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En el debate acerca de los efectos de la digitalización en el mundo del trabajo, hay una coincidencia en el gran impacto que ésta va a tener.

Las discrepancias surgen cuando en el análisis se plantea este impacto como una buena o una mala noticia. Recordemos, no obstante, que la historia del conjunto de revoluciones/evoluciones que hemos vivido desde la revolución industria siempre han terminado no dando la razón a los agoreros que pronosticaban el fin del trabajo, (aunque los efectos a corto plazo hayan sido relevantes).

Por otra parte (y en estos argumentos mi opinión es idéntica a la que formulan Daniel Innerarity o Yuval Noah Harari) es muy probable que la automatización total no va a tener lugar. En primer lugar porque el número y volumen de tareas en el ámbito de los servicios personales van a crecer de forma exponencial y no todas ellas serán automatizables y en segundo término porque (y el impacto de la pandemia del Covid-19 va a hacerlo de forma más rápida e intensa) es que se produzca (de hecho, ya está ocurriendo) un proceso de sustitución o transformación en el que puede llegar a ser posible que el trabajo humano (los oficios) sean sustituidos por tareas humanas muy simples y sin ninguna duda externalizables en lo que Daniel Inneratity denomina “granjas de clics”. Respecto a este último ítem os invito, a modo de ejemplo, a leer el post del primero de ellos accesible en https://www.danielinnerarity.es/opini%C3%B3n-preblog-2017/lo-digital-es-lo-pol%C3%ADtico/

¿Cuánta más tecnología menos empleo?

Parece una máxima insalvable, pero no es cierto, no del todo. Si se plantean estrategias para la modernización tecnológica de un país, si se estimulan los cambios necesarios, si se plantean alternativas fiscales adecuadas (por ejemplo) es posible que logremos hacer más productivos, eficientes y competitivos los sectores de mayor vanguardia con lo que es posible que generemos mayores oportunidades de empleo. Otra cosa será el efecto a medio plazo de los procesos de reestructuración y la afectación que tendrá en los volúmenes de empleo a corto plazo. El riesgo es que si dejamos de lado el tema, no hacemos nada, y seguimos mirando para otro lado, la conversión tecnológica será un auténtico desastre y el desempleo tenderá a incrementarse de forma exponencial.

Según datos de finales del pasado año Corea del Sur (con 630 robots por cada 10.000 trabajadores) tenía una tasa de desempleo del 3,2%. En nuestro país con 160 robots por cada 10.000 trabajadores (4 veces menos) tenía un desempleo del 14,5% (más de 4 veces más). Es evidente que estos datos se basan en situaciones económicas totalmente diferentes y que la simple relación entre robots y nivel de desempleo no es necesariamente significativa pero sí que es un indicador a tener en cuenta. Alemania es el país con más robots per cápita de Europa y quien está más cerca del pleno empleo.

¿Qué está ocurriendo?

Estamos asistiendo a una nueva división del trabajo (no solamente en los puestos con contenido digital) formado por cadenas productivas (los economistas les llaman cadenas de valor) con tareas que finalmente estan desarrolladas por trabajadores humanos en condiciones laborales que se asimilan a las que regían en los primeros momentos de la revolución industrial y que pervivieron durante todo el siglo XIX. Estamos viviendo tal como afirma Inneratity “una mezcla de tecnología del siglo XXI y condiciones laborales del XIX”

Paralelamente lo que está ocurriendo es que muchos puestos de trabajo previamente existentes al proceso de transformación (me niego a denominarles puestos de trabajo normalizado) estan siendo sustituidos (al amparo o no del proceso de digitalización) por otros (me niego a llamarles trabajo no normalizado) que ocupan otros trabajadores en condiciones no normalizadas según la legislación laboral.

Aunque no sabemos qué va a ocurrir dentro de 20 años. Harari plantea que el escenario posible sea el de una mayor desigualdad entre una clase “superior” que desarrolle las tareas de dirección y liderazago y una masa “inferior” que se ocupará de desarrollar las tareas no robotizables de menor valor añadido. Es posible que estemos asistiendo ya a una alteración radical de las condiciones de empleo. Siguiendo a Innerarity “El discurso ideológico que trata de inscribir el trabajo digital en un relato emancipador (autoemprendizaje y flexibilidad) pone de manifiesto la capacidad del capitalismo de apropiarse de la crítica del trabajo y convertirla en beneficio”

Siguiendo las reflexiones de Daniel lo que está encima de la mesa es la perdida –por lo menos para la gran mayoría de los trabajadores- a un marco de condiciones laborales de total precariedad. Un marco en el que el trabajo independente o por proyectos o tareas (insisto para la gran mayoría de los trabajadores) y que muchos denominan freelancing no es sinónimo (ni mucho menos) de autonomía y horizontalidad y en el que la flexibilidad no significa que los trabajadores tienen la capacidad de gestión de su trayectoria profesional. Para la gran mayoría de los trabajadores de hoy (y sobre todo para los perdedores de los procesos de digitalización) la flexibilidad extrema no es una elección vital ni un factor de autorrealización.


¿Qué debemos hacer para humanizar  los nuevos entornos laborales y que estos no supongan un retroceso y una degradación del mundo del trabajo?


La respuesta común es la de “normalizar”, en otras palabras, aplicar a estas tareas los mismos elementos de protección de carácter general en términos de coberturas sociales, condiciones contractuales y de compensación. Ahora bien esto es posible resolverlo en un marco normativo estatal para determinadas tareas pero no parece de fácil solución cuando se trata de tareas digitales que por su propio soporte no conocen de fronteras o localizaciones territoriales. Al contrario, puede llegar a ocurrir – si no se ataca este problema desde una perspectiva global- que la instauración de protección social en un solo país no haría sino desplazar el problema, especialmente en aquellas actividades más fácilmente desplazables.

Una segunda posibilidad, tal como la plantea Daniel, consistiría en concebir desde una perspectiva no capitalista la propiedad de las infraestructuras de recogida y tratamiento de datos. Francamente me parece una solución “formalmente interesante” pero inviable desde un punto de vista práctico.

En cualquier caso es un debate que hemos de plantear, y sobre el que nos estamos posicionando en la Fundación Ergon www.fundaciónergon.org en los diálogos que estamos desarrollando sobre “nuevos formatos laborales.