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Hoy necesitamos reflexionar sobre cómo hacer que nuestro sistema educativo facilite la adquisión de las nuevas competencias que demanda el mundo del futuro.

Y para ello deberíamos de provocar cambios radicales en las estructuras y mentalidades de los líderes políticos, los gestores y los profesionales de la formación.

Siguiendo con los argumentos que Marc Vidal formula en https://www.marcvidal.net/blog/2019/9/13/es-urgente-formar-a-120-millones-de-trabajadores-en-nuevas-habilidadesnbspnbsp cambiar la educación supone diseñar “planes de estudio que no se alejen de la tecnología, indispensable para entender el mundo laboral futuro, pero también que sean capaces de aportar el desarrollo de habilidades profesionales totalmente humanas”. Y ello exige tomar consciencia de que lo más valioso en el próximo futuro serán las competencias que permitan realizar a los seres humanos todo aquello que no pueda ser automatizable o que siéndolo los costes adicionales en términos económicos y sociales lo hagan inviable. “Por ello la formación y el aprendizaje futuro han de ser el resultado de la combinación entre modelos educativos técnicos y humanistas”.

Necesitamos un replanteamiento global de la política educativa y especialmente de la de carácter profesional y universitaria. Debemos establecer una mayor vinculación entre la formación y el mundo del trabajo (formación dual) y por generar incentivos que den prioridad a este nivel formativo frente al de carácter universitario. Hemos de tomar consciencia de que no tiene mucho sentido que nuestro país sea el que tiene un mayor % de titulados universitarios de nuestro entorno y que mientras el nivel de formación media abarcaba en 2017 en Europa al 42% de los jóvenes… en nuestro país era del 24%.

Aunque conviene tener presente que no todo el resto eran titulados universitarios ya que otra de las características estructurales de nuestro sistema formativo es el alto nivel de fracaso y abandono escolar. No tiene ningún sentido que muchos jóvenes que finalmente obtienen un título universitario tengan que desarrollar actividades que podrían perfectamente ser cubiertas por niveles formativos inferiores. Se dirá que la educación y la formación es un activo social… pero ¿Estamos convencidos de que esta es la mejor solución en estos momentos? Y ¿No terminamos generando frustración y desmotivación?

¿Podemos imaginarnos un entorno educativo sin acceso a ambientes virtuales, redes de trabajo, automatismos en la gestión de datos, capas de inteligencia artificial etc.? ¿Podemos aceptar entornos que no articulen procesos lectivos que generen nuevas maneras de relacionar lo que se enseña con lo que se aprende, los actores implicados y las modulaciones y métricas finales? Seguramente no. El futuro es ese. Pero no lo es por capricho.


Las exigencias del mercado de trabajo del futuro requieren de nuevas formas de aprendizaje que faciliten la adquisición de nuevas competencias. También de una actitud de desaprendizaje permanente.


Y lo que resulta aplicable al entorno educativo lo es también aplicable para los entornos profesionales en las que la gestión del aprendizaje y del desaprendizaje se convierte en un aspecto clave. Aunque finalmente algunas organizaciones han caído en la cuenta que no sólo se trata de acelerar la implantación de las innovaciones tecnológicas en forma de herramientas, procesos etc sino que deben de ayudar a sus equipos humanos a utilizarlas mejor y a ser más eficientes en la creación de productos, soluciones o servicios que den respuesta a las demandas de sus clientes. No se trata por tanto de desplegar tecnología y sentarse a esperar. La tecnología es un elemento necesario, pero sólo con ella no se consiguen resultados.

Desde el punto de vista individual, pero también organizativo y social, deberíamos de ocuparnos y preocuparnos por el impacto que el desarrollo de la robótica y la inteligencia artificial provocan ya que el proceso es imparable. Desde el punto de vista educativo y formativo nuestra preocupación y nuestras acciones deberían de estar dirigidas a hacer que nuestros jóvenes y no tan jóvenes accedan a oportunidades de aprendizaje que les permitan convivir con las nuevas realidades que provoca la tecnología y por dotarles de capacidades para desarrollar las tareas que los robots no van a poder desarrollar.

Hemos de ocuparnos de facilitar nuevas oportunidades de aprendizaje, una tarea titánica si no queremos perdernos el tren de la innovación y el desarrollo futuro.