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Para transformar la educación, y convertirla en un proceso centrado en el aprendizaje y a la adquisición de nuevas competencias necesitamos un cambio radical en los esquemas que mueven hoy a las instituciones educativas y proponer ideas y aportar soluciones.

He escrito recientemente en Vivimos en una “emergencia de aprendizaje” – Pau Hortal que nos enfrentamos a una emergencia de aprendizaje. Una realidad, analizada en la conferencia de Davos del 2019, que planteaba como en 2022 (ya estamos ahí) “el 42% de la actividad laboral de las 20 mayores economías del mundo será realizada por máquinas, por robots, afectando muy significativamente a 75 millones de puestos de trabajo”. Un proceso que “convivirá con la necesidad de cubrir millones de puestos de trabajo (algunos los evalúan en más de 130M) con conocimientos y competencias hoy inexistentes o que tan sólo nos atrevemos a visualizar de una forma poco definida”

Aunque el proceso no se ha desarrollado con la virulencia planteada hace 3 años estamos ahí. Conviene recordar “que la OCDE, normalmente bastante conservadora en sus predicciones, formuló en 2019 la hipótesis de que una gran mayoría de los puestos de trabajo existentes hoy, habrán sufrido algún impacto relevante como consecuencia de los procesos de automatización”.

Al margen de los que, simplemente, van a desaparecer. “Y sabemos que esto sucederá si o si… aunque probablemente como he analizado en http://pauhortal.net/blog/transformacion-digital-o-radical-2/ a una velocidad algo menor como consecuencia de los frenos que van a ser implementados por determinados colectivos y países. A pesar de ello somos conscientes que en materia tecnológica no podemos puertas al campo y que el proceso es irreversible”.


Si no queremos como países y como individuos, formar parte del colectivo de tecno-excluidos debemos afrontar el problema. Lo que supone adquirir nuevos conocimientos, consolidar nuevos aprendizajes y adoptar nuevas formas de pensar y de relacionarnos.


En este ámbito vamos a necesitar una gran alianza entre la sociedad civil, gobiernos, instituciones educativas y empresas, que asigne recursos y construya las plataformas y herramientas para facilitar el aprendizaje de 1.000 millones de personas durante esta década”. Un reto que junto con la gestión del cambio climático es, probablemente, el mayor de los que nos enfrentamos. Unos desafíos para los que o encontramos una solución o simplemente nos vamos como especie al precipicio.

Mientras tanto en la realidad del día a día, además de afrontar los retos que suponen tanto la pandemia como el conflicto en Ucraïna, seguimos sin encontrar la solución al debate de si necesitamos concentrar las acciones formativas en elementos concretos/contenidos (aptitudes) o en el desarrollo de las habilidades y competencias (actitudes) cara a afrontar mejor el futuro. «Tenemos que ser conscientes de que los cambios (que debemos de poner en marcha para modificar) los sistemas de formación y aprendizaje que hemos desarrollado desde el inicio de la revolución industrial no son fáciles y van a exigir un importante esfuerzo por parte de todos. Un esfuerzo que no sólo tendrán que realizar las instituciones educativas sino que plantea grandes retos al conjunto de las estructuras sociales» 

Este cambio exige un replanteamiento de las perspectivas políticas centradas más en el control que en la gestión de estas nuevas necesidades y modificar la percepción existente en muchas organizaciones al respecto de que los recursos destinados a la formación y al desarrollo de los equipos internos son una mala inversión ya que suponen de incentivo para que la posterior pérdida de talento.

Las organizaciones deben tomar en consideración que la formación y el desarrollo de los equipos internos supone la mejor estrategia para su desarrollo futuro. Y exigir a las instituciones educativas que asuman este nuevo rol de gestores y mentores de la formación y aprendizaje permanente.