En el mensaje del pasado octubre planteaba los retos que la transformación digital nos impone. Hoy deseo reflexionar sobre el mismo tema desde otra perspectiva.
Lo que quiero plantear/preguntarme es si realmente existe ya una demanda social de transformación y como los diferentes actores reaccionan ante ella. En el post titulado Transformación: Un proceso irreversible http://pauhortal.net/blog/transformacion-4/ planteaba que la digitalización nos obliga a modificar muchas de nuestras actitudes personales y sociales. Sin embargo, no todo son imposiciones. El ser humano tiene una capacidad para la adaptación y el cambio extraordinaria. Una vez iniciamos un proceso/camino los resultados son imparables. Y ello se debe al hecho de que una vez surge una tecnología, el uso de la misma provoca nuevas demandas que exigen nuevas evoluciones. Y el proceso no termina nunca.
Enrique Dans en https://www.enriquedans.com/2017/06/tecnologia-y-perspectiva.html reflexiona sobre los avances que hemos vivido en los 17 años transcurridos de este siglo. El año 2000 “nos trajo, sobre todo, la evidencia (…) de que (íbamos a poder) disfrutar de ordenadores cada vez más potentes y más pequeños. Tan potentes y pequeños que empezamos a ponerlos en todas partes, incluso en sitios insospechados, para dar lugar a la internet de las cosas. Y con todas esas cosas conectadas y generando datos, comenzamos a darnos cuenta de que nuestras capacidades analíticas se sublimaban, y que el aprendizaje y la inteligencia dejaban de ser patrimonio del ser humano: llegamos a la que, para mí, es la revolución más importante de lo que llevamos de siglo: el machine learning y la inteligencia artificial”. Han sido “diecisiete años trepidantes, rápidos, brutales. Y aún así, no son nada comparados con los maravillosos años que están por venir…”
Un proceso que se alimenta a sí mismo como Enrique muestra en sus interesantes comentarios y que es frenado por multitud de reticencias que a menudo parecen absurdas y sin sentido. Marc Vidal en https://www.marcvidal.net/blog/2017/11/7/la-solucin-definitiva-un-algoritmo-al-frente-del-consejo-de-ministros formula sus reflexiones con la expresión siguiente: “por desgracia, la política, las leyes y la gestión pública todavía están lejos de la vanguardia tecnológica. A veces parece que todo cuanto se entiende desde la óptica política con respecto a la revolución tecnológica que vivimos es el manoseado término de ‘smart city’«. Un concepto que, utilizando sus expresiones «suele resolverse con wifi gratuito y universal y algunas aplicaciones para saber a qué hora llega un autobús a una parada determinada».
Y prosigue “Es irónico, que incluso hoy en día, la mayoría de las oficinas de cualquier administración estén inundadas de archivadores gruesos y descoloridos (que presuponen un volumen ingente de datos) que no trabajan entre sí salvo cuando es para cruzar módulos de pagos tributarios. Las directrices burocráticas, los procesos imposibles de modificar o la torpeza de algunas decisiones que nadie puede revisar, convierten la administración y la gestión política derivada en un modelo inamovible desde hace décadas”. Y iun modelo en el que queda un largo camino por recorrer para responder a la demanda de transformación y adaptación que formulamos los ciudadanos (desde la gestión de los procesos electorales a las transacciones más simples y de menor impacto).
Indudablemente el uso de la inteligencia artificial para la gestión de los datos es uno de los elementos que más van a revolucionar nuestra vida en los próximos años. Y parece que en muchos casos queda mucho camino por recorrer en el ámbito organizativo y de la gestión pública.
Esta transformación demandada por los ciudadanos son frenados por planteamientos probablemente caducos sobre los principios de igualdad, equidad y seguridad) incluidas las reticencias y frenos que imponen los propios cuerpos funcionariales. Nos queda mucho camino por recorrer. No olvidemos que hoy ya debería de ser posible (gracias al uso del big data) desde hacer predicciones sobre la deserción escolar de un determinado colectivo de alumnos hasta detectar elementos de mejora de la calidad y la eficiencia en determinados usos clínicos.
