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La redefinición del concepto de trabajo se inicia en el momento en que se plantean opciones como las de creación de empleos que no aporten valor o utilidad social.

El periodista e historiador holandés Rutger Bergman que define el trabajo como “el desarrollo de actividades que aportan un determinado valor social» distingue entre el que se realiza en el sector financiero y cuya utilidad nadie discute del que desarrollan, por ejemplo, los voluntarios. “Piense en todo el trabajo que hacen los voluntarios. No perciben un centavo y no pagan impuestos, pero obviamente sería un desastre si hicieran una huelga”. Convendría, además, que tomáramos en consideración la gran cantidad de trabajo no remunerado (y por tanto no considerado como empleo) que se realiza en el cuidado de los niños, la atención de los ancianos, etc. Sin este trabajo la vida es imposible.

Es perfectamente constatable que las personas prefieren tener trabajos útiles y sufren cuando consideran que su empleo es simplemente inútil o que no aporta ningún valor. El escritor canadiense Nick Srnicek, autor del libro “Inventar el futuro: post-capitalismo y un mundo sin trabajo” se formula la pregunta de si vamos dejar de trabajar en el futuro. Y se contesta afirmando que la eliminación completa del trabajo es imposible.

Lo que probablemente haremos es “limitar el trabajo a lo que sea necesario para nuestra existencia básica. Siempre habrá algo (…) que deba hacerse, ya sea por los límites técnicos de la automatización, o por los límites morales sobre el trabajo que queramos delegar en las máquinas» Lo que hace que nos planteemos un futuro en el que entre todos los seres humanos compartamos el trabajo bajo otro marco social. Debemos distinguir entre el trabajo que supone aprender a tocar la guitarra o hacer la cena de lo que el antropólogo David Graeber llamó «trabajos de mierda» formados por tareas que pueden desarrollarse mejor y de forma más eficiente por máquinas. Por cierto, tareas que hoy tienen, en algunos casos gran prestigio social y elevados niveles retributivos. Conviene tener presente que el concepto de trabajo asalariado (empleo) surgió «cuando las personas fueron sacadas de la tierra que les permitía vivir sin depender del mercado y se vieron obligadas a vender su capacidad de trabajo”.

No tenemos ninguna certeza real sobre lo que va finalmente a ocurrir. Sin embargo, si creo que existe un cierto consenso en el sentido de que, frente a este problema, caben tres posiciones. La “optimista” que apela a la capacidad del ser humano para encontrar soluciones a todos sus problemas y que anticipa que la existencia de ejércitos de desempleados fruto de la aplicación de la de la inteligencia artificial es una exageración; la “pesimista” que define el futuro como un escenario con elevados porcentajes de ciudadanos sin posibilidad de acceso al trabajo y con un incremento de la desigualdad social inaceptable para los criterios actuales; por último la “política” que simplemente tiende a mirar hacia otro lado. El sentido común nos dice que al margen de que es necesario asumir la relevancia del problema habrá que buscar una solución intermedia entre las dos primeras posiciones.


El impacto de la automatización en el empleo no será uniforme y variará según sus características, del tamaño de las organizaciones y el sector en las que actúen. También dependerá de las regulaciones proteccionistas que vayamos generando. En cualquier caso es evidente que la protección al empleo va a ir consolidándose en el futuro. 


Es previsible que la automatización tenga un gran impacto en tareas realizadas en escenarios predecibles como las operaciones con maquinaria, la contabilidad, la atención al cliente u otras actividades altamente repetitivas. Por otro lado, su impacto será mucho menor en aquellos escenarios que impliquen la creatividad, la gestión de personas, las interacciones sociales, o la aplicación de conocimientos. Marta G, Aller afirma que en el futuro dejaremos las tareas rutinarias en manos de robots y crearemos entornos en donde los seres humanos desarrollen actividades que sean puramente intrínsecas al ser humano. 

Esperemos que los conflictos, que sin duda se van a producir, no se lleven por delante esta tarea de construcción. Si queremos mantener el equilibrio social  necesitamos realizar una reflexión social y un análisis sobre temas tan relevantes como: prestaciones sociales y RMU, formación y aprendizaje permanente, trabajo y longevidad, etc

Y es en este entorno en el que puede resultar muy apropiada la reflexión que Andrew Haldane plantea relacionada con la necesidad de que la propia innovación tecnológica precisará (para asegurar su propia consolidación) de la presencia de nuevos mecanismos e instituciones que permitan gestionar y mitigar los impactos sociales que genere. “En el futuro, la innovación institucional será tan importante como la innovación tecnológica”. No lo expone directamente pero el corolario es simple y sencillo. hemos de ser capaces de crear nuevas instituciones y nuevos sistemas dirigidos a paliar los efectos perversos que nosotros mismos vamos a generarnos si queremos evitar el desastre y seguir con el crecimiento y desarrollo de nuestra especie.