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De nuevo en esta fecha tan señalada no me resigno a escribir un nuevo post conteniendo una petición a los Reyes Magos para que nos ayuden a afrontar los retos que vamos a tener que afrontar, si o si, en este año que acabamos de iniciar.

En la carta escrita por estas fechas el año pasado hacía referencia a la realidad que vivíamos en ese momento (después de los dos últimos años de afrontar el reto del Covid19), a los aprendizajes adquiridos y a las nuevas actitudes a asumir como individuos y como especie. Les formulaba, en resumen dos peticiones: La de disponer de la firmeza en las convicciones para incrementar la equidad y corregir las desigualdades en todos los ámbitos y la de dotarnos de la motivación para hacer un uso adecuado de las capacidades que nos distinguen como seres humanos.

Como pudimos constatar tan sólo unas semanas después los Reyes Magos no me hicieron, espero que sólo sea por esta vez, mucho caso. El conflicto de Ucraïna ha supuesto por si mismo y por sus consecuencias un paso atrás en la medida que, al margen de los efectos directos para los/las ciudadanos de este país, nos obliga a tener que plantearnos y resolver nuevos problemas a corto plazo que nos llevan a tener que adoptar actitudes y comportamientos que ponen en cuestión las grandes batallas que tenemos por delante. A saber: los efectos del proceso de robotización y digitalización y el impacto del cambio climático.


Por ello en esta carta, al margen de repetir mis deseos del año pasado (en los que no sólo no hemos avanzado sino en los que hemos ido hacia atrás) mi petición es que el conflicto finalice lo más pronto posible.


En pleno siglo XXI debería de “caernos la cara de vergüenza” por no ser capaces de resolver los conflictos de forma distinta a cómo los hemos resuelto hasta hoy. Y que tengamos que ocuparnos de los procesos que no nos deberían de ocupar como seres humanos. Deberíamos de ser capaces de mostrar que, como seres inteligentes que decimos ser, hay otros medios de resolver los conflictos distintos a a los que supone la destrucción de nuestra propia especie, aunque sea de forma limitada.

Y no olvidar que el riesgo de destrucción global, lamentablemente, cada vez está más cercano.