Al analizar las posibles reacciones sindicales a las medidas de recorte social anunciadas por el ejecutivo esta misma semana, me parece interesante plantear algunas reflexiones sobre la situación del sindicalismo en España.
Reflexiones que parten de la necesidad de adaptación que necesitan desarrollar a la nueva situación social y económica impactada por la crisis que estamos viviendo y en la que parece vamos a seguir durante un largo periodo.
Durante los últimos 30 años se ha producido un doble fenómeno: Por una parte una serie de cambios estructurales han minado las bases del sindicalismo, por otra éstos se han convertido cada vez más necesarios para defender un modelo social.
Han traspasado, por tanto, el ámbito de la empresa, de la defensa de los intereses de los trabajadores en el centro de trabajo, para convertirse en un ente más cuyo encaje social no se ciñe a este hecho, sino que influye en la realidad social en muchos ámbitos: educación, justicia social, política industrial, etc.
Los cambios en los perfiles demográficos y de la población activa, los nuevos sectores de crecimiento del empleo, la individualización de las relaciones laborales, etc hacen perder peso en el seno de las empresas y las organizaciones al fenómeno sindical. Mientras tanto la afiliación esta bajando todavía más, se concentra en los sectores de la función pública y parapública, mientras persisten importantes capas laborales sin nula representación sindical: los jóvenes, trabajadores temporales, desempleados, autónomos dependientes etc. Somos muchos los que no hacemos más que constatar la incapacidad para gestionar estos fenómenos por parte de las actuales organizaciones sindicales.
Resulta por tanto obligado preguntarse si las organizaciones sindicales tienen la motivación, la capacidad para superar o mitigar la fragmentación cada vez más evidente en las condiciones laborales, y dar respuestas a las nuevas demandas de los sectores en «marginales” del mercado de trabajo.
Es contradictorio que se hable de “entidades más representativas”, que se les otorgue la capacidad para negociar sobre amplios asuntos –inclusive fuera del ámbito de lo que denominaríamos lo laboral- y que al mismo tiempo sean como instituciones cada vez más pequeñas, endogámicas e «instaladas» en el seno de un sistema del que obtienen sus recursos y su protagonismo social. A lo mejor es algo que debe de suceder pero que no deja de ser una contradicción evidente.
En este contexto las organizaciones sindicales, han optado por reforzar si cabe su posición institucional, dejando de lado movimientos y protestas que, aunque probablemente no apropiadas, hubieran sido claramente utilizadas 10 años atrás.
El coste fundamental de esta estrategia es evidente: Las organizaciones sindicales tienen hoy, excepto en las grandes empresas, y los sectores públicos y parapúblicos, una presencia muy pequeña. Paralelamente los trabajadores más jóvenes no se sienten representados ni tienen ningún interés por el hecho sindical. Es como el gato que se come la cola.
Desde el momento que las organizaciones sindicales refuerzan su papel institucional pierden peso en los centros de trabajo, pierden fuerza y afiliación y dejan de actuar como «representantes» de capas laborales cada vez más numerosas. Este peso institucional, es en opinión de muchos expertos, la causa fundamental de que el sindicalismo (excepto en las fases electorales o cuando se plantea un proceso de reestructuración) no dediquen hoy el tiempo ni los recursos necesarios para el desarrollo y la reubicación de su presencia en los centros de trabajo.
Seria posible plantearse si esta baja tasa de afiliación es consecuencia de la baja presencia del sindicalismo en los centros de trabajo o de las actitudes supuestamente negativas de los sectores sin incidencia sindical….. en todo caso la baja representatividad es evidente. Y de ahi otro debate que parecía obsoleto pero que resurge de nuevo en el sentido de cúal es el ámbito a potenciar: el comite de empresa o la sección sindical.
El problema hoy del sindicalismo en general y particularmente en España, es que tiene volver a encontrar su lugar en un entorno con cambios muy significativos en las relaciones laborales y en las formas de trabajar.
Debe por tanto arbitrar nuevos ámbitos y dinámicas que le permitan dar respuesta y ponerse al frente de las crecientes y diversas clases de trabajadores que generan realidades como: la problemática de la dualidad del mercado de trabajo entre trabajadores fijos y temporales, los nuevos sistemas de trabajo (en casa, trabajo a tiempo parcia, etc), los procesos de robotización y sustitución de empleos por máquinas, etc. los «falsos» autónomos etc.
Si las organizaciones sindicales no son capaces de responder a estos retos corren el riesgo de quedarse en “organizaciones cúpula” con un peso institucional importante pero a la vez sin la capacidad de representar y liderar a los trabajadores. De ser así terminarán adquiriendo un rol de superestructura (que ya están asumiendo en este momento) viéndose superados por nuevas realidades sociales a las que no serán capaces de dar respuestas.
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