los vínculos sociales y personales etc. ¿Es esto factible?
- Implementar un nuevo marco de gestión basado en la colaboración entre todos los actores Colaboración y confianza deben de ser las claves de este nuevo modelo. La gestión del empleo requiere hoy, más que nunca, de una colaboración estrecha entre Sector Público, Agentes sociales y Económicos, Entidades colaboradoras, empresas y organizaciones. ¿Vamos a hacerlo?
La urgencia de los retos que tenemos por delante hace imprescindible una coordinación basada no en la competencia sino en la capacidad que evite duplicidades y permita maximizar el impacto de las políticas. Sólo a través de la cooperación interinstitucional y público-privada será posible anticipar las transformaciones en curso y responder de manera justa, inclusiva e innovadora.
Segunda reflexión:
No podemos gestionar el mercado de trabajo ni las políticas de empleo del siglo XXI con los mismos criterios que han resultado válidos en el pasado
La irrupción tecnológica, las nuevas formas de relación, el envejecimiento poblacional, la desigualdad laboral, los flujos migratorios, el crecimiento del desempleo estructural son junto a la transición energética, el cambio climático, y los conflictos territoriales son los elementos que están configurando un nuevo escenario social y vital. Frente a este contexto, debemos modificar muchos de nuestros criterios culturales y tomar una postura o posición definida. Y no solamente desde el punto de vista global sino en nuestro propio rol.
No pongo en cuestión el marco de gestión y de reparto de competencias del que nos hemos dotado, a pesar de que hemos de reconocer que ahí tenemos una importante asignatura pendiente. Paralelamente debemos luchar para que la gestión del empleo salga de la “batalla política” y se centre en buscar las mejores soluciones.
Para ello necesitamos promover un cambio cultural, mejorar la eficiencia en la gestión y entre otros disponer de laboratorios, sistemas/espacios de datos abiertos y federados e información sobre lo que se hace en el resto del Sistema con el objeto de tomar mejores decisiones sobre políticas activas de empleo, itinerarios personalizados, evaluación de impacto y gobernanza participativa. La inteligencia artificial puede jugar un papel central aquí, siempre que sea transparente, auditable y centrada en el bien común.
El futuro no está escrito. Es un territorio en disputa que exige coraje, empatía, inteligencia colectiva y compromiso. La IA y otras tecnologías serán parte del camino, pero el rumbo lo marcamos nosotros: desde nuestros valores, nuestras decisiones/acciones, nuestros miedos etc.
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