A primeros de Septiembre un mes nos vimos enfrentados a las imagines de Ailan Kurdi muerto en una playa de la localidad de Bodrum (Turquía). Una realidad que no era más que una llamada a nuestra responsabilidad.
También con la noticia del hallazgo de los 71 cadáveres encontrados en un camión abandonado en una autopista austríaca y hemos recordado que, mientras tanto, de forma anónima, miles de personas mueren cada año en el mediterráneo intentando salir de África por cuestiones económicas, políticas e incluso religiosas.
Las imágenes del niño turco no son más que la punta de un iceberg aunque en este caso se muestra, una vez más, la máxima de que una imagen vale muchos más que mil palabras. De hecho ha motivado que yo incluso me atreva a escribir este comentario. Todos debemos de tener presente que, aproximadamente, 300.000 mil personas han llegado a en el transcurso del año y que –aunque las cifras evidentemente no son en este caso constatables- varios miles se han quedado por el camino.
Centrados en nuestros problemas, en un día a día que es ya de por sí complejo, olvidamos que tenemos probablemente a millones de personas (ahí al lado) intentando encontrar un mundo mejor para sus vidas. Seres humanos que se encuentran con la incomprensión y muchas veces el rechazo de los que vivimos en este «mundo feliz». Seres humanos que se encuentran con que nadie es capaz de resolver la raíz de sus problemas. Seres humanos que reclaman nuestra solidaridad.
Parece razonable pensar que estamos asistiendo a un fenómeno imparable que va a cambiar –de hecho lo está haciendo ya- la realidad europea.
Lo que está ocurriendo muestra el naufragio de la política internacional y particularmente el “desastre” de la inexistente política común europea en el ámbito de la solidaridad. La Vanguardia ha titulado en uno de sus editoriales recientes que “la Unión Europea debe asumir que la emigración es su principal problema y actuar ya”. Pero ¡no habíamos dicho que el principal problema de Europa era la crisis económica!
El debate europeo (al margen de su tradicional lentitud e incapacidad para enfrentarse a problemas comunes) se plantea en términos contrapuestos. Por una parte no hemos sido capaces de crear ámbitos de solución comunes. Por otra nos hemos mostrado incapaces de resolver la raíz del problema y evitar que millones de personas estén intentando acceder a nuestras fronteras desde el norte de África, Oriente Medio, y otros países de Asia como Afganistán. Luego no nos ponemos de acuerdo sobre las políticas de inmigración y asilo y mucho menos en el debate entre los conceptos de solidaridad y seguridad.
Resolver este asunto no es fácil. De hecho nos hemos mostrado incapaces de organizar una respuesta a una situación que tiene su fundamento en causas económicas, que pone en jaque a nuestra responsabilidad social, y a la que también resulta aplicable las certezas expresadas en la pirámide de Maslow.
Mientras tanto la realidad que vivimos, como expone acertadamente Sami Naïr, “pone en evidencia el carácter cortoplacista de las medidas (adoptadas), mientras que la demanda migratoria no ha cesado de aumentar en los últimos 30 años. Se ha creído que se podría contener un problema estructural…. con medidas policiales”. (El País –Guerra contra la inmigración- 03/09/2015). Por todo ello y aunque no soy, evidentemente, ningún especialista en esta materia me uno a la reclamación de una modificación sustancial en las políticas europeas ante esta realidad.
Y lo hago exigiendo a nuestros líderes la capacidad y la voluntad de establecer una política común tanto de carácter proactivo (con intervenciones y acciones en los países de origen) como reactiv0 (modificando y armonizando el derecho de acogida y asilo). Expresando mi convencimiento de que con sólo medidas policiales y de seguridad no vamos a resolverlo y de hecho sólo conseguiremos entrar en una espiral de militarización caótica de nuestras fronteras, (como los últimos hechos muestran). Reclamando un incremento sustancial de la ayuda al desarrollo, la solidaridad y específicamente la dirigida a financiar proyectos empresariales en estos países que permitan absolver el crecimiento demográfico. Por último no olvidándonos de atacar a las mafias de forma concertada con los países de procedencia de los inmigrantes.
Recordemos que todos somos de alguna manera inmigrantes y que este problema, como ocurre otras muchas veces, puede incluso convertirse en una oportunidad para la Europa del Siglo XXI
Termino citando el editorial de La Vanguardia del pasado día 6 de Septiembre “la foto de Ailan Kurdi en la arena llama a la conciencia de todos los que nos llamamos europeos. Este es el legado que Ailan nos deja, después de una vida muy corta y de una muerte injusta. No podemos ignorarlo”.
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