Un ejemplo de estas “reticencias” sobre los procesos de digitalización se muestra en el hecho de que a día de hoy; y a pesar de la existencia de un ministerio dedicado a la materia; las tecnologías de la información no forman parte de nuestro PIB, probablemente en contra incluso de las inquietudes y voluntad de su titular. Como bien señala Jorge Diaz-Cardiel en http://blogs.itdmgroup.es/jorge-diaz-cardiel/2017/05/contribucion-de-la-digitalizacion-al-pib-y-al-empleo “nosotros no tenemos (todavía) a las TIC como un componente del PIB, (a pesar de que se) busca mejorar la competitividad de nuestro tejido productivo y fomentar su crecimiento, la expansión internacional y la creación de empleo de calidad”. La economía digital debería de ser una prioridad de nuestros gobernantes y no sé muy bien si, de verdad, está entre sus prioridades fundamentales. Pero los datos internacionales muestran que nuestra posición no es ni muy relevante ni significativa.
Recordemos que el proceso de transformación/revolución tiene dos características básicas que la diferencian de las anteriores:
La primera es la de que se está realizando de forma paralela en los entornos individuales con los organizativos/empresariales/públicos, con ejemplos muy significativos de que su implantación, en estos últimos entornos, va incluso retrasada a la adopción por parte de los individuos. La segunda es la de que se va a realizar de forma mucho más rápida.
Y todo ello a pesar de los frenos con los que se enfrenta. Un ejemplo de ello es la que tiene que ver con el concepto tradicional de ‘trabajo’.
Sobre ello he reflexionado en diferentes post como en http://pauhortal.net/blog/donde-vamos-a-trabajar/. Unas reflexiones que van en la misma dirección que las que, acertadamente, Enrique Dans formula en https://www.enriquedans.com/2017/05/trabajo-flexible-hay-tendencias-que-no-se-pueden-revertir.html. Su visión es la de que este proceso de cambio es cada vez más constatable. Unos cambios que se reflejan desde “sistemas de trabajo que permiten reunirse y ver a una persona independientemente de dónde esté físicamente, participar en una reunión con total normalidad desde una pantalla sin tener que pedir una infraestructura especial, y disponer de espacios para trabajo en grupo, reuniones o para hacer una llamada de teléfono o una reunión que requiera privacidad». Una tendencia que «determina espacios de trabajo cada vez más líquidos, más adecuados para la conciliación y, sencillamente, más acordes con el entorno tecnológico actual. Querer ir contra lo que se ha convertido en claro signo de los tiempos es una forma primaria de intentar vanamente retomar el control, y es un error. Lo haga IBM, Yahoo!, o quien lo haga (…) Hay tendencias que son imposibles de revertir».
Estos nuevos formatos y entornos laborales se han convertido en una demanda real al que las organizaciones deben de aprender a dar respuesta, no obstante tener que superar muchos frenos. Xavier Marcet reflexiona en http://www.xaviermarcet.com/2017/12/desburocratizarse-si-mismo.html sobre la burocratización de nuestra sociedad que actúa como freno a estos cambios. “Pero el mundo ya cambió y la ecuación entre la dimensión y la agilidad se alteró. La agilidad tiene las de ganar (…) Los bancos ya se han dado cuenta. Y muchas empresas industriales también. Si lo que marca la competitividad es la capacidad de adaptación y poner al cliente en el centro de la cadena de valor, entonces esas burocracias suponen todo lo contrario. Les cuesta una barbaridad abrirse, respetar a los pequeños, jugar con las nuevas reglas, asumir los nuevos tempos, entender al talento más joven”
La burocracia es probablemente el mayor freno que hoy tiene la transformación.
A pesar de ello o simplemente por ello “Desburocratizar es urgente. Las cosas cambian rápido. Hay que aprender a compatibilizar calidad y agilidad. Hay que saber ser ambidiestro: explotar y explorar. Hay que tomarse la innovación en serio y orientarla a las necesidades que los clientes no saben expresar todavía. Aplanar las organizaciones. Ser más transversales. Implicar las personas a cambio de empoderarlas. Aupar por meritocracia. Democratizar la información significativa. (…) Desburocratizar no significa prescindir de gente, pero sí cambiar la cultura, ganar mucha agilidad, hacer de la empatía con el cliente un axioma y de la gestión del cambio algo habitual”. Ante todo ello “algunos pretenderán desburocratizar constituyendo comités de desburocratización. No va por ahí. Va de ejemplo. Va de autenticidad. Va de cliente en el centro. Va de humildad. (…) Es urgente”.
Como formulo en los primeros párrafos de este post creo que existe una amplia demanda social de transformación y muchas reticencias (algunas lógicas y otras no) para que esta se implante en nuestras vidas en su total dimensión. Reticencias también que tienen su fundamento en factores culturales y de rechazo frente al cambio pero que, probablemente, son incluso más fuertes en los ámbitos organizativos que en los individuales.
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