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La última Encuesta de Población Activa (EPA) del tercer trimestre del 2015 presenta una serie de datos que pueden ser interpretados de forma positiva (cómo así hace el Gobierno) o de otras muchas maneras. Por mi parte voy a intentar hacer una interpretación «realista».

Primera constatación (esta de carácter positivo). Durante el último trimestre el desempleo descendió en casi 300.000 personas (queda en 4.850.800, con una tasa que cae hasta el 21,2%), mientras que el número de ocupados subió en 182.000, hasta un total de 18M. Tomando en cuenta estos datos es comprensible el interés del actual gobierno del Partido Popular en destacarlos como “balance de legislatura positivo” con el argumento de que ha conseguido cambiar la tendencia y pronosticar un futuro mejor.

Segunda constatación. (la realista). Podemos interpretar los datos de otras formas que pueden llevar a un observador neutro, como yo mismo, a conclusiones que, claramente, no resultan ni tan positivas ni tan favorables:

  • En la actual legislatura se ha perdido empleo. No se ha conseguido alcanzar el nivel de ocupación de 2011, (22,9M frente a 23,4M). lo que supone que tenemos un mercado de trabajo en clara situación de estancamiento.
  • El desempleo de larga duración sigue siendo de los más elevados de la UE ya que afecta a un total de 2,3 millones de personas con 1,5M de familias con todos sus miembros en desempleo. Y todos somos conscientes de las dificultades que nuestro mercado de trabajo pone a este tipo de desempleados para acceder a nuevas ocupaciones.
  • Los niveles del desempleo juvenil (próximos al 40%) siguen colocándonos en lo más alto de ranking europeo en una materia clave que muestra el gran problema estructural de nuestro modelo productivo y la dualidad perversa de nuestro mercado de trabajo que la reforma laboral del 2011 no ha conseguido revertir.

Y ello a pesar de la válvula de escape que supone la expulsión del país de un colectivo de jóvenes profesionales muy cualificados que se han visto obligados a emigrar fuera de nuestras fronteras. Sobre los que, yo creo que intencionadamente, poco se habla y de cuyo volumen se ofrecen cifras muy alejadas de la realidad.

En otras palabras, aunque podamos enmascarar los datos, la realidad es que seguimos viviendo en materia de empleo una situación que puede estallar en cualquier momento.

Por tanto, aunque hemos conseguido reducir el número y situarnos en niveles de desempleo (con una cifra que empieza por el número mágico de 4), lo que sin duda es significativo, la realidad de nuestro mercado de trabajo, sigue siendo muy compleja y sobre la que no podemos hacernos grandes ilusiones. 

Seguimos, a pesar de la reforma laboral, con un estructura laboral basada en el empleo temporal, centrada en el sector servicios y con una baja estructura salarial.

Los datos en esta materia (seguimos con porcentajes de temporalidad superiores al 25%) y el descenso continuo de los niveles salariales medios, no son sino una muestra de que nuestra “recuperación” está muy lejos de ser lo firme que algunos manifiestan y que se fundamenta en factores y circunstancias coyunturales como son el bajo precio de los recursos energéticos y la situación de conflicto en el norte de África. La recuperación del empleo, que se está produciendo en los últimos meses, se fundamenta por tanto en tres hechos: El primero de carácter positivo fundado en el crecimiento del sector exterior. Los otros dos son ya conocidos: el turismo y la construcción. Por tanto nada ha cambiado realmente en la estructura de nuestro mercado de trabajo.

A pesar de que algunos, como yo mismo, afirmamos que los paradigmas tradiciones del empleo han cambiado y que el trabajo para toda la vida ha desaparecido ello no debe de llevar a la condición de que todo el trabajo sea de carácter temporal. Una cosa es lo que he definido como “ruptura del principio de continuidad indefinida” y otra que el modelo de relaciones laborales se fundamente en la contratación de carácter temporal. Creo que muchos somos conscientes del impacto que este hecho tiene en las decisiones económicas de las personas sujetas a este tipo de contratos.

Creo que necesitamos, sí o sí, la introducción de cambios radicales en la política económica, ahora que parece que hemos salido de la crisis. Cambios que sin duda no son fáciles y que exige de nuestra clase política arrojo y voluntad que no percibo por ninguna parte. Es posible que poco se podía hacer en estos años pero ahora esta opción es irrenunciable. 

O nos ponemos en ello o, lamentablemente, es probable que tengamos que vivir en una situación de recesión más o menos permanente que convivirá con tasas de desempleo estructural situado en cifras cercanas al 20%.

Lo que significa que, los 4M (que era la cifra mágica de desempleo que un Ministro de Trabajo de la era Zapatero se atrevió a afirmar que nunca alcanzaríamos) no sea el volumen total de desempleados sino la cifra de desempleo estructural con la que nos veremos obligados a vivir en nuestro país en los próximos años.

Esta cifra es 4 (de nuevo el número mágico) veces superior a lo que se puede considerar “aceptable” en términos comparativos con el resto de países de nuestro entorno. Y ello sin tomar en cuenta el impacto que puede venir derivado por las pérdidas paulatinas de empleo en los sectores productivos como consecuencia de los procesos de robotización. Recordemos por último que vivimos con un desempleo estructural de nuestros jóvenes superior al 40%.

En este contexto sólo tenemos dos opciones. O cambiamos de verdad nuestro modelo productivo o deberemos crear nuevos mecanismos de reparto del trabajo disponible con el consiguiente empobrecimiento que ello supondrá y con la desaparición casi total de la llamada clase media. 

Evidentemente no soy un especialista y por tanto no no me atrevo a postular nuevos modelos más allá de las propuestas generales que están en la mente de todos. Lo que si me atrevo a afirmar, como he hecho en otros post anteriores, que cambiar el modelo implica también cambios educativos y culturales y un nuevo compromiso social que dudo que hoy nadie impulse.

Parece que no somos conscientes de que además con un mercado de trabajo que adolece de defectos estructurales como los que he significado y que, lamentablemente, no parecen de fácil solución, vamos a tener que convivir en los próximos años con una nueva realidad que no hará sino que agravar nuestros problemas. Esta realidad no es otra que la que va a estar originada por el alargamiento de la edad de vida (los mayores de 65 años pasarán en los próximos 20 años del 18% al 33% de la población) y la demanda de mayores costes sociales en términos de prestaciones, de atención personal y sanitaria.

Si esta nueva realidad la únimos al cóctel que he descrito: Una población activa sujeta a un sistema de bajos salarios, contratación temporal (se mantendrán, como ya he indicado probablemente tasas superiores al 25%) y altos niveles de desempleo, la consecuencia no será otra que la insostenibilidad de nuestro actual sistema de cobertura social y de asistencia universal por lo menos en los términos que actualmente conocemos.

Un futuro claramente incierto y en el que vamos a tener que convivir con la cifra mágica de los 4M (en términos de desempleo estructural) durante muchos años